viernes, octubre 15, 2021

El día más extraño

 Hoy, por la madrugada, una voz femenina imperiosa me ordenó despertar. Fue la cosa más extraña porque estaba completamente solo. Acostumbrado estoy a este tipo de cosas, más como el indicio de una locura incipiente que otra cosa. Sería mucho afirmar que una voz que llega de la nada me deja indiferente. No es que me asuste, pero tampoco logro tranquilizarme rápidamente. Eran las 5 AM. Así que me levanté, y pese a haber decidido el día anterior no ir a nadar, comencé a prepararme para hacerlo.

    Entre mi casa y el lugar donde estaciono mi auto media un trayecto que a paso veloz recorro en cosa de 5 minutos. A esa hora, 5:30 AM, no abundan las personas por los andadores que recorro. Ya decidido, ese recorrido me hace feliz porque lo puedo hacer sin cubrebocas. Pero hoy, en el último tramo, una mujer me quitó esa breve felicidad.

    Ella estaba sentada en los primeros escalones de un dúplex, razón por la cual no era visible a primera vista, sobre todo porque los arbustos que delimitan las propiedades la ocultaban. Al escuchar su voz me paré en seco. No entendí lo que me dijo, así que observándola cuidadosamente respondí –¿Perdón?–.

    Se trataba de una mujer que no había visto nunca. De tanto recorrer los andadores se ubica quién es vecino y quién no. A esta mujer no la había visto antes por allí. Su tez morena, y su chal puesto sobre la cabeza, le daban un aire de actriz de película nacional. A saber cómo –no había mucha luz– supuse era una mujer indígena.

    –Va a haber cambio de guardia –me dijo–. Debes tener cuidado –concluyó.

    Aunque esta vez entendí su decir, no comprendí lo que me quiso decir. Musité un ¡ah!, seguido de un gracias, y continué mi camino. En mi auto pensé lo extraño que había sido todo eso, desde la voz hasta esta mujer diciéndome eso de la guardia.

    Ya de regreso en casa, después de desayunar, al filo de las 10 AM, recibí un mensaje de una querida amiga informándome de la muerte de Alfredo López Austin. Me quedé con la taza de café en la mano intentando asimilar el dolor de la noticia, aunque ya era de esperarse que sucediera, sobre todo desde la semana pasada.

    Lo curioso fue que en mi cabeza y corazón se tejieron redes instantáneas. Pensé que ese sí es un cambio de guardia. Los “grandes” han desaparecido, punto. Aún queda uno que otro gigante, alguno probablemente ya sea un “grande”. Pero lo que se avisora es el desierto en el que dicharacheros, curanderos y profesores intentamos arar sin mucho éxito. Es la época me digo. Alfredo decía de sí mismo que era especialista en mitos porque en su momento no había nadie que los estudiara. Ese es el punto: los grandes ensanchan el mundo; los gigantes lo pueblan; el resto a veces lo vemos, a veces lo habitamos.

    Escribo esto sabiendo que carece de sentido. Pero así es el dolor y así son las estrategias que seguimos para superarlo. Sigo sin entender de qué debo tener cuidado, pero creo ya no hay nadie a quién preguntarle.