Estimada señora:
Ofrezco antes que todo una disculpa por estas líneas. Sorpresa ha de sentir usted de que le lleguen, siendo como soy un absoluto desconocido para usted. Pero la situación amerita que me tome hoy esta libertad, esperando que a usted no le sea del todo indiferente.
Los motivos por los cuáles me abstuve de escribirle antes, señora, son tan largos que no acabaría de enumerarlos en una cuartilla. Pero si de sinceridad se trata, debo decirle que usted siempre me parece más mito que realidad, más bandera que paisaje, más abstracción que concreción alguna. (O como diría un poeta mucho más inteligente que yo: su fulgor abstracto es inasible). Refractario como soy a los sentimentalismos de altura, nunca me dio por buscarle o hacerle llegar mi sincero servicio. Y es que tratándose de usted, señora, los sentimientos de la mayoría se hinchan de modo para mí incomprensible. Los símbolos con los que usted suele aparecer señora, a saber, ciertos colores y una melodía belicosa, las más de las veces me hacen bostezar. Sé que probablemente peco de sincero, pero lo soy con afán de que usted entienda quién le escribe.
Señora: creo que de tanto mito, tanta abstracción, tanto abanderamiento, tanto “fulgor inasible”, usted existe como mera nube lejana en los horizontes humanos. Sin embargo, muchos, casi demasiados, hablan en su nombre. Yo me pregunto señora si usted carece de voz propia. Porque si uno atiende a todo lo que de usted dicen, o en su defecto, lo que en nombre de usted dicen, pues parece que ha perdido el camino. Dicen que usted quiere tantas cosas, todas ellas tan contradictorias e imposible de conciliarlas, que uno piensa si en verdad sabe lo que quiere o si sus intérpretes son capaces de interpretar algo, cualquier cosa, de manera correcta. Por eso, señora, no me fío de quien dice interpretar su voluntad, pero tampoco de ese reiterado y prolongado silencio que nos obsequia. En suma señora mía, no creo le sorprenda un servidor confiese que usted resulta ser una total extraña, como tampoco puede sorprenderme que ahora usted frunza el seño leyendo estas torpes palabras.
Somos, en efecto señora, un par de extraños. Mas eso tiene sus ventajas. Me tomo la libertad de hablarle como se hace con un extraño: sin preocupación por susceptibilidades pero también sin ganas de convencer. Digamos que sólo deseo ocupar un poco de mi tiempo desperdiciando un poco del suyo.
Imagino que usted sabe perfectamente que ahora anda usted de moda. La traen para arriba y para abajo. El motivo señora es su sangre, esa sangre negra que corre por sus venas. Sangre que nosotros y otros muchos necesitan. Y es que ya sabe usted cómo es la humanidad: de que descubre algo, se obstina en usarlo hasta que desaparece por completo de la faz de la tierra. Esta necesidad es la que hace de su sangre un problema señora.
Algunos habitantes de este territorio que dicen es de usted, piensan que lo mejor es que su sangre sea extraída de modo más eficiente. Piensan que lo mejor es ir a profundidades insondables. Y para ello piensan que lo mejor es que otros traigan todo lo necesario para lograr aquel objetivo (otros extranjeros o nacionales, pero “otros”, es decir, los que tienen dinero, maquinaria, tecnología). No le pregunto señora si eso le duele, porque me imagino que sí. Eso de que la sangre de uno sea susceptible de explotación debe doler, y no sólo físicamente. Pero ellos dicen señora que lo hacen para engalanarla a usted, para llevarla a las marquesinas donde sólo se anuncian a las mejores reinas, con la altivez y joyas que son propias de toda realeza. Suena bien, señora. Aunque tengo mis dudas que la lividez de su cuerpo carente de sangre luzca de la mejor manera. Pero para eso, señora, existe el maquillaje. Al menos eso dicen.
Otros, por el contrario señora, piensan que la extracción de su sangre debe quedar en manos de propios y no de extraños, de instituciones y no de individuos. Coinciden en la necesidad equipos y mecanismos sofisticados para lograrlo. En cambio dudan si es necesario llegar a profundidades insondables. Piensan que todo es un asunto administrativo y de eficiencia. Sin duda coinciden en la idea de engalanarla a usted, pero desconfían que manos ajenas tengan esta misma intención. Por eso, con férrea posición, argumentan que su sangre es nuestra, de todos los que habitamos en su cuerpo, y que por tanto, quien debe extraer su sangre es una institución que represente a todos los que en su territorio vivimos.
Si le interesa saber, estoy más de acuerdo con los segundos que con los primeros. Pero estar “más de acuerdo” no es aceptar sin parar mientes. Porque difiero de ambos en una cosa sencilla señora: no estoy en absoluto de acuerdo que a usted se le vea, se le piense, y por tanto se actúe en consecuencia como si usted fuese un mero objeto explotable. Quiero decir, una posición y otra parten del mismo supuesto: que usted, que su sangre, es “explotable”. ¿Sabe señora? soy de la opinión que cuando el oprimido asume los términos de los que “oprimen”, ya está fundamentalmente derrotado. ¿Cómo oponerse con coherencia a los que desean la explotación de su sangre de manera privada y eficiente si lo que se pretende es también esa explotación, aunque institucional, estatal? Es decir señora que llevada al extremo no veo una diferencia cualitativa entre quienes la ven como un objeto explotable particular y los que la ven como un objeto explotable colectivo. Usted, de una forma u otra, su sangre al menos, sigue siendo un mero objeto para quienes abanderan la privatización de su explotación o para quienes proponen la “estatización” de su explotación.
Yo me pregunto señora si en las actuales circunstancias no sería conveniente salirse del lenguaje dominante. Porque aunque ganen, como creo lo van a hacer, los que se oponen a la privatización de la explotación de su sangre negra, en realidad no hacen sino retrasar una lenta imposición. De lo que estamos carentes señora, es de un lenguaje (con todo lo que ello implica) del no oprimido. Y si estamos carentes de ello, también obvia decir que estamos carentes de propuestas y soluciones que sean en verdad distintas a las que imponen los que todo lo piensan como mercancía y que asumen que la naturaleza y la “patria” están allí, a su disposición, para ser holladas y explotadas hasta su última gota de sangre. Todo de modo impune.
Bueno señora, creo que estas “líneas” ya son demasiadas, y lo que es peor, creo no sirven absolutamente para nada que no sea pasar el tiempo. Que le sea leve lo que viene, señora. Si acaso debo decirle que no me entusiasma la idea de verla engalanada de un modo o de otro.
Vale señora, sigamos como lo que somos: un par de desconocidos.