Llegar a la facultad de Filosofía y Letras provoca desconsuelo más que enojo. Tanta piedra, tanta maceta, tanto árbol en potencia, revela claramente el fin radical de lo que alguna vez fue la facultad de filosofía y letras: el espacio para la reflexión y la palabra.
Quien vivió esa facultad sabe que para reflexionar y hablar siempre se necesita al otro, a ese que con uno forma comunidad. Pero al parecer, las ideas pétreas de la presente administración van exactamente en sentido contrario de lo que alguna vez fue evidente: desean petrificar la reflexión y la palabra, encerrándola por decreto en salones a los que, además, se les ve como amenaza, pues ahora, precisamente ahora, son cuna de enfermedad e inseguridad. El miedo como recurso para "convivir" con el otro.
Y es que tener tanta gente junta no es bueno, como ya lo sabían los frailes franciscanos del siglo XVI que venían a redimir la espada. Ahora, al profesor se le exige que amortigüe la espada de la más acusada falta de talento que hoy impera, se le pide que con palabra piadosa vuelva aceptable y vivible las pétreas ideas de una administración que muy rápido quedó en evidencia: parece extensión de una política nacional que no acierta otra cosa que exaltar el temor y la renuncia a la comunidad porque el Mal siempre acecha.