viernes, octubre 22, 2021

La discrepancia, la discrepancia.

Cínico sería negar la existencia de elites, corrupción y la imposición de un talante neoliberal en la UNAM. Innegable es el entusiasmo con que desde las estructuras institucionales se abrazó dicho perfil, que a su cobijo se empoderaron aún más las ya de por sí empoderadas elites académicas, y que la corrupción se convirtió en moneda corriente de la institución, aunque justo es decirlo, ésta le antecede por mucho a la vena neoliberal. Pero una cosa es que desde arriba se haya impuesto esta lógica, con la aquiescencia de no pocos ubicados en la base de la estructura piramidal, y otra cosa es que la UNAM tenga una “esencia” a la que se traicionó en décadas recientes.

El ex rector Javier Barros Sierra, en tiempos oscuros, álgidos, de amenaza a la UNAM por parte del gobierno federal en turno, afirmó que la discrepancia es la esencia de la universidad. Aquel discurso lo concluyó con una conminación a manifestarla pacíficamente. Si es que existe algo así como una esencia universitaria, efectivamente sería ésta (¿acaso se olvida la postura de la libre cátedra frente a lo que intentaba imponerle el gobierno posrevolucioanario?). Esto es lo que, con sus generalizaciones muy básicas y chocantes, desprecia el titular del Poder Ejecutivo mexicano. Probablemente añora cuando la UNAM era la sucursal de burócratas y presidentes de infausta memoria. Pero en esta añoranza hay mala fe. Se olvida que, sea cual sea el perfil del gobierno en turno, esa burocracia sigue saliendo, mayoritariamente, de la UNAM.

Por esa misma razón es tan incómodo que ahora sean panistas y priistas los que estén dispuestos a defender a la universidad más importante del país frente a lo que muy elementalmente se entiende como un ataque presidencial. No es que carezcan de derecho, muchos de ellos son egresados de la Máxima Casa de Estudios. Pero pocas cosas más ofensivas para le memoria de la resistencia universitaria contra el neoliberalismo, contra lo que representó el PRI (¿cómo olvidar la majestuosa pedrada a Luis Echeverría?), que estos políticos gritando el Goya universitario.

Pero, así como la estructura institucional universitaria hace lo que sea para mantener sus privilegios –algunos, antaño, defendiendo la meritocracia y las cuotas en la UNAM, ahora haciéndose pasar por pensadores críticos desde el régimen–, así en la universidad también existe y ha existido una oposición crítica al régimen neoliberal o estatalista que en muchos sentidos es más consistente, inteligente y coherente que algunos desvaríos públicos con fines distractores. Y es una oposición porfiada, convencida, militante. Ella persiste, no obstante haber otorgado su voto al actual titular del Ejecutivo. Es una oposición que discrepa, sobre todo frente a la fe cívica básica de la que suele hacerse gala públicamente todos los días.

Mal haría esa masa universitaria opositora en confrontarse con el Ejecutivo: no es que haya peligro en eso, sino que poco se gana cuando lo básico es eje del discurso y su motivo es la distracción. En cambio, lo que sí importa es repensar esta universidad, desmontar su estructura, y aventurarse a algo nuevo, más allá del lema “Juntos haremos historia”, que ahora se usa hasta para postularse como candidato a órganos académicos institucionales de la UNAM.

    Es cierto, en esta universidad prevalecen vientos neoliberales, elites académicas monopólicas, corrupción, pero afortunadamente es más que eso y lo es a pesar de eso. Y no, no por eso ella se “ha desligado” del pueblo; algunos siempre han estado desligados; otros desde espacios muy distintos, la ven con cuita; otros, desde adentro, bregan todos los días por que esa ligazón sea más productiva, más inteligente, más trascendente. Ninguna descalificación, sea cual sea su tamaño, logrará que ésta se hunda, como tampoco la ayuda la defensa formal de sus autoridades, cuyos talentos, no cabe duda, parecen disminuidos.

viernes, octubre 15, 2021

El día más extraño

 Hoy, por la madrugada, una voz femenina imperiosa me ordenó despertar. Fue la cosa más extraña porque estaba completamente solo. Acostumbrado estoy a este tipo de cosas, más como el indicio de una locura incipiente que otra cosa. Sería mucho afirmar que una voz que llega de la nada me deja indiferente. No es que me asuste, pero tampoco logro tranquilizarme rápidamente. Eran las 5 AM. Así que me levanté, y pese a haber decidido el día anterior no ir a nadar, comencé a prepararme para hacerlo.

    Entre mi casa y el lugar donde estaciono mi auto media un trayecto que a paso veloz recorro en cosa de 5 minutos. A esa hora, 5:30 AM, no abundan las personas por los andadores que recorro. Ya decidido, ese recorrido me hace feliz porque lo puedo hacer sin cubrebocas. Pero hoy, en el último tramo, una mujer me quitó esa breve felicidad.

    Ella estaba sentada en los primeros escalones de un dúplex, razón por la cual no era visible a primera vista, sobre todo porque los arbustos que delimitan las propiedades la ocultaban. Al escuchar su voz me paré en seco. No entendí lo que me dijo, así que observándola cuidadosamente respondí –¿Perdón?–.

    Se trataba de una mujer que no había visto nunca. De tanto recorrer los andadores se ubica quién es vecino y quién no. A esta mujer no la había visto antes por allí. Su tez morena, y su chal puesto sobre la cabeza, le daban un aire de actriz de película nacional. A saber cómo –no había mucha luz– supuse era una mujer indígena.

    –Va a haber cambio de guardia –me dijo–. Debes tener cuidado –concluyó.

    Aunque esta vez entendí su decir, no comprendí lo que me quiso decir. Musité un ¡ah!, seguido de un gracias, y continué mi camino. En mi auto pensé lo extraño que había sido todo eso, desde la voz hasta esta mujer diciéndome eso de la guardia.

    Ya de regreso en casa, después de desayunar, al filo de las 10 AM, recibí un mensaje de una querida amiga informándome de la muerte de Alfredo López Austin. Me quedé con la taza de café en la mano intentando asimilar el dolor de la noticia, aunque ya era de esperarse que sucediera, sobre todo desde la semana pasada.

    Lo curioso fue que en mi cabeza y corazón se tejieron redes instantáneas. Pensé que ese sí es un cambio de guardia. Los “grandes” han desaparecido, punto. Aún queda uno que otro gigante, alguno probablemente ya sea un “grande”. Pero lo que se avisora es el desierto en el que dicharacheros, curanderos y profesores intentamos arar sin mucho éxito. Es la época me digo. Alfredo decía de sí mismo que era especialista en mitos porque en su momento no había nadie que los estudiara. Ese es el punto: los grandes ensanchan el mundo; los gigantes lo pueblan; el resto a veces lo vemos, a veces lo habitamos.

    Escribo esto sabiendo que carece de sentido. Pero así es el dolor y así son las estrategias que seguimos para superarlo. Sigo sin entender de qué debo tener cuidado, pero creo ya no hay nadie a quién preguntarle.