viernes, enero 08, 2021

Dígase lo que se diga

 Hoy, de nuevo, en el quiosco para pruebas COVID en la Alameda del Sur. En la espera de la prueba y el resultado, tuve oportunidad de observar con mayor detenimiento todo el proceso de servicio para la prueba. Lo primero que es necesario subrayar es que, dígase lo que se diga, el esfuerzo institucional es enorme. No sólo por el costo material y económico implicado en esto, sino sobre todo por los recursos humanos. Este esfuerzo es una gran convergencia que demuestra un gobierno activo. Por supuesto que en términos individuales puede haber servidores poco honestos, mal encarados, poco hábiles, así como otros honestos, amables y extraordinariamente hábiles, pero lo que resulta grato es el esfuerzo institucional. Para mí fue una sorpresa hallar un ánimo de confianza en medio de la incertidumbre del posible contagio. Lo cual, me hizo pensar una vez más en lo que he sostenido una y otra vez cuando me piden reflexionar sobre la profesión del trabajo social: durante mucho tiempo, en este país, la presencia más palpable del gobierno y del Estado ha sido la de aquellos que ejercen la profesión de la medicina, la enfermería, el trabajo social, el magisterio y aquellas vinculadas a la represión. En este quiosco la presencia de las instancias de gobierno estuvo en esos profesionales que durante el lapso que estuve allí hicieron con cierto aplomo y temeridad cientos de pruebas a una población inquieta. Eso no quita que allí mismo haya brotado una vez más un tufillo de corrupción, como el día de ayer pude constatar. El hecho de presenciar dos actos iguales seguidos en el mismo lugar quiere decir es una constante. Sin embargo, no encuentro que eso alcance para descalificar lo otro.

Las incansables discusiones sobre lo que el gobierno federal y local han hecho bien o mal, la insistencia en el comportamiento de figuras visibles, sea el Presidente, el Subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud o la Jefa de Gobierno, suele carecer de un mínimo esfuerzo de irse a asomar a lo que allá, en la brega diaria y el anonimato de las masas sucede. Cuando se observa ese ámbito operar pese a todo, se comprende a cabalidad lo agotador e inútil que son las batallas por los encabezados de la prensa o los votos electorales. Para sorpresa mía, en las casi dos horas que anduve por allí, nadie habló de aquellos protagonistas, sino de la vida cotidiana de cada quien, de las luchas personales, de los empeños de cada hogar. No vi a uno solo ser desagradecido con los profesionales que nos atendieron. Incluso, el ánimo igualitario frente al policía, la vendedora de autos, el emprendedor, el universitario, el albañil, el empresario, etcétera, terminó por asombrarme. Nadie, absolutamente nadie, echó porras a los gobiernos en turno, quizá porque se entiende que esto es un deber gubernamental. La congratulación por lo que se debe hacer aquí parece estar fuera de lugar. Por eso dudo que todo este comportamiento se haya debido al color de un gobierno. Allí están, para recordar, las tragedias del mismo tenor que nos han convocado en años y décadas pasadas, frente a las cuales nos comportamos de manera similar. Y no obstante, es cierto, a diferencia de otros gobiernos, los actuales –el federal y el local– parecen activos: no viven declarando que México sigue en pie sin hacer gran cosa. Pero no hay que confundir nunca el ánimo de la población con el designio de un gobierno. Es esto lo que suele olvidarse y usarse como patente de corso de manera sistemática desde la francachela gubernamental.

Lamento no haber tenido ánimo de fotografiar todo lo que vi hoy. Estaba más ocupado en mirar los árboles, sentir el sol, y observar a mi madre. Toda una vida condensada y en fuga.

Y no, esto no cambia el sentido de mi voto, ni la crítica que me parece merece este gobierno, ni la convicción de que como lo demuestra el partido actualmente dominante, el camino al priismo está hecho de buenas intenciones y una que otra pésima decisión, como violentar sus propios estatutos.