Dice Tabucchi: los libros de viaje "poseen la virtud de ofrecer un doquier teórico y plausible a nuestro donde imprescindible y rotundo". Hay muchos tipos de viajes: los internos, los externos, los marginales. Este blog quiere llenarse de estos viajes, e invita a que otros sean también, con sus viajes, un doquier para mi donde.
sábado, noviembre 14, 2009
Lo que hay de ti en mí
¿Has visto cómo ojos, algunos discretos y otros ávidos, recorren tu cuerpo? ¿Te has enterado de los pensamientos que intuyo tras los relámpagos de deseo que les nublan la mirada cuando caminas frente a ellos? ¿Sientes de alguna manera lo que tu mirada hace desear, soñar?¿Sufres los sufrimientos que el imposible dibuja como caricia en tus caderas y que solamente esos otros que te admiran padecen cual enfermedad? ¿Sabes que para mí eres todo eso (enfermedad y condena, pero también medicina y alivio) y más? ¿Percibes las centellas de mis ojos cuando hablas, cuando a fuerza de palabra me haces un lugar en tu mundo? ¿Acaso eres plenamente conciente de las múltiples muertes que tu vida, tu cuerpo y tus palabras me han obsequiado? ¿Cargarás el milagro de mi constate revivir en ti? ¿Cómo explicarte que solamente así, con estas preguntas, puedo decirte, de manera vaga es cierto, lo que de ti hay en mí?
miércoles, noviembre 04, 2009
Dadle al César lo que es del César y a la iniciativa privada lo que es de la iniciativa privada
A menudo usamos palabras cuyas implicaciones nos son elusivas. Por ejemplo, la de “impuestos”. Un documento elaborado por el Programa de Presupuesto y Gasto Público del Centro de Investigación y Docencia Económicas, sostiene que los impuestos son una fuente muy importante de ingresos para el gobierno, y en otro lugar se afirma que el Estado devuelve a la sociedad la extracción impositiva a través de bienes públicos como la educación y los servicios como la luz, la impartición de justicia y la seguridad. Así, los impuestos son al mismo tiempo “ingresos” y “extracciones”. En esto no hay contradicción alguna, pues efectivamente puede obtenerse lo uno por medio de lo otro, como lo demuestra el narcotráfico con su ya tristemente célebre “derecho de piso”. Ciertamente tiene un notable tono parasitario, pero para el caso del Estado, precisamente por sus bienes y servicios, no lo es, o por lo menos no lo es tanto, y además tiene su justificación plena.
Sin embargo, sí hay una diferencia considerable entre gobierno y Estado. Si se atiende al proceso formal por medio del cual se aprueba la Ley de Ingresos en este país, queda claro que los impuestos debieran ser un asunto de Estado, no de gobierno. De lo contrario carecería de sentido que el poder Ejecutivo envíe al poder Legislativo su propuesta de Ley para ser aprobada con o sin modificaciones. Por eso no se equivocan los diputados que al calor del debate actual sostienen que los impuestos son necesarios e indispensables para el funcionamiento del Estado. En efecto, sin ellos acabaría desintegrándose. No viene al caso discutir aquí las diferentes concepciones de Estado que existen en la historia del pensamiento político, baste con decir que sin impuestos ni educación ni luz ni justicia ni seguridad podría ofrecer el Estado, y por lo tanto, su existencia sería absurda. De aquí que aquella Ley de Ingresos está animada preponderantemente por una política de Estado que trasciende los alcances y veleidades del gobierno en turno.
Sostener lo anterior es, por supuesto, hacer referencia a un mero ideal, es hablar de un “deber ser”, es insistir en un aspecto formal que se agota en su solo planteamiento. En nuestro país, como lo demostró con creces el reciente debate en torno a la Ley de Ingresos 2010, los impuestos obedecen a cosas muy diferentes de una política de Estado, y adolecen de falta de justificación alguna por al menos tres razones.
La primera tiene que ver con lo que “teóricamente” el Estado devuelve a la sociedad por la extracción impositiva que le hace. Ni los bienes ni los servicios que ofrece son tales. Los gobiernos neoliberales acuden al expediente del subterfugio para darnos “liebre por gato”. Nos dicen que el problema de los bienes y servicios es que deben de ser “de calidad”, razón por la cual intentan hacer pasar por justa una mayor extracción de dinero a través de los impuestos. Pero resulta que un bien o un servicio es de calidad o no es una cosa ni la otra. El diccionario de la Real Academia ofrece la siguiente definición de servicio: “Actividad llevada a cabo por la Administración o, bajo un cierto control y regulación de ésta, por una organización, especializada o no, y destinada a satisfacer necesidades de la colectividad”. La satisfacción de una necesidad no puede hacerse a “medias”; se la satisface o no se la satisface.
Si se considera lo dicho párrafos atrás, queda claro que el Estado mexicano no satisface las necesidades de luz, de impartición de justicia ni de seguridad de la población en su conjunto. Lo mismo sucede con los bienes: la educación, si bien pretendidamente universal (al menos la básica), no satisface las necesidades sociales en tanto que sus contenidos dejan mucho que desear, como lo demuestra la prueba “Enlace”. Entonces, en México, la devolución de la “extracción impositiva” del Estado a sus sociedad no corresponde con los impuestos que le cobra. Se trata de una relación inequitativa y asimétrica: se quita mucho y se da muy poco. Y lo que es peor es que a la sociedad se le pide que haga caso omiso de este hecho en aras de bienes y servicios “de calidad” que algún día llegarán. En pocas palabras: “te cobro en virtud de una promesa que, te juro, llegará con el tiempo”.
La segunda se relaciona directamente con la plena conciencia del gobierno de su imposibilidad e incapacidad para ofrecer bienes y servicios a cambio de la extracción de impuestos. “Adelgazar” al Estado, dejar en manos de la iniciativa privada los bienes y servicios que teóricamente corresponden al Estado y en virtud de los cuales cobra impuestos, es reconocer, si se quiere de manera inconsciente, que éstos sirven para fines distintos a los que corresponden al Estado. Esas “extracciones impositivas” no se devuelven a la sociedad en bienes y servicios, puesto que el Estado ya no los provee. Al más puro estilo parasitario el gobierno extrae recursos que no devuelve, no sólo porque carece de intención, sino porque ya no tiene los medios para devolverlos (la educación no está en sus manos sino de una “lidereza” y la iniciativa privada; la luz tampoco está en sus manos, pues invita a la iniciativa privada a apoderarse aún más de ella; la justicia y la seguridad no sólo son ineficientes sino que dejan en manos de instancias privadas o parvadas de paramilitares su juicio y ejecución, como está sucediendo en el municipio de San Pedro Garza García).
Adicionalmente condena a su sociedad a pagar, aún más caro, aquello por lo cual acepta se le quite una parte de sus ganancias derivadas del trabajo. Bajo una bien aprendida lógica católica, el gobierno mexicano dice a su sociedad: “dadle a César lo que es de César, y a la iniciativa privada lo que es de la iniciativa privada”. Es decir, págale al gobierno por bienes y servicios que no te da y págale a la iniciativa privada por lo que te ofrece y hace pasar por “servicios de calidad”.
La tercera razón se nos reveló en el reciente debate sobre la Ley de Ingresos que propuso el poder ejecutivo. Se nos dijo, primero, que el país enfrenta un “hueco” financiero derivado del fin de la era del petróleo. Para aliviarlo, se nos dijo después, es necesaria una alza generalizada de impuestos. Se nos dice ahora que gracias a lo aprobado por diputados y senadores el gobierno podrá cumplir con sus funciones. Queda claro entonces que en nuestro país la política impositiva es un asunto de gobierno, puesto que el Estado es ya prácticamente inexistente, y por tanto, que estos ingresos son necesarios para que el gobierno funcione. En este sentido, la administración actual es prístina: el funcionamiento de uno no significa de ninguna manera los servicios que el otro está obligado a ofrecer a cambio de la extracción impositiva.
Esto fue precisamente lo que se hizo evidente en el debate sobre la alza de impuestos. Salvo un sector minoritario, los actores políticos demostraron que, además de la inexistencia del Estado, para ellos tampoco existe la sociedad. La discrepancia central en cuanto a la Ley de Ingresos se centró en la responsabilidad política del alza de impuestos. La economía, la población, los bienes y servicios durmieron el sueño de los justos en esta discusión. La serie de acusaciones entre los líderes de partidos políticos, adalides de fracciones y el secretario de Hacienda dejaron claro que en la política fiscal prevalece el interés particular de un gobierno sobre el bien general que supone la sociedad mexicana y el Estado. El “hueco” financiero amenaza al gobierno y por tanto exige a su sociedad pagar más impuestos. La oposición, con sus honrosas excepciones, se dio cuenta que de esos impuestos también depende su existencia y su funcionamiento. De tal suerte que al unísono, después de escarceos, amonestaciones, amagues y simulaciones, aprobaron una Ley de Ingresos cuya único objetivo central es el funcionamiento del gobierno. Fácilmente se nos ha demostrado que la lógica parasitaria es insaciable, lo mismo si se habla del César que de la iniciativa privada. Y que la única afectada es la sociedad, condenada a trabajar. En pocas palabras, se nos dijo: "No trabajo, no doy, pero dame dinero para que vele por mi bien".
Estas tres razones permiten formular la siguiente pregunta, precisa y sin retórica: ¿Cuál es el compromiso que la sociedad mexicana debe tener con un Estado inexistente, con una iniciativa privada voraz, con un gobierno parasitario? ¿Cuál?
Sin embargo, sí hay una diferencia considerable entre gobierno y Estado. Si se atiende al proceso formal por medio del cual se aprueba la Ley de Ingresos en este país, queda claro que los impuestos debieran ser un asunto de Estado, no de gobierno. De lo contrario carecería de sentido que el poder Ejecutivo envíe al poder Legislativo su propuesta de Ley para ser aprobada con o sin modificaciones. Por eso no se equivocan los diputados que al calor del debate actual sostienen que los impuestos son necesarios e indispensables para el funcionamiento del Estado. En efecto, sin ellos acabaría desintegrándose. No viene al caso discutir aquí las diferentes concepciones de Estado que existen en la historia del pensamiento político, baste con decir que sin impuestos ni educación ni luz ni justicia ni seguridad podría ofrecer el Estado, y por lo tanto, su existencia sería absurda. De aquí que aquella Ley de Ingresos está animada preponderantemente por una política de Estado que trasciende los alcances y veleidades del gobierno en turno.
Sostener lo anterior es, por supuesto, hacer referencia a un mero ideal, es hablar de un “deber ser”, es insistir en un aspecto formal que se agota en su solo planteamiento. En nuestro país, como lo demostró con creces el reciente debate en torno a la Ley de Ingresos 2010, los impuestos obedecen a cosas muy diferentes de una política de Estado, y adolecen de falta de justificación alguna por al menos tres razones.
La primera tiene que ver con lo que “teóricamente” el Estado devuelve a la sociedad por la extracción impositiva que le hace. Ni los bienes ni los servicios que ofrece son tales. Los gobiernos neoliberales acuden al expediente del subterfugio para darnos “liebre por gato”. Nos dicen que el problema de los bienes y servicios es que deben de ser “de calidad”, razón por la cual intentan hacer pasar por justa una mayor extracción de dinero a través de los impuestos. Pero resulta que un bien o un servicio es de calidad o no es una cosa ni la otra. El diccionario de la Real Academia ofrece la siguiente definición de servicio: “Actividad llevada a cabo por la Administración o, bajo un cierto control y regulación de ésta, por una organización, especializada o no, y destinada a satisfacer necesidades de la colectividad”. La satisfacción de una necesidad no puede hacerse a “medias”; se la satisface o no se la satisface.
Si se considera lo dicho párrafos atrás, queda claro que el Estado mexicano no satisface las necesidades de luz, de impartición de justicia ni de seguridad de la población en su conjunto. Lo mismo sucede con los bienes: la educación, si bien pretendidamente universal (al menos la básica), no satisface las necesidades sociales en tanto que sus contenidos dejan mucho que desear, como lo demuestra la prueba “Enlace”. Entonces, en México, la devolución de la “extracción impositiva” del Estado a sus sociedad no corresponde con los impuestos que le cobra. Se trata de una relación inequitativa y asimétrica: se quita mucho y se da muy poco. Y lo que es peor es que a la sociedad se le pide que haga caso omiso de este hecho en aras de bienes y servicios “de calidad” que algún día llegarán. En pocas palabras: “te cobro en virtud de una promesa que, te juro, llegará con el tiempo”.
La segunda se relaciona directamente con la plena conciencia del gobierno de su imposibilidad e incapacidad para ofrecer bienes y servicios a cambio de la extracción de impuestos. “Adelgazar” al Estado, dejar en manos de la iniciativa privada los bienes y servicios que teóricamente corresponden al Estado y en virtud de los cuales cobra impuestos, es reconocer, si se quiere de manera inconsciente, que éstos sirven para fines distintos a los que corresponden al Estado. Esas “extracciones impositivas” no se devuelven a la sociedad en bienes y servicios, puesto que el Estado ya no los provee. Al más puro estilo parasitario el gobierno extrae recursos que no devuelve, no sólo porque carece de intención, sino porque ya no tiene los medios para devolverlos (la educación no está en sus manos sino de una “lidereza” y la iniciativa privada; la luz tampoco está en sus manos, pues invita a la iniciativa privada a apoderarse aún más de ella; la justicia y la seguridad no sólo son ineficientes sino que dejan en manos de instancias privadas o parvadas de paramilitares su juicio y ejecución, como está sucediendo en el municipio de San Pedro Garza García).
Adicionalmente condena a su sociedad a pagar, aún más caro, aquello por lo cual acepta se le quite una parte de sus ganancias derivadas del trabajo. Bajo una bien aprendida lógica católica, el gobierno mexicano dice a su sociedad: “dadle a César lo que es de César, y a la iniciativa privada lo que es de la iniciativa privada”. Es decir, págale al gobierno por bienes y servicios que no te da y págale a la iniciativa privada por lo que te ofrece y hace pasar por “servicios de calidad”.
La tercera razón se nos reveló en el reciente debate sobre la Ley de Ingresos que propuso el poder ejecutivo. Se nos dijo, primero, que el país enfrenta un “hueco” financiero derivado del fin de la era del petróleo. Para aliviarlo, se nos dijo después, es necesaria una alza generalizada de impuestos. Se nos dice ahora que gracias a lo aprobado por diputados y senadores el gobierno podrá cumplir con sus funciones. Queda claro entonces que en nuestro país la política impositiva es un asunto de gobierno, puesto que el Estado es ya prácticamente inexistente, y por tanto, que estos ingresos son necesarios para que el gobierno funcione. En este sentido, la administración actual es prístina: el funcionamiento de uno no significa de ninguna manera los servicios que el otro está obligado a ofrecer a cambio de la extracción impositiva.
Esto fue precisamente lo que se hizo evidente en el debate sobre la alza de impuestos. Salvo un sector minoritario, los actores políticos demostraron que, además de la inexistencia del Estado, para ellos tampoco existe la sociedad. La discrepancia central en cuanto a la Ley de Ingresos se centró en la responsabilidad política del alza de impuestos. La economía, la población, los bienes y servicios durmieron el sueño de los justos en esta discusión. La serie de acusaciones entre los líderes de partidos políticos, adalides de fracciones y el secretario de Hacienda dejaron claro que en la política fiscal prevalece el interés particular de un gobierno sobre el bien general que supone la sociedad mexicana y el Estado. El “hueco” financiero amenaza al gobierno y por tanto exige a su sociedad pagar más impuestos. La oposición, con sus honrosas excepciones, se dio cuenta que de esos impuestos también depende su existencia y su funcionamiento. De tal suerte que al unísono, después de escarceos, amonestaciones, amagues y simulaciones, aprobaron una Ley de Ingresos cuya único objetivo central es el funcionamiento del gobierno. Fácilmente se nos ha demostrado que la lógica parasitaria es insaciable, lo mismo si se habla del César que de la iniciativa privada. Y que la única afectada es la sociedad, condenada a trabajar. En pocas palabras, se nos dijo: "No trabajo, no doy, pero dame dinero para que vele por mi bien".
Estas tres razones permiten formular la siguiente pregunta, precisa y sin retórica: ¿Cuál es el compromiso que la sociedad mexicana debe tener con un Estado inexistente, con una iniciativa privada voraz, con un gobierno parasitario? ¿Cuál?
Sobre impuestos
Circulo el contenido de un mail que me llegó.
SIMPLES CALCULOS MATEMATICOS
Si crees que el IVA solo subió un punto y eso no es nada, déjame decirte lo siguiente:
Si ganas 12,000 al mes esto es lo que te va a afectar.
Tu sueldo: $12,000
Menos ISR (30%): $3,600 pesos de impuestos
Total de tu sueldo que queda: $8,400 pesos
Eso es $240 pesos menos al mes que es exactamente el 2.77% de tu sueldo
(Si, 2 puntos en el ISR significa 2.77% real en tu sueldo)
Imaginemos por un momento que el resto de tu sueldo lo gastas en cosas pagando IVA (esto para efectos prácticos)
Te quedaron $8,400 pesos
si a eso le pones IVA (16%): $1,344
Eso significa que neto para gastar te quedó $7,056 de $12,000 pesos
Eso significa que te quitaron en total $4,944 pesos, que es igual a 41.20 % del total de tu sueldo
41.20 %.... eso es realmente el lo que te van a quitar, eso si no tomas alcohol o cerveza, si no tienes tv por cable, si no tienes celular o teléfono fijo, si no fumas. Porque a todo eso agregale otro 3% a todo lo que pagas por esos conceptos.
Eso significa que de cada peso que ganas con el sudor de tu frente, intelecto o tus manos, el gobierno te quitará 41.20 centavos, entonces realmente no ganaste un peso, sino 58.80 centavos.
¿Te gusta lo que los "representantes del pueblo nos hicieron?
¿Tu representante te preguntó siquiera si estabas de acuerdo?
Estos son los impuestos que nos acaba de aumentar el "Presidente del Empleo" quien por cierto en campaña dijo que no subiría los impuestos y que por el contrario los bajaría y eliminaría otros como la tenencia (cosa que no ha hecho el mentiroso).
La pregunta es:
¿Que vamos a hacer?
a) ¿los pagamos calladitos calladitos y nos seguimos empinando cada vez mas?
b) ¿O les ponemos un alto?
c) ¿O no te importa?
Tu decides.... por lo pronto informa a otros.
SIMPLES CALCULOS MATEMATICOS
Si crees que el IVA solo subió un punto y eso no es nada, déjame decirte lo siguiente:
Si ganas 12,000 al mes esto es lo que te va a afectar.
Tu sueldo: $12,000
Menos ISR (30%): $3,600 pesos de impuestos
Total de tu sueldo que queda: $8,400 pesos
Eso es $240 pesos menos al mes que es exactamente el 2.77% de tu sueldo
(Si, 2 puntos en el ISR significa 2.77% real en tu sueldo)
Imaginemos por un momento que el resto de tu sueldo lo gastas en cosas pagando IVA (esto para efectos prácticos)
Te quedaron $8,400 pesos
si a eso le pones IVA (16%): $1,344
Eso significa que neto para gastar te quedó $7,056 de $12,000 pesos
Eso significa que te quitaron en total $4,944 pesos, que es igual a 41.20 % del total de tu sueldo
41.20 %.... eso es realmente el lo que te van a quitar, eso si no tomas alcohol o cerveza, si no tienes tv por cable, si no tienes celular o teléfono fijo, si no fumas. Porque a todo eso agregale otro 3% a todo lo que pagas por esos conceptos.
Eso significa que de cada peso que ganas con el sudor de tu frente, intelecto o tus manos, el gobierno te quitará 41.20 centavos, entonces realmente no ganaste un peso, sino 58.80 centavos.
¿Te gusta lo que los "representantes del pueblo nos hicieron?
¿Tu representante te preguntó siquiera si estabas de acuerdo?
Estos son los impuestos que nos acaba de aumentar el "Presidente del Empleo" quien por cierto en campaña dijo que no subiría los impuestos y que por el contrario los bajaría y eliminaría otros como la tenencia (cosa que no ha hecho el mentiroso).
La pregunta es:
¿Que vamos a hacer?
a) ¿los pagamos calladitos calladitos y nos seguimos empinando cada vez mas?
b) ¿O les ponemos un alto?
c) ¿O no te importa?
Tu decides.... por lo pronto informa a otros.
lunes, noviembre 02, 2009
Sobre el perdón (respuesta a mail)
Eso sí que no te lo puedo responder. Entre las muchas incompetencias que padezco está la definición y comprensión del perdón. Desde chico tengo grabada en la memoria aquella frase que se atribuye a los judíos: “perdono pero no olvido”. Siempre me he preguntado si eso es posible. ¿Qué pasa cuando se recuerda la ofensa o el motivo destinado a ser perdonado? ¿El recuerdo no desencadena un relámpago que hace trizas el supuesto perdón?
No sé, pero yo creo que el perdón requiere de olvido. Según Nietzsche sin el olvido es imposible vivir. Rumiar sobre lo que nos duele, sobre lo que nos afecta, nos hiere, nos provoca un enojo que exige, que convoca el perdón, sólo nos ata y nos ahoga. Allí no está la vida. Por supuesto, ni un psicólogo ni ningún historiador puede aceptar esto. Porque lo que se olvida no se asimila, y por tanto, no ofrece utilidad alguna para la vida. Acorde con esto, fantasmas y fantasmas se acumulan en nuestra vida, y se cobran esta ignorancia deliberada. Y al contrario de su propia intención, lo no perdonado se presenta cotidianamente con otros ropajes, y acaba por generar, incluso, enfermedad. Hay quien dice que de eso se trata el cáncer. Este ninguneo resulta, según ellos, menos adecuado que su asimilación plena.
El perdón, entonces, es algo así como la asimilación de la ofensa, de la persona que ofende, del dolor provocado, y su superación, logrando integrarla plenamente en la vida y personalidad propias. Imagino que llegados a este punto puede decirse que, independientemente de esta asimilación-integración, se llega a la inevitable conclusión de que en este proceso lo que disminuye es la confianza hacia aquel o aquello que lastimó y nos mete en el brete del perdón.
Yo francamente creo que a menudo esperamos demasiado de alguien o de algo, y de allí la fuente de los dolores y las necesidades del perdón. ¿Por qué alguien o algo habrá de actuar como nosotros esperamos que lo haga? ¿No es acaso un sujeto con vida propia, con sus problemas propios, con sus traumas propios? Ignorar esto es exigirle al otro algo que de entrada no podrá cumplir. Un nivel de exigencia muy alto necesariamente produce una frustración similar.
Así que en mi opinión hay que dejar fluir, hay que dejar de exigirle al otro algo. Al otro hay que quererle y tenerle, hasta donde sea posible, confianza. Confianza no en que hará lo que uno espera, sino en que si su proceder deliberadamente o no te provoca daño, sabrá encontrar el modo de mitigarlo y de reconstruir los lazos que le unen a ti si eso es lo que quiere y le interesa. No hay nada más qué hacer.
Por supuesto, sólo nos queda rodearnos de las personas que nos llenan de alguna manera, que nos acompañan en nuestro andar, que iluminan nuestro camino, que no sacan sonrisas y las mejores ideas de nosotros.
Así que no sé qué decirte, ni mucho menos si debes o no o cómo perdonar enojos, arranques, actos, daño. Lo que sí sé es que más vale no quedarse allí. Es mejor, como alguien me dijo, “caminar ligero”. Es decir, sacudirse los lastres en que se traducen todas las ofensas, los insultos, la merma de la confianza en el otro.
Soy de la opinión que quien exige perdón es probable que no lo merezca, pero quien con actos te dice que pese a todo el daño hecho quisiera estar cerca de ti y lo demuestra con esos actos, merece al menos un mínimo grano de arena de confianza para que los puentes, si no iguales, se reconstruyan, y así, por lo menos logren desbrozar el camino para que esa persona pueda acercarse de nueva cuenta. Por alguna razón ha de querer estar cerca de ti. Si esa razón es pésima, pronto lo descubrirás, y volverás a aprender a “caminar ligero”. De ti y por ti no quedan las cosas rotas. Que cada quien se haga cargo de lo que rompe.
No tengo que decirte que para todo eso se necesita cierta disposición de espíritu e inteligencia.
Vale. No puedo decirte nada más ni creo que lo dicho sea mínimamente coherente o te sirva de algo. Pero es lo que se me ocurre este día de fiesta y de muertos, y en a premura de salir a pasear...
No sé, pero yo creo que el perdón requiere de olvido. Según Nietzsche sin el olvido es imposible vivir. Rumiar sobre lo que nos duele, sobre lo que nos afecta, nos hiere, nos provoca un enojo que exige, que convoca el perdón, sólo nos ata y nos ahoga. Allí no está la vida. Por supuesto, ni un psicólogo ni ningún historiador puede aceptar esto. Porque lo que se olvida no se asimila, y por tanto, no ofrece utilidad alguna para la vida. Acorde con esto, fantasmas y fantasmas se acumulan en nuestra vida, y se cobran esta ignorancia deliberada. Y al contrario de su propia intención, lo no perdonado se presenta cotidianamente con otros ropajes, y acaba por generar, incluso, enfermedad. Hay quien dice que de eso se trata el cáncer. Este ninguneo resulta, según ellos, menos adecuado que su asimilación plena.
El perdón, entonces, es algo así como la asimilación de la ofensa, de la persona que ofende, del dolor provocado, y su superación, logrando integrarla plenamente en la vida y personalidad propias. Imagino que llegados a este punto puede decirse que, independientemente de esta asimilación-integración, se llega a la inevitable conclusión de que en este proceso lo que disminuye es la confianza hacia aquel o aquello que lastimó y nos mete en el brete del perdón.
Yo francamente creo que a menudo esperamos demasiado de alguien o de algo, y de allí la fuente de los dolores y las necesidades del perdón. ¿Por qué alguien o algo habrá de actuar como nosotros esperamos que lo haga? ¿No es acaso un sujeto con vida propia, con sus problemas propios, con sus traumas propios? Ignorar esto es exigirle al otro algo que de entrada no podrá cumplir. Un nivel de exigencia muy alto necesariamente produce una frustración similar.
Así que en mi opinión hay que dejar fluir, hay que dejar de exigirle al otro algo. Al otro hay que quererle y tenerle, hasta donde sea posible, confianza. Confianza no en que hará lo que uno espera, sino en que si su proceder deliberadamente o no te provoca daño, sabrá encontrar el modo de mitigarlo y de reconstruir los lazos que le unen a ti si eso es lo que quiere y le interesa. No hay nada más qué hacer.
Por supuesto, sólo nos queda rodearnos de las personas que nos llenan de alguna manera, que nos acompañan en nuestro andar, que iluminan nuestro camino, que no sacan sonrisas y las mejores ideas de nosotros.
Así que no sé qué decirte, ni mucho menos si debes o no o cómo perdonar enojos, arranques, actos, daño. Lo que sí sé es que más vale no quedarse allí. Es mejor, como alguien me dijo, “caminar ligero”. Es decir, sacudirse los lastres en que se traducen todas las ofensas, los insultos, la merma de la confianza en el otro.
Soy de la opinión que quien exige perdón es probable que no lo merezca, pero quien con actos te dice que pese a todo el daño hecho quisiera estar cerca de ti y lo demuestra con esos actos, merece al menos un mínimo grano de arena de confianza para que los puentes, si no iguales, se reconstruyan, y así, por lo menos logren desbrozar el camino para que esa persona pueda acercarse de nueva cuenta. Por alguna razón ha de querer estar cerca de ti. Si esa razón es pésima, pronto lo descubrirás, y volverás a aprender a “caminar ligero”. De ti y por ti no quedan las cosas rotas. Que cada quien se haga cargo de lo que rompe.
No tengo que decirte que para todo eso se necesita cierta disposición de espíritu e inteligencia.
Vale. No puedo decirte nada más ni creo que lo dicho sea mínimamente coherente o te sirva de algo. Pero es lo que se me ocurre este día de fiesta y de muertos, y en a premura de salir a pasear...
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