Nunca imaginé que reposo eterno fuera una mentira más. Yo que tuve la osadía de pensar entendía mensajes y palabras divinas, padezco el peor de los desamparos. ¿Por qué el afán de no dejarme, dejarnos descansar? Borrosos llegan a mí los recuerdos de aquel paisaje que desde lo alto vi por tiempo indefinido. Después del horizonte me dejaron allí, encerrado, sin poder ver otra cosa que la estrechez de aquella sagrada cárcel que también imaginé infinita. Luego me arrojaron a esta promcuidad gloriosa. La vida después de la muerte me deparó palceres que en vida no pude imaginar, ni siquiera de la mano de la literatura más perversa y por eso mismo prohibida. Algo seductor hay en esta mezcla de huesos, cabellos, olores no siempre fétidos; en este no saber quién soy ni dónde comienzo o termino. Este placer insidioso y cotidiano que no respeta ninguna parte íntima, que me corroe hasta lo huesos, literalmente. Mi cabeza ya no responde por mi cuerpo. Se ha perdido en un mar infinito de granos de arena, tierra y carroña. La oscuridad de siempre me era soportable por la luz de este gozo que tras de sí dejó el sufimiento. Y ahora este afán de remover. No hay descanso ni lo habrá. ¿Cómo podrá haberlo si me encuentro con una realidad que nunca pensé ni soñé ni imaginé? Con ese ruido, con esa desmesura, con tanta luz. Y estos reflejos que me dejan saber que solamente soy un cráneo al que se mira con curiosidad, quizá no tanta como con la que yo miro esto que dicen es la patria soberana.
Dice Tabucchi: los libros de viaje "poseen la virtud de ofrecer un doquier teórico y plausible a nuestro donde imprescindible y rotundo". Hay muchos tipos de viajes: los internos, los externos, los marginales. Este blog quiere llenarse de estos viajes, e invita a que otros sean también, con sus viajes, un doquier para mi donde.
lunes, mayo 31, 2010
lunes, mayo 17, 2010
El Jefe
Dicen que el ex novio celoso de la novia jovencita y guapérrima del susodicho decidió cobrarse a la mala sus celos. Aunque yo pienso que se trató más bien de resarcir la dignidad lesionada. Sea cual fuere el motivo cierto, la que primero perdió fue la razón: pocas cosas obnubilan más que los celos o la dignidad arrastrada por el fango. Así que en plena sinrazón el ex decidió algo descabellado: chingarse al intocable precisamente porque a nadie en su sano juicio se le habría ocurrido chingárselo. Como se ve, la lógica del argumento es al más puro estilo Matrix (la primera). Recordó entonces lo que en plática dolorosa y final le dijo su ex: “Tiene lana, hartos bienes inmuebles, no es bueno en la cama pero tiene una casita de campo poca madre allá en Querétaro a la que llegan un expresidente poderoso y otros. El puro y los pelos son soportables. Ofrece futuro, en cambio tú me das un presente jodidamente aspiracional”. Además, sobrada, remató: “Es un lugar que se sabe no hay que tocar; sólo algunos privilegiados podemos”. Entonces el novio, lleno de ira, se dijo a sí mismo: "chinguesu" y se lanzó en busca de su presa. Como buen católico se dijo: “Yo, como Job, a chingarme al Leviatán”.
Recorrió la zona con calma, como tusita. Preguntó por acá, por allá. La ñora de las quesadillas le dijo dónde es porque “no es un secreto para nadie”. El ex se fue entonces a inspeccionar el lugar. Ronda, vigila, aguarda. Los días pasan y de pronto encuentra la oportunidad: ve la camioneta del Jefe. Con más audacia que inteligencia, se le para enfrente, solicitando auxilio. Se dice perdido. Se lo dice a sí mismo en un destello racional y se lo dice en voz alta al Jefe para dar una explicación relativamente creíble de su presencia en lugar. El Jefe escucha. Decide ayudarlo porque ¿quién podría tocarlo? Además, nunca se sabe, en la cadena de favores, todos son útiles (se dice a sí mismo el Jefe, recordando al expresidente, al diputado, el empresario, al payaso). Sube al extraño. Éste, sin más, le da un putazo, bien dado, entre ceja, oreja y madre. Luego, otro vergazo. En la desesperación se da cuenta que no tiene arma alguna, pero allí, a la mano, están unas tijeras que el Jefe usa para cortar su puro. Las toma. En plena locura se las mete en un costado al pobre Jefe cuyas barbas se remojan en sangre. Piensa que se siente blandito. Avienta las tijeras al asiento trastero, sin poder evitar una mueca de asco. El ex toma el control de la camioneta. Avanza hasta que encuentra un burro atado a un árbol. Se detiene, baja al motivo de su locura, lo sube al burro y piensa “cómo apesta este cabrón a puro”. Inmediatamente en juego de palabras agrega para sus adentros: “Puro cabrón, cabrón puro, pinche puto”. Caminan. El Jefe se queja. Él le da otro madrazo para que se calle. Se internan en el campo. El ex piensa: “Si seré pendejo, ahora con qué le corto los güevos a este puto cabrón?”…
Recorrió la zona con calma, como tusita. Preguntó por acá, por allá. La ñora de las quesadillas le dijo dónde es porque “no es un secreto para nadie”. El ex se fue entonces a inspeccionar el lugar. Ronda, vigila, aguarda. Los días pasan y de pronto encuentra la oportunidad: ve la camioneta del Jefe. Con más audacia que inteligencia, se le para enfrente, solicitando auxilio. Se dice perdido. Se lo dice a sí mismo en un destello racional y se lo dice en voz alta al Jefe para dar una explicación relativamente creíble de su presencia en lugar. El Jefe escucha. Decide ayudarlo porque ¿quién podría tocarlo? Además, nunca se sabe, en la cadena de favores, todos son útiles (se dice a sí mismo el Jefe, recordando al expresidente, al diputado, el empresario, al payaso). Sube al extraño. Éste, sin más, le da un putazo, bien dado, entre ceja, oreja y madre. Luego, otro vergazo. En la desesperación se da cuenta que no tiene arma alguna, pero allí, a la mano, están unas tijeras que el Jefe usa para cortar su puro. Las toma. En plena locura se las mete en un costado al pobre Jefe cuyas barbas se remojan en sangre. Piensa que se siente blandito. Avienta las tijeras al asiento trastero, sin poder evitar una mueca de asco. El ex toma el control de la camioneta. Avanza hasta que encuentra un burro atado a un árbol. Se detiene, baja al motivo de su locura, lo sube al burro y piensa “cómo apesta este cabrón a puro”. Inmediatamente en juego de palabras agrega para sus adentros: “Puro cabrón, cabrón puro, pinche puto”. Caminan. El Jefe se queja. Él le da otro madrazo para que se calle. Se internan en el campo. El ex piensa: “Si seré pendejo, ahora con qué le corto los güevos a este puto cabrón?”…
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