martes, febrero 22, 2011

Modernidad y blanquitud. El testamento de Bolívar Echeverría

El texto que a continuación se reproduce es con el que presenté el último libro de Bolívar Echeverría (21 de febrero de 2011, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM)

Modernidad y blanquitud
El testamento de Bolívar Echeverría
Isaac García Venegas
Para RACA




Hoy presentamos lo que en rigor es el último libro de Bolívar Echeverría. Modernidad y blanquitud estaba en revisión cuando al autor lo alcanzó el único destino cierto de toda vida humana. Los 12 textos que lo constituyen son una reelaboración de otros escritos y publicados con anterioridad en revistas, libros y/o en su página electrónica. (1) Como ejemplo, basta citar “Definición de la modernidad”, texto con que abre este libro. De él conocemos al menos cuatro versiones, sin considerar que todas ellas tienen su fundamento en otro ensayo, “Modernidad y capitalismo (15 tesis)”, del que se conocen otras tantas versiones.

Consciente del significado de lo impreso –recuérdese los argumentos que Bolívar Echeverría vertió en “Homo legens”, que se encuentra en Vuelta de siglo–, el filósofo ecuatoriano solía poner particular atención a los escritos destinados a publicarse en forma de libro. Los que conforman éste carecen de ella. No en cuanto a su contenido, pero sí en lo que respecta a su edición: los hay que tienen bibliografía, los que no e incluso en el que se repite a pie de página y al final del escrito en cuestión; en otros se hace referencia a escritos del mismo autor que hallándose en este libro se citan con una referencia bibliográfica distinta; repeticiones innecesarias cuando de dos escritos se hizo uno solo, como sucede con el de “Meditaciones sobre el barroquismo”; problemas de dedazos y puntuación, etcétera. Erratas extrañas para quien también ejerció, con la pulcritud que le caracterizaba, el oficio de traductor y editor.

Así, puede decirse que por la infausta circunstancia que precede a su publicación, los ensayos de Modernidad y blanquitud están en cierto sentido inacabados. (2) Esta afirmación tiene una deriva muy precisa: obliga a preguntarse si el autor no habría hecho correcciones de contenido y redacción de último momento encaminadas a matizar o enfatizar, que son los tendencias más notables en sus últimos escritos. Por desgracia, ya nunca lo sabremos.

Otra cosa que no puede pasar inadvertida es que la desaparición del autor otorga a este libro una connotación particular. Me parece que, espontáneamente, se ha convertido en algo así como un testamento abierto, cuyo contenido, más que propiamente heredar, plantea retos y desafíos de altos vuelos que van del actuar como pensador hasta la crítica a la vida moderna como contribución propiamente política para construir un mundo mejor. A continuación quiero precisar solamente ciertos aspectos de esta idea.

Soy de la opinión que, debido a las múltiples lecturas de las que fue objeto desde sus reflexiones sobre lo barroco, Bolívar Echeverría quiso enfatizar explícitamente algunas filiaciones que configuran el núcleo y los derroteros de su pensar. Esto es particularmente notable en este libro. Sin incurrir en la discusión de las “herencias” o “continuidades” a las que es muy dada la academia en la disputa de sus espacios productivos, ni en la argumentación “progresista” que invita a “pasar de largo” lo que la moda intelectual en turno no pontifica, en el ensayo llamado “Sartre a lo lejos” afirma:

Nada hay que pueda darse por ganado en la historia de las ideas; en ella, como en el mito de Sísifo, todo tiene que ser pensado cada vez de nuevo. La noción de progreso no tiene cabida en ella; la sabiduría no es acumulativa. Ningún filósofo posterior a Platón fue "mejor" que Platón porque pudo filosofar encaramado sobre sus hombros. No obstante, puede hablarse de ideas del pasado (o mejor de un presente más amplio, que engloba lo mismo a ese pasado que a nuestro presente particular) que se refieren de manera ejemplar a ciertos temas percibidos todavía como actuales, ideas que son capaces de enriquecer la reflexión en nuestros días. (3)

Aunque la cita se inserta en la lógica de una argumentación que destaca la importancia y trascendencia del “humanismo sartreano”, puede leerse como una declaración puntual del hacer del propio autor, es decir, su dedicación a pensar de nueva cuenta los temas aún percibidos como actuales –entiéndase reales, urgentes, demandantes– de la mano de ideas que son capaces de enriquecer la reflexión en nuestros días.

La pregunta, entonces, es obvia: en este libro, ¿cuáles son para Bolívar Echeverría esos temas actuales y cuáles esas ideas enriquecedoras con las que los aborda? A riesgo de incurrir en un esquema demasiado escueto que no atiende plenamente la riqueza de este libro, es evidente que esos temas son la modernidad y el capitalismo. Lo son en tanto que constituyen ese “presente más amplio” que desde la conjunción fortuita de la neotécnica –que posibilitó una “escasez relativa”–, y el comportamiento ya netamente capitalista –que se afana en la acumulación de capital–, en el delimitado ámbito del “pequeño continente europeo”, llegó a su nivel óptimo con la revolución industrial, (4) para de allí, confundidos (“la modernidad capitalista”), ir en pos del resto del mundo. Este “ir en pos” es en verdad un “estar yendo en pos”. De allí su actualidad. La modernidad capitalista, que es la realmente existente, nos dice Bolívar Echeverría, “está siempre en trance de vencer”, (5) es decir, es una realidad en proceso.

Este proceso es “tortuoso, lleno de contradicciones y conflictos”, afirma el autor. Si esto es así es, primero, porque la modernidad capitalista no logra, como quisiera, abolir la historia. (6) Ella pretende imponerse de manera violenta sobre la base de un conjunto de civilizaciones previas, algunas más densas que otras, que se niegan a desaparecer de la faz de la tierra. Civilizaciones que en su resistir al embate que busca sustituir lo cualitativo del mundo de la vida por lo cuantitativo de la acumulación capitalista, obligan a la modernidad capitalista a una serie de “compromisos” que la tornan impura, y de este modo, le impiden cumplir plenamente su cometido. Tal es el caso de los otros modos o estrategias de ser modernos dentro del capitalismo (el barroco, el romántico, el clásico), que el autor refiere en diversas partes de este libro, o como los llama en el ensayo “La modernidad y la anti-modernidad de los mexicanos”, tipos de “anti-modernidad” si por ello se entiende un resistir o negarse a aceptar pasivamente el modo de ser y la estrategia que propone el ethos realista de la modernidad capitalista, cuya expresión más acabada, por su carencia de “compromisos”, es la americanización de la modernidad.

En segundo lugar, el proceso es tortuoso, contradictorio y conflictivo porque la modernidad capitalista es “ambigua”. Por un lado, afirma el autor, gracias a la “promesa” de la neotécnica ofrece a los individuos singulares la disposición de mayor y mejor cantidad de satisfactores y el disfrute de una libertad de acción, pero por otro, al reprimir las posibilidades y acotar los logros de aquella “promesa” de la neotécnica, escatima a los individuos singulares la calidad de esos satisfactores y de esa libertad. Este lapsus, esta ambigüedad, entre lo que “potencialmente” se ofrece y lo que “realmente” se da, o como cantaría Joaquín Sabina, las mentiras de la realidad “que promete todo pero nada te da”, es la que además de posibilitar la resistencia, gesta las suyas desde el núcleo mismo de la modernidad capitalista: una “anti-modernidad” contestataria o “anti-capitalista” que, según el autor, consiste en una rebelión que quiere y pretende “liberar a la modernidad del destino capitalista que se le ha impuesto hasta a ahora”, (7)
porque torna la vida humana invivible. (8)

No cabe duda que Bolívar Echeverría se adscribe a la estrategia o modo de ser moderno “anti-capitalista”. Desde allí piensa y medita el conjunto de su obra en general y los textos de Modernidad y blanquitud en particular. Precisamente por eso emprende en la década pasada la tarea de analizar y demostrar la existencia de un cuádruple ethos de la modernidad. Su intención al hacerlo es liberar a la modernidad de su atadura capitalista, usando para ello los alcances de un extraordinario discurso racional que se ha construido y expresado también a lo largo de ese “presente más amplio” que sigue siendo actual.

El discurso racional en el que se desenvuelve, cultiva y que practica de un modo particular es aquel fundado por Marx y que se distingue por ser “crítico”. En todos los ensayos de este libro la referencia a ciertas ideas de aquel pensador son explícitas. De hecho, puede decirse que al centrarse en el estudio y análisis de la contradicción entre valor de uso y valorización del valor, el autor pudo llegar a planteamientos como el cuádruple ethos de la modernidad, y por ejemplo, descifrar en su texto “Arte y utopía” el enigmático ensayo La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica de Walter Benjamin.

Conviene tener presente que lo que él ve en Marx es a un pensador del siglo XIX que, no obstante, desarrolla “ideas que son capaces de enriquecer a la reflexión de nuestros días”; días, como ya se dijo, caracterizados por “un estarse imponiendo” de la modernidad capitalista. Es la actualidad de la modernidad capitalista la que otorga a ciertas ideas de Marx su actualidad.

Pero no sólo. La apertura de Bolívar Echeverría hacia ideas fecundas lo lleva a tomar seriamente aquellas que por su radicalidad fueron desdeñadas por el marxismo oficial u ortodoxo, o insuficientemente comprendidas en general por los que compartían el uso del discurso crítico; ideas expuestas por pensadores como Heidegger, Sartre, Benjamin, Adorno, Horkheimer, y un largo etcétera. Lo interesante es que se toma en serio ciertas ideas que poco tienen que ver con aquel discurso, desde Severo Sarduy hasta Octavio Paz y Edmundo O’Gorman. (9)

En esta apertura hacia ideas fecundas no hay que ver solamente un talante moral. A fin de cuentas, él perteneció a lo que suele denominarse “generación del 68”. Aunque ya estaba más próximo a su tercera década cuando la rebelión juvenil hizo su aparición en Alemania, Francia y después México, es claro que la experiencia adquirida durante esos años definió su dedicarse a cultivar el discurso racional como una de las actitudes políticas más radicales entonces existentes en el horizonte. Muy probablemente esta decisión también tuvo parte de su inspiración en las biografías de Marx y Benjamin entre otros, pero como es evidente en el texto “El 68 mexicano y su ciudad”, se debe sobre todo a que fue peculiarmente consciente de que en ese momento se cerró una historia cuyos orígenes se remontan a la Revolución francesa. Desde entonces se le hizo evidente que la radicalidad del “espíritu” del 68 se jugaba y se sigue jugando en el cultivo de un discurso racional y no en otro tipo de acciones contestatarias o reformistas. Un discurso, hay que decirlo, que se quiso y quiere extinguir con sangre, desesperación, impaciencia, cooptación, mercantificación y hambre.

Pero dentro del discurso racional que Bolívar Echeverría cultiva “apertura” no quiere decir “confianza” ni optimismo infundado. En la presentación que hace del libro Modernidad y blaquitud escribe:

La argumentación principal de los textos reunidos en el presente volumen intenta [...] averiguar los mecanismos que llevan a ese poderoso impulso homogeneizador [de la modernidad capitalista] a esquivar, cuando no integrar, las resistencias que le presentan las identidades naturales –sean éstas tradicionales o inéditas–, a imponerse sobre la tendencia centrífuga y multiplicadora que ellas traen consigo. (10)
Su objetivo general con este libro es problematizar la confianza humanista en la diversidad humana, sea como núcleo inexpugnable o bien como resultado necesario de la mundialzación, porque ella se basa en una lectura o comprensión en extremo candorosa de la historia o bien en una fe cuasi religiosa. La debilidad fundamental de esta confianza es que parte de la creencia en un orden natural de las cosas, como si se cumpliera de manera automática y sólo hubiese que esperar a que todo llegue a buen arreglo en el momento adecuado. Como si cualquier paraíso se pudiese restablecer por sí mismo. Esta actitud es la que Benjamin criticó a sus camaradas comunistas antes de su suicidio y es la que vuelve a criticar Bolívar Echeverría, ya no a los inexistentes comunistas, sino a los humanistas del siglo XXI. La actualidad de la “modernidad capitalista”, piensa Echeverría, no puede ni debe combatirse con creencias o fe de ningún tipo. Solamente el discurso racional crítico puede descifrar los mecanismos que están posibilitando la hegemonía de la modernidad capitalista. Hacerlo es, literalmente, un asunto de vida o muerte.

¿Cuáles son esos mecanismos? En este libro Bolívar Echeverría enfatiza tres de ellos. El primero, se relaciona con la neotécnica, a la que entiende como la capacidad del ser humano de emprender premeditadamente la invención de nuevos medios de producción. Esta capacidad es el fundamento de la modernidad como tal. Ella inaugura la posibilidad de construir una vida civilizada sobre la base de una escasez sólo relativa de la riqueza natural a la vez que abre las puertas a una nueva relación con la naturaleza basada en la colaboración para un mutuo enriquecimiento. (11) Sin embargo, al encontrarse con el comportamiento capitalista, esta neotécnica es disminuida y reprimida para favorecer únicamente su aspecto funcional para la acumulación de capital. La reproducción universal de esta neotécnica reprimida es una de las estrategias rectoras que posibilitan al “poderoso impulso homogeneizador” de la modernidad capitalista imponerse.

La represión y disminución de la neotécnica llevada a cabo por la modernidad capitalista tiene su correspondiente en el cultivo de una identidad humana que se entiende como amo y señor de lo Otro, dispuesto allí para ser sometido y explotado en favor de la acumulación de capital. Una identidad que procede a anular “la otredad de lo otro”, convirtiéndolo “en un ‘caos’ o naturaleza salvaje por conquistar y domesticar”, (12) y que culmina reprimiendo en sí mismo toda tendencia al cultivo de lo cualitativo del mundo en favor de lo cuantitativo de la acumulación de capital. Es éste el segundo mecanismo con el que la modernidad capitalista se impone.

El tercero es la existencia de un “racismo” que exige la presencia de una “blanquitud de orden ético o civilizatorio como condición de la humanidad moderna”, (13) nos dice el autor. Una blanquitud que manifieste la interiorización de las exigencias productivistas del capital por medio de la “apariencia física del cuerpo y del entorno, limpia y ordenada, hasta la propiedad de su lenguaje, la positividad discreta de su actitud y su mirada y la mesura y compostura de sus gestos y movimientos”. (14)

Así, Bolívar Echeverría encuentra en la neotécnica reprimida por la modernidad capitalista el mecanismo esencial que le permite irse imponiendo y que se refuerza, por un lado, con una concepción de la naturaleza como caos y enemigo a ser sometido, y por otro, con la exigencia de interiorización del ethos de autorrepresión productivista del individuo singular que tiende a manifestarse con el éxito económico y con una blanquitud ética o civilizatoria que lo hace evidentemente visible.

Sólo con un discurso racional como el de Bolívar Echeverría, que por un lado, identifica los temas actuales, y por otro, los analiza usando libremente ideas enriquecedoras surgidas a la par y la sombra de aquellos temas, es posible dar cuenta de estos mecanismos que permiten a la modernidad capitalista irse imponiendo. Dar cuenta, como él lo hace, de las resistencias provenientes de civilizaciones anteriores que pretenden ser arrasadas o de las que surgen en el seno mismo de la modernidad capitalista debido a su ambigüedad, es condición necesaria pero no suficiente para liberar a la modernidad del capitalismo. Justo por esto Modernidad y blanquitud es un testamento abierto: deja temas pendientes que el lector ha de pensar de nuevo y por su propia cuenta y riesgo si quiere salir del dilema en que lo encierra la modernidad capitalista, a saber: ser como el Ciudadano Kane, que únicamente se permite el momento de lo cualitativo cuando expira ("Rosebud") o como Willie, Eva, y Eddie, cuya fallida pero ansiada blanquitud les hace perderse, en una circulación “paria” y sin sentido, entre Nueva York, Clevland, y Florida, en Stranger Than Paradaise de Jim Jarmush.




Notas

(1) Por reelaboración quiero decir matices y énfasis que no significan cambios decisivos en el sentido de los textos pero que, a menudo, esclarecen y responden las dudas que su previa publicación o lectura pública generó, o bien que obedecen a una suerte de "voluntad pedagógica" no tan acentuadas en sus previas versiones, cuyo rasgo más distintivo es "desatar" su forma de escribir.
(2) Es importante indicar que los ensayos que Bolívar Echevrría publicó en forma de libro no fueron de nueva cuenta reelaborados, salvo el de Definición de la cultura, del que manifestó querer reescribir.
(3) "Sarte a lo lejos", pág. 167
(4) "Definición de la modernidad", pág. 30
(5) Ibídem., pág. 18
(6) No logra hacerse un mundo "suspendido" y a la medida como el que aparece en la película Wall.E
(7) "La modernidad y la antimodernidad de los mexicanos", pág. 242
(8) Una vida que exige interiorizar un comportamiento definido por la acumulación de capital que hace de lo otro un caos que es necesario someter e integrar al cosmos de la ganancia capitalista. Vid., "Acepciones de la Ilustración", pág. 50)
(9) Véanse particularmente los ensayos "Acepciones de la Ilustración", "Arte y utopía", "Sartre a lo lejos", "Meditaciones sobre el barroquismo".
(10) "Presentación", pág. 10
(11) "Definición de la modernidad", pág. 22
(12) "Acepciones de la Ilustración", pág 51
(13) "Imágenes de la blanquitd" pág. 58
(14) Ibídem., pág. 59

sábado, febrero 19, 2011

Cassez

El señor Calderón declara, enfático, que México no se someterá a Francia, y reclama el mismo respeto que en estos lares se le tiene a las instituciones de aquel país. Sólo falta que culmine con un amén cada declaración y reclamo para intentar convencernos de que está procediendo correctamente en una confrontación de dimensiones éticas y que procura la salvaguarda del honor nacional. Pero todo esto no pasa de ser pura y dura demagogia surgida de una necesidad de recuperar puntos en las encuestas sobre su gestión en el poder ejecutivo mexicano.

Difícilmente puede uno perturbarse con la exigencia del gobierno francés sobre el caso Cassez. A fin de cuentas, como nunca se ha visto en nuestro país –y a juzgar por las circunstancias, nunca se verá–, un gobierno asume, como debe, la defensa de una de sus ciudadanas ante una duda razonable sobre el proceder judicial del país que la condena.

El montaje televisivo de la aprehensión de Cassez sería fundamento suficiente para aquella duda razonable. Pero sucede que en México, esta duda es pertinente desde el hecho mismo del cuestionamiento sobre la legimitidad electoral con que el señor Calderón llegó al poder ejecutivo. Es decir, la duda razonable tiene un doble fudamento; uno particular, referido al caso Cassez, y otro estructural, que da cuenta de lo fallidos, perversos e inciertos que son las instituciones mexicanas y el propio Estado mexicano. Esto último reconocido por el señor Calderón al afirmar que “haiga sido como haiga sido” resultó ganador.

La exigencia del gobierno francés no versa sobre la inocencia de Cassez sino sobre la incertidumbre institucional mexicana. Esto explica la desmesura con que el señor Calderón y su séquito han respondido. Incapaces de ofrecer certidumbre alguna abrevan del fango nacionalista para responder. Al cuestionamiento francés se lo convierte en una afrenta nacional para, de este modo, crear un consenso artificial en torno al poder ejecutivo. Para ello no se escatiman recursos ni dispendio. El aparato institucional y las concesiones de los mass media operan de manera conjunta para trasladar el punto de atención hacia una discusión bizantina que permite al señor Calderón afirmar, mordiéndose la lengua, que México no se someterá a Francia, como si México no viviera sometido ya a otra lógica frente a la cual, institucionalmente, no se opone resistencia alguna ni se responde con énfasis a ninguna afrenta ni mucho menos se defiende a ningún ciudadano mexicano aunque sea asesinado de manera artera.

Poner las cosas en su lugar no supone, como insiste el señor Calderón, un deliberado intento de dañar la institución presidencial. Él suele confundir su persona con la institución, como todos los reyezuelos y dictadores que han existido. Lo que se quiere, cuando se señalan este tipo de cosas desde dentro del país, es salvar a la institución presidencial de los desatinos que comete su ocupante ocasional, cuyo problema de alcoholismo es lo de menos. Es este ocupante el que nos debe respeto y hay que exigírselo enfáticamente, no en términos morales, sino políticos y públicos. Su vida privada no ha de confundirse con su desempeño público; lo primero compete a su esposa, lo segundo a los mexicanos.

Por supuesto todo esto nada tiene que ver con el dolor de los familiares de los asesinados en secuestros. Mucho menos implica una exoneración de Cassez. Pero su culpabilidad requiere ser dictada por una certeza jurídica inexistente en nuestro país. De lo contrario, como sucede hasta hoy, también se le falta el respeto a los muertos y a sus deudos.

jueves, febrero 17, 2011

Presentación del último libro de Bolívar Echeverría


El lunes 21 presentamos el último libro de Bolívar Echeverría. Antes de morir, el 5 de junio del año pasado, este libro estaba en prensa. Seguramente, con el tiempo, serán publicados otros libros con textos escritos por el filósofo ecuatoriano pero su publicación no contará más con su minuciosa supervisión. Por eso, con todo rigor, puede decirse que éste es su último libro. Ojalá nos puedan acompañar.

lunes, febrero 07, 2011

Problema de salud pública

Desde hace un par de décadas en México se ha acentuado una política gubernamental que considera tanto las adicciones como la obesidad como un problema de salud pública. Lo que se teme son sus consecuencias, sobre todo económicas, pero también, y no en menor medida, sociales. Se afirma que los “enfermos” (adictos y obesos), además de hacerse daño a sí mismos, lesionan de una u otra forma a los demás. Por ello se considera necesaria y urgente la intervención del poder estatal incluso si va en contra de la voluntad privada de los “enfermos”.

El “excesivo” gusto privado, cuando afecta la dimensión pública, es objeto de una política preventiva cuando no represiva. De este modo, los particulares “enfermos” que afectan al conjunto de lo público son objeto de la intervención de políticas estatales. Es, según esto, un deber, una obligación del gobierno y del Estado.

Entre las adicciones que se consideran más peligrosas está el alcoholismo. Las políticas denominadas “alcoholímetro”, como medida de prevención, muestran claramente aquello que se teme y pone el acento sobre la responsabilidad de la autoridad para salvaguardar el bienestar de los que pueden resultar afectados por el actuar y proceder de un “enfermo”.

La cuestión es más seria si el “enfermo” ocupa un puesto público.  Su capacidad de daño es exponencial. Así, corresponde al propio Estado y al gobierno (recuérdese que hay división de poderes, al menos formalmente), en plena ejecución de sus políticas preventivas, tomar las medidas pertinentes al respecto. De lo contrario, están faltando a su propio deber y resultan incongruentes con lo que se ha proclamado en las últimas décadas. Cabe recordar que un Estado y un gobierno que no velan por el bienestar de sus habitantes y ciudadanos no merecen obediencia alguna. Y que, dado el caso, es la sociedad la que debe procurar su propio bienestar, incluso deponiendo a sus propias autoridades.

Cuando el representante de un poder ejecutivo se convierte en un problema de salud pública por su “enfermedad”, las restantes ramas del gobierno han de proceder adecuadamente. Ejemplos sobran: Jaime Abdalá Bucarán Ortiz, en Ecuador (1997); Bill Clinton en Estados Unidos (1998) y ahora Berlusconi (2011). Desde esta perspectiva, es el conjunto del gobierno y el propio Estado mexicano los que están en la mira. Por eso Aristegui insistió en que se debía aclarar si el señor Felipe Calderón padece o no un problema de alcoholismo. El que se le haya cesado de MVS indica la pertinencia de su exigencia y nos da motivos para exigir un nuevo gobierno y, por qué no, un nuevo Estado.
P.D. A los pájaros en el alambre, que me consta frencuentan este espacio, debe quedarles claro que no se está incitando a ninguna rebelión. Por fortuna para un servidor y por desgracia para ustedes, las rebeliones surgen de otro lado, de aquellos que por carecer de internet o celular, no son “espiables” pero padecen las impericias de un gobierno que parece estar encabezado por un alcohólico. Allí está Egipto.