viernes, diciembre 02, 2005

Hipocresía

Miras, no dejas de mirar. Sabes que no estás en una atalaya pero también te sabes en un lugar único. Las leyes de la física son inmutables aun entre los seres humanos: dos cuerpos no pueden ocupar un mismo espacio al mismo tiempo. Esta certeza te basta para comprender la unicidad de cada individuo, su singularidad misma. Pero objetas el derrotero de esta certeza: llevada al extremo es el mejor camino para extraviarse y perder piso. ¿No es acaso la sobrevaloración de la singularidad lo que proclama el capitalismo hoy en día? ¿qué otra cosa son las propagandas personalizadas, las tarjetas de crédito con la propia fotografía, que la exaltación mercantil de la singularidad? ¿no son, por decirlo así, la valorización del valor mismo de la singularidad?, te preguntas. Bajo esa extraordinaria fascinación, te dices, se quiebran y diluyen los lazos comunitarios, porque a fin de cuentas –musitas– el malentendido ha proliferado: colectividad e individuo se oponen como el día y la noche, como la luz y la sombra. Nociones todas ellas tan bélicas y maquiavélicas que no pueden negar su filiación capitalista. Habría que recordarles a todos –te conminas a hacerlo– que el proceso de individuación solamente es posible en una sociedad y/o una comunidad compleja, y que por eso mismo individuo y sociedad no se oponen en modo alguno. Te dan ganas de preguntarle a los demás si de verdad las ideas e ideologías ya pasaron de moda, pero recuerdas la mirada de incomprensión que te lanzan cada vez que hablas así. Y tú mismo no sabes qué responderte cuando en todo momento reivindicas tu nombre sin ostentar títulos. Es que yo soy yo porque los otros me dejan ser yo, comentas en voz alta. Recibes las mismas miradas de incomprensión. Guardas silencio y sigues tu viaje en el transporte público fijando tu atención en los mares de vehículos que hay ante ti.