domingo, agosto 31, 2008

Contra la inseguridad

Yo también clamo en contra de la inseguridad.

La inseguridad que genera un país capaz de reaccionar ante las presiones de los ricos pero ignora por completo los reclamos e inconformidades de los pobres.

La inseguridad que produce a millones de personas el desempleo y la crisis.

La inseguridad que hay en la felicidad de unos cuantos ricos que medran con el desempleo y la crisis.

La inseguridad de una inflación galopante sistemáticamente negada por un gobierno miope.

La inseguridad que genera la clase política de este país, tan inteligente como su talento para el vote pronto en los espejos del interés particular.

La inseguridad de quien hace de sus capacidades romas medida del país.

La inseguridad que los viejos y nuevos fascismos provocan con la bandera de la seguridad y la vigilancia.

La inseguridad que en forma de violencia física expresa la ineptitud de funcionarios y asesores.

La inseguridad que el discurso del miedo y el temor genera, promovido desde las altas esferas del gobierno y la mayoría de los medios de comunicación masiva.

La inseguridad que proviene del choque brutal entre la fantasía de unos cuantos y la realidad que muchos viven en el país.

Contra esa inseguridad me manifiesto, sin velas, sin cámaras, sin recursos.

viernes, agosto 15, 2008

Déjà vu

Padezco una suerte de déjà vu. Hace casi ocho años, la Dirección de Programas para la Juventud del gobierno de la ciudad de México organizó el seminario “La juventud en la ciudad de México. Diagnósticos, políticas, situaciones, retos y desafíos”, en el que participamos algunos de los que hoy estamos aquí.(1) Ahora, el Instituto de la Juventud del Distrito Federal, nos invita a este Congreso “Ciudad Joven” 2008, con el fin de hacer un diagnóstico y detectar los desafíos que enfrenta la juventud en la ciudad de México. Dan ganas de decir: “esto ya lo viví”.

No obstante, el déjà vu termina si se atiende las circunstancias de entonces y las actuales. Hace ocho años vivíamos, literalmente, en la euforia. Estaba llegando a su fin el periodo inicial del primer gobierno democrático de la ciudad de México, con su política de inusitado apoyo a los jóvenes. Hoy, por el contrario, padecemos la resaca y la zozobra de dos hechos preocupantes en cuanto a la juventud se refiere: la persecución y ataque a los emos en esta y otras ciudades del país y del mundo, y el caso News Devine, éste sí exclusivo de nuestra ciudad. Por si esto fuera poco, en aquel entonces el estado de ánimo generalizado era grosso modo optimista; se pensaba que existía la posibilidad de ganar la elección presidencial del año 2000. Hoy en cambio prevalece la idea de un agravio generalizado por las elecciones presidenciales del 2006: fraude o no, dejó un mal sabor de boca.

En fin, pese a que estamos aquí otra vez para hacer diagnósticos y vislumbrar los desafíos a los que se enfrenta la juventud de la ciudad de México, en realidad lo hacemos desde un contexto social y político muy distinto, lo cual necesariamente influye en lo que cada uno de nosotros ha de decir en esta mesa. Para mí el déjà vu inicial me hace recordar mi propia vejez (hace tiempo abandoné los atractivos linderos de la juventud), confrontándome con un yo menos optimista que hace ocho años; distanciado de las políticas gubernamentales locales; y eso sí, afortunadamente sin la necesidad de obviar mis desacuerdos en aras de la defensa de un proyecto más imaginario que real o de contener a los terribles, y “siempre externos”, adversarios de la democracia o de “la derecha”.

En lo personal me parece muy difícil hacer una valoración sobre lo sucedido en el ámbito de la juventud durante este lapso de casi ocho años. Por supuesto se puede discutir los contenidos de los programas institucionales que se desarrollan actualmente; incluso puede hacerse un concienzudo análisis cuantitativo de sus alcances, que es lo que suelen hacer todos los gobiernos, sean del signo que sean. Sin embargo, soy de la opinión que aún es poco el tiempo transcurrido para hacer una valoración cualitativa del impacto que las diversas políticas gubernamentales locales han tenido en la juventud de la ciudad de México. Quiero decir: quien en el 2000 tenía 15 años hoy tiene 23; en otras palabras, no ha pasado siquiera una generación completa que haya vivido bajo los beneficios y reparos de las políticas juveniles llevadas a cabo por los gobiernos perredistas de la ciudad de México.

Esta valoración resulta tanto más difícil cuanto que las políticas institucionales diseñadas y operadas por los gobiernos electos de la ciudad de México adolecen de discontinuidad cuando no de improvisación. Con Cuauhtémoc Cárdenas y Rosario Robles el impulso y apoyo a programas para la juventud fue notable (y notado). Durante aquellas gestiones, prolongación una de la otra, se creó la Dirección de Programas para la Juventud (1998), se promulgó la Ley de las y los jóvenes del DF (2000), y se alentó la presencia juvenil en los espacios públicos (los “ocupas”, por ejemplo, dejaron de ser vistos como vagos y los graffiteros como criminales). Se hizo mucho, sobre todo en comparación con las administraciones anteriores, para que en términos generales los jóvenes salieran de los estrechos límites del estigma y la culpabilidad, y del maltrato físico y moral correspondiente, con que se los trataba en décadas previas. Además se fundó el hoy internacionalmente conocido y laureado Faro de Oriente, que junto con otros espacios como el Circo Volador (1997) y el Foro Alicia (1995), demuestra que hay en verdad formas alternativas para hacer cultura para los jóvenes, no siempre en armonía –¡qué bueno!– con las instituciones gubernamentales locales.

Pero quizá lo más valioso de aquel periodo fue que la mirada institucional sobre los jóvenes se modificó a tal grado que los concibió como sujetos y no necesariamente como víctimas ni como criminales. En aquel entonces algunos sosteníamos que no había que preguntarse solamente lo que el gobierno podía hacer por los jóvenes sino lo que ellos podían hacer por el gobierno, por ellos mismos, por su entorno. Y nos llevamos muchas sorpresas. Fue entonces cuando la leyenda “los jóvenes no son el mañana sino el presente” se convirtió en bandera.

Después el asunto cambió. El gobierno de Andrés Manuel López Obrador avanzó por otros rumbos. Lo más destacable en lo referente a la juventud fue la creación de las preparatorias y la universidad de la ciudad de México (2001). Este hecho fue en verdad importante. Desde hacía mucho tiempo no se había visto que un gobierno asumiera de modo tan radical el proyecto educativo de su población, apegado a los principios de la educación pública, laica y gratuita. Está por verse si el modelo educativo de esas instituciones en verdad ofrece resultados alentadores, formando ciudadanos reflexivos y no mercaderes de la ignorancia especializada, como sucede en casi todas las instituciones educativas de este país, particularmente las privadas.

Sin embargo, durante el gobierno de López Obrador los jóvenes dejaron de tener el papel protagónico.(2) Incluso el Faro de Oriente tuvo sus dificultades para operar habida cuenta los proyectos políticos del entonces jefe de gobierno. Secretarios de gobierno actuales que se jactan del éxito del Faro de Oriente por aquellos años ni siquiera habíanse dignado a visitar sus instalaciones. Y es que los pobres y la tercera edad ocuparon un lugar tan fundamental que en no pocas ocasiones desmerecieron a los jóvenes, al género o las nuevas formas de convivencia social. Habría que recordar la negativa del entonces jefe de gobierno para apoyar las sociedades de convivencia, cuyo reconocimiento es hoy indiscutible en diversos territorios del país. Así mismo hay que recordar la oposición de la administración local de entonces a la creación del Instituto de la Juventud del DF, como lo mandataba la Ley de las y los jóvenes del DF, porque resultaba demasiado “oneroso”, y por tanto, en desacuerdo con la política de austeridad que “practicaba” el gobierno de la ciudad, según argumentó la entonces secretaria de Desarrollo Social, Raquel Sosa.(3)

Así, pues, la mirada que se posó sobre los jóvenes durante aquella gestión los definió como ejército al servicio de un proyecto político, como había sucedido ya antes dentro del PRD, precisamente bajo el liderazgo de Andrés Manuel López Obrador: las “Brigadas del Sol” no fueron otra cosa que eso. Y como tal ejército agravó una falla que viene de lejos: seguir privilegiado el aspecto netamente urbano y preferentemente estudiantil de la juventud de la ciudad de México, como si en ella no hubiese campesinos ni indígenas ni obreros.(4) De hecho, resultó claro que esta “forma militar” vino a sustituir la desaparición de las organizaciones estudiantiles a raíz de 1968, con los recurrentes vicios por todos conocidos. Si vale como justificación, ha de decirse que no fue únicamente el gobierno de la ciudad de México el que procedió así: la efervescencia del mensaje joven y de lo juvenil (urbano y estudiantil) se apoderó de todos los partidos y de prácticamente todos los ámbitos sociales. No en balde tuvo sentido aquello del “hijo desobediente” del señor Calderón (perdón, pero me es imposible reconocerlo como presidente, en primer lugar, porque ejercí el maravilloso derecho de anular mi voto, y segundo, porque tanta seguridad y vigilancia evidencian su falta de legitimidad).

En la actual administración de la ciudad, justo es decirlo, ha resurgido cierta centralidad de los jóvenes en las políticas públicas. Digo “resurgimiento” no tanto porque los programas que beneficiaban de un modo u otro a los jóvenes hubiesen desaparecieron en la administración anterior, sino más bien porque el acento cambió de una administración a otra. Los programas actuales (jóvenes en riesgo, jóvenes en impulso, talento joven, creación joven, y empleo de verano) pretenden beneficiar a los jóvenes marginales, enfatizar sus procesos educativos, apoyar la creatividad y el talento que es posible hallar entre la juventud de la ciudad de México, y ofrecerles algunas alternativas laborales. En términos generales, estas líneas no parecen del todo inadecuadas. Sobre todo porque estos programas inciden en la difusión de los derechos juveniles, tan poco conocidos por los mismos interesados.

Sin embargo, es posible y deseable realizar críticas a las políticas juveniles actuales. Por un lado, es obvia su persistencia en aspectos urbanos y su énfasis en lo educativo-estudiantl, como si jóvenes campesinos, indígenas y obreros, que los hay, estuviesen en vías de extinción. El éxito “demasiado relativo” de los otros Faros, más parecidos a velas, en zonas todavía rurales de la ciudad de México, como Tláhuac o Milpa Alta, da cuenta de una diferencia que no es fácil afrontar pero urgente percibir. Esta experiencia debiera ser analizada, procesada y afrontada por el Instituto de la Juventud del DF.

Por otro lado, los actos más notados, que no notables, del Instituto de la Juventud del DF parecen menos inteligentes que los objetivos enarbolados por sus programas. Me refiero de manera particular a aquel asunto de las quinceañeras en el zócalo. Por supuesto que todos tienen derecho a festejar su cumpleaños, sin embargo, lo que sorprende es que un gobierno que se proclama de izquierda y laico pretenda afianzar dos cosas sumamente discutibles. Primero, una tradición cuyo significado no es del todo loable, pues sigue reforzando una visión de la mujer poco sensata (¿por qué y para qué habría que continuar “presentándolas” en sociedad?). Segundo, una innegable lógica “corporativa” que necesariamente va en contra de cualquier derecho ciudadano y juvenil. Hay algo repudiable en la declaración que el año pasado hizo el titular del Instituto de la Juventud del DF con motivo del primer evento de esta índole, según la cual las quinceañeras pasarían a formar parte de sus brigadas y que en julio serían parte del programa “impulso joven”.(5) Yo soy de la opinión que el lenguaje dice mucho más de lo que su usuario puede imaginarse. Con semejantes actos y declaraciones, uno se pregunta si no desmerecen los aciertos, que los hay por supuesto, de los programas que desarrolla ese instituto.

No pretendo alargarme en críticas. Quise mencionar las anteriores como mero ejemplo de algunas cosas que en mi opinión sería idóneo el instituto replanteara. Sin embargo, si de hacer evaluaciones se trata, la duda sobre la efectividad y el impacto de las políticas juveniles llevadas a cabo por los gobiernos perredistas está plenamente justificada. La reciente persecución de los emos y el caso News Devine demostraron, por un lado, que la promoción de los derechos juveniles y ciudadanos entre los jóvenes es ineficaz. La agresión a un modo de vida distinto siempre es signo del fracaso político (en el sentido aristotélico y profundo del término) de cualquier comunidad. Este es un punto sumamente negativo precisamente porque fue protagonizado por los propios jóvenes. Por otro lado, es innegable que la autoridad persiste en una visión estigmatizadora y banal que concibe a los jóvenes como delincuentes o en su defecto como víctimas. En buena medida por eso estamos aquí otra vez. Para decirle a la autoridad que los jóvenes son sujetos; ni víctimas ni delincuentes ni soldados al servicio de un proyecto político muy particular. Estamos aquí, también, para decirle a los jóvenes que, junto con el resto de los ciudadanos y habitantes de esta ciudad, son los responsables de la construcción de comunidades en las que valga la pena vivir.

Yo en lo personal estoy aquí para decirles que no festejo todo lo que hacen los jóvenes por el solo hecho de ser jóvenes ni tampoco justifico lo que con ellos hacen las autoridades ni lo que les hacemos los “maduros” ni los “viejos”. Quizá por ello me resulta un tanto complicado señalar cuáles son los desafíos que como jóvenes enfrentan y que de una u otra forma no enfrente el resto de la población de la ciudad de México, del país o del mundo. Se puede hablar de lo obvio y más evidente: la falta de educación, de empleo, la necesidad de una educación sexual, y un largo etcétera que no obstante lejos están de ser desafíos exclusivos de los jóvenes, particularmente en nuestro país, tan dado a las desigualdades, las jerarquías, las injusticias.

Más allá de eso, me parece que los jóvenes enfrentan el triunfo del capitalismo salvaje sin otra alternativa que sobrevivirlo. Al capitalismo se le sobrevive día a día, sin otro horizonte que la hora que transcurre. Su interiorización es tan sutil que sucede sin apenas darnos cuenta. Por supuesto el capitalismo salvaje tiene sus ventajas, y muy atractivas: la comunicación expedita de celulares e Internet está modificando de manera acelerada las formas de convivencia y los modos de entender la vida (lo mismo los valores que las relaciones sexuales). Así mismo, los procesos educativos, con su consabido monopolio del saber, se modifican vertiginosamente: la escuela ha dejado de ser el centro fundamental para el intercambio de valores, saberes y prácticas. Los medios de comunicación masiva, el intenso intercambio de experiencias virtuales y de conocimientos locales e incluso individuales (piénsese en todo lo que ha de saber un emo para ser un emo) están generando redes sociales muy distintas a las que conocíamos hasta la década de los 90. Curiosamente este proceso actualiza de un modo peculiar a las comunidades aisladas, campesinas e indígenas. Sus saberes “tradicionales” comienzan a circular de un modo nunca antes visto. Basta entrar a You Tube para comprender lo que digo.

Se trata, en suma, de experiencias radicales y sumamente interesantes. Y esto, por supuesto, modifica el modo que los jóvenes viven su juventud y transforma de modo radical sus intereses.

Pero la interiorización del capitalismo salvaje tiene también sus enormes desventajas: lejos de domesticar la violencia o sublimarla, se vive con y en ella, como bomba de tiempo. El relativismo lo invade todo habida cuenta de la trascendencia que tiene la novedad para el consumo. Y lo que es peor: la concepción de una vida definida por la mercancía ha echado sus reales (no sólo entre los jóvenes evidentemente). El consumo se ha vuelto religión, y algo de él hay en todo lo que hacen los jóvenes. Las jerarquías de antaño se han vuelto más simples y aviesamente omnímodas: eres lo que tienes, independientemente de cómo lo obtienes. La pleitesía por la apariencia, incluso la democrática, es hoy también divisa cuasi religiosa: eres lo que aparentas, por eso cuida lo que aparentas. Todo eso redunda en una ruptura permanente y radical de los lazos que nos atan a los otros. Si el capitalismo ha triunfado en algo ha sido precisamente en eso: en lograr que el individuo se vea solamente en el espejo de las mercancías que aquilata. Por eso, la persecución a los emos resultó significativa: se les acusó de “no tener” filosofía de vida (¿les cae que alguien la tiene?) y de “robarse” las señas identitarias de otras mal llamadas “tribus” urbanas, todas las cuales por cierto no son otra cosa que mercancías…

Ante todo esto me parece que las políticas públicas juveniles del gobierno de la ciudad de México están desfasadas. Se sabe que entre la “realidad” y las políticas públicas media siempre una distancia insalvable: después de todo una es vida y otra norma; una es ser y otra deber ser; una es agitación, conflicto y cambio permanente, y otra es norma, orden y estabilidad. Pero hay que recordar, porque a veces se olvida, que quien siempre está a prueba son las políticas públicas, no la realidad. Por eso son las políticas públicas las que se someten a discusión. Dado que al parecer este gobierno ya abandonó por completo la idea de un sistema diferente al capitalismo y opta por subsanar sus aspectos menos amables, ha de mostrar que sus políticas son efectivas para paliar los abismos que el mismo sistema genera sin la mayor preocupación o pena. El Instituto de la Juventud del DF tiene por tanto un desafío considerable. Por lo menos en esta administración ha resurgido el interés por los jóvenes y su entorno. Hagamos votos porque encuentren el camino institucional correcto para incidir en los desafíos que enfrenta la juventud y esta ciudad.

(Leído el 7 de agosto de 2008)


(1) Vid. Elí Evangelista y Alejandra León, La Juventud en la Ciudad de México. Políticas, programas, retos y perspectivas, Gobierno del Distrito Federal, 2000. 236 págs.
(2) Alfredo Nateras, “Las políticas públicas de juventud en drogas, o lo que las instituciones dejaron” en revista Trabajo Social, núm. 7, julio 2003, UNAM, México, 2003.
(3) “Pide Sosa a diputados revalorar la creación del instituto de la juventud” en La Jornada, 4 de marzo de 2002, sección capital. http://www.jornada.unam.mx/2002/03/04/036n1cap.php?origen=capital.html
(4) Enrique Cuna Pérez y Laura Noemí Pérez Cristino, “Políticas gubernamentales dedicadas a la juventud en la ciudad de México. Una reflexión acerca de la acción de los gobiernos perredistas en la capital”, en El Cotidiano, enero-febrero, año/vol. 21, núm. 135, Universidad Autónoma Metropolitana-Azapotzalco, 2006. págs. 89-100
(5) “Celebra Marcelo Ebrard con quinceañeras en el zócalo”, en El sol de México, versión digital. http://www.oem.com.mx/elsoldemexico/notas/n257801.htm