Dice Tabucchi: los libros de viaje "poseen la virtud de ofrecer un doquier teórico y plausible a nuestro donde imprescindible y rotundo". Hay muchos tipos de viajes: los internos, los externos, los marginales. Este blog quiere llenarse de estos viajes, e invita a que otros sean también, con sus viajes, un doquier para mi donde.
viernes, octubre 07, 2005
El enemigo
¿Cómo no ceder a la tentación de decir que en estos días la naturaleza se está vengando del hombre? Tan hollada desde hace siglos, parece rebelarse con furia. Pero no. Esa explicación no hace otra cosa que reiterar la percepción de la naturaleza como enemiga a dominar. Lo que está sucediendo es la consecuencia inevitable de una obviedad: el hombre ha creado metódicamente su propia destrucción al eliminar los mecanismos propios de la naturaleza para contener sus propias lógicas. Por ese camino puede llegar el desenlace final, y nosotros sin enterarnos que el enemigo no es lo Otro, sino nosotros mismos.
miércoles, octubre 05, 2005
Mensaje conocido
Que me lo encontré en los páramos interiores:
El día de hoy algo se muere. Cruelmente la humedad del día se ciñe al pensamiento. Lejanas y cercanas tristezas confluyen, se arremolinan, brotan por el cráter de la mirada. No deja de sorprenderme que el más leve rozón haga tambalear la más fulgurante esperanza. Otra vez, una vez más, intentar encontrarle calor al sol. Es difícil saber si con el paso de los años tales intentos llegan a ser algo más que eso...
El día de hoy algo se muere. Cruelmente la humedad del día se ciñe al pensamiento. Lejanas y cercanas tristezas confluyen, se arremolinan, brotan por el cráter de la mirada. No deja de sorprenderme que el más leve rozón haga tambalear la más fulgurante esperanza. Otra vez, una vez más, intentar encontrarle calor al sol. Es difícil saber si con el paso de los años tales intentos llegan a ser algo más que eso...
El suicida que todos llevamos dentro
lunes, octubre 03, 2005
El fuego, los hongos y la revolución
En un cuento para niños, Juan Villoro sostiene que la memoria es como una de esas máquinas de chicles en las que al depositar una moneda sale uno redondo y del color no deseado. En efecto, la memoria tiene sus caprichos; a menudo arroja recuerdos inesperados. Motivada por una película sobre Nicaragua (Bajo Fuego de Roger Sopttiswoode), mi memoria lanzó cual relámpago una imagen.
No tendría yo más de 10 años cuando vi esa escena, que ahora recuerdo con nitidez: en la televisión se daba cuenta de una acción impensable: unos guerrilleros habían rodeado un hotel de cinco estrellas, creo que el Hilton, en el que estaban hospedados los asesores de la CIA. La sorpresa era evidente: lo estrategas de la guerra sucia, los representantes de la larga mano de imperio, rodeados y acorralados por los tan despreciados guerrilleros, con sus armas desiguales, sus barbas, sus disparejos uniformes verde olivo, café, azul oscuro, negro, y el paliacate rojinegro. Lo que no recuerdo es si se trataba de Nicaragua o de El Salvador, aunque supongo que en realidad se trataba de Managua.
Ese recuerdo me llevó al recuento de ciertas lecturas: Tomás Borge, Sergio Ramírez, Omar Cabezas. El libro de este último me conmovió poderosamente (La montaña es algo más que una inmensa estepa verde), sobre todo por dos escenas: la del fuego como elemento de protesta silenciosa, y aquella otra afirmación:
“El hombre nuevo empieza a nacer con hongos, con los pies engusanados, el hombre nuevo empieza a nacer con soledad, el hombre nuevo empieza a nacer picado de zancudos, el hombre nuevo empieza a nacer hediondo. Ésa es la parte de afuera, porque por dentro, a fuerza de golpes violentos todos los días, viene naciendo el hombre nuevo en la frescura de la montaña”.
Azarosamente encuentro esta idea que me quema las entrañas: la revolución sólo puede darse como fuego. Cualquier revolución: desde la que se emprende contra Dios hasta la que aspira a transformar radicalmente al mundo. En protesta contra las ilusorias promesas del cielo (“Con ansia y amargura, he intentado cosechar los frutos del cielo y no he podido. Se elevaban hacia no sé qué otro cielo cuando les tendía mis manos golosas de su abundancia”) Cioran afirma que necesitamos un “espíritu de fuego” para que el “querubín enemigo que afila armas y locuras”, colocado por Dios como guardia en el camino del árbol de la vida, se derrita “en la pira de nuestra alma”. ¿Cómo no encontrar una relación estrecha entre esta necesidad de derretir al querubín divino en la pira de nuestra alma con un “espíritu de fuego” y el paulatino crecimiento de la protesta contra Somoza que describe Omar Cabezas cuando todavía no se incorporaba a las filas guerrilleras del FSLN que entrenaban en la montaña?
Según Cabezas, en Subitava descubrió los potenciales efectos del fuego como signo de protesta. Aquella población se había convertido en una hoguera permanente: las múltiples fogatas en torno a las que la gente se reunía para escuchar a los activistas, para sumarse a la resistencia contra la dictadura. De las marchas con ocote, las llamas anidaron en las fogatas que en calles y casas se hacían para discutir las injusticias de la dictadura. Recuerda Omar Cabezas:
“Y bueno, la fogata se fue generalizando en todos los barrios y paulatinamente fue adquiriendo un carácter subversivo. El fuego fue tomando un carácter subversivo porque todos los opositores, todos los antisomocistas, todos los prosandinistas, se aglutinaban alrededor del fuego. Entonces la fogata era síntoma de subversión, era símbolo de agitación política, de ideas revolucionarias llevadas por los estudiantes a los barrios. Las fogatas eran enemigas de la Guardia. La Guardia odiaba las fogatas porque la fogata concentraba a la gente. El fuego concita, integra, une; como que el fuego da valor como que el fuego te hace sentirte más protegido, más fuerte. Como que la llama fuera compañía. Es una sensación más o menos de ese tipo”.
Sospecho que allí, al calor de esas fogatas, poco a poco muchos nicaragüenses quemaron tanto al querubín de armas y locuras como su temor a la dictadura. En las piras de sus almas se comenzó a quemar todo. La revolución había llegado. El fuego como elemento propio cuando el cielo ha negado sus frutos, cuando unos pocos arrebatan a la tierra los frutos de todos. El mundo propio sólo se puede construir con fuego. ¿No será éste el lema de la revolución?
Porque también están las revoluciones personales. Ese conmovedor escenario de Subitava se llevó Cabezas a la montaña, cuando por fin el FSLN lo requirió como guerrillero. Y allá arriba vino la otra domesticación: la del propio yo acomodado. Otra pira de fuego en la que se queman muchas cosas. De los rescoldos no renace el hombre común, sino el hombre nuevo. Al lado del fuego, los hongos y los golpes violentos. Acaso forjarse no es otra cosa que eso: reconstituirse en piras, humedades y luchas contra las certezas que inmovilizan. Es otra vez Cioran el que lo dice mejor: “Armados por los accidentes de la vida, asolaremos las crueles certezas que nos acechan”. ¿Hay mejor definición del hombre nuevo? Cebezas incluso hubo de asolar la certeza del amor correspondido por la madre de su hija.
Pero como siempre, el fuego se agota, y lejos de los hongos y los golpes violentos, el hombre nuevo fenece ante las tentaciones del hombre común. El gran problema de la revolución es ése: ¿qué se hace con la pira que alguna vez la forjó? ¿qué se hace con los “ornamentos del mundo” que tanto seducen? ¿en qué momento no supimos guarecernos de los chaparrones?
No tendría yo más de 10 años cuando vi esa escena, que ahora recuerdo con nitidez: en la televisión se daba cuenta de una acción impensable: unos guerrilleros habían rodeado un hotel de cinco estrellas, creo que el Hilton, en el que estaban hospedados los asesores de la CIA. La sorpresa era evidente: lo estrategas de la guerra sucia, los representantes de la larga mano de imperio, rodeados y acorralados por los tan despreciados guerrilleros, con sus armas desiguales, sus barbas, sus disparejos uniformes verde olivo, café, azul oscuro, negro, y el paliacate rojinegro. Lo que no recuerdo es si se trataba de Nicaragua o de El Salvador, aunque supongo que en realidad se trataba de Managua.
Ese recuerdo me llevó al recuento de ciertas lecturas: Tomás Borge, Sergio Ramírez, Omar Cabezas. El libro de este último me conmovió poderosamente (La montaña es algo más que una inmensa estepa verde), sobre todo por dos escenas: la del fuego como elemento de protesta silenciosa, y aquella otra afirmación:
“El hombre nuevo empieza a nacer con hongos, con los pies engusanados, el hombre nuevo empieza a nacer con soledad, el hombre nuevo empieza a nacer picado de zancudos, el hombre nuevo empieza a nacer hediondo. Ésa es la parte de afuera, porque por dentro, a fuerza de golpes violentos todos los días, viene naciendo el hombre nuevo en la frescura de la montaña”.
Azarosamente encuentro esta idea que me quema las entrañas: la revolución sólo puede darse como fuego. Cualquier revolución: desde la que se emprende contra Dios hasta la que aspira a transformar radicalmente al mundo. En protesta contra las ilusorias promesas del cielo (“Con ansia y amargura, he intentado cosechar los frutos del cielo y no he podido. Se elevaban hacia no sé qué otro cielo cuando les tendía mis manos golosas de su abundancia”) Cioran afirma que necesitamos un “espíritu de fuego” para que el “querubín enemigo que afila armas y locuras”, colocado por Dios como guardia en el camino del árbol de la vida, se derrita “en la pira de nuestra alma”. ¿Cómo no encontrar una relación estrecha entre esta necesidad de derretir al querubín divino en la pira de nuestra alma con un “espíritu de fuego” y el paulatino crecimiento de la protesta contra Somoza que describe Omar Cabezas cuando todavía no se incorporaba a las filas guerrilleras del FSLN que entrenaban en la montaña?
Según Cabezas, en Subitava descubrió los potenciales efectos del fuego como signo de protesta. Aquella población se había convertido en una hoguera permanente: las múltiples fogatas en torno a las que la gente se reunía para escuchar a los activistas, para sumarse a la resistencia contra la dictadura. De las marchas con ocote, las llamas anidaron en las fogatas que en calles y casas se hacían para discutir las injusticias de la dictadura. Recuerda Omar Cabezas:
“Y bueno, la fogata se fue generalizando en todos los barrios y paulatinamente fue adquiriendo un carácter subversivo. El fuego fue tomando un carácter subversivo porque todos los opositores, todos los antisomocistas, todos los prosandinistas, se aglutinaban alrededor del fuego. Entonces la fogata era síntoma de subversión, era símbolo de agitación política, de ideas revolucionarias llevadas por los estudiantes a los barrios. Las fogatas eran enemigas de la Guardia. La Guardia odiaba las fogatas porque la fogata concentraba a la gente. El fuego concita, integra, une; como que el fuego da valor como que el fuego te hace sentirte más protegido, más fuerte. Como que la llama fuera compañía. Es una sensación más o menos de ese tipo”.
Sospecho que allí, al calor de esas fogatas, poco a poco muchos nicaragüenses quemaron tanto al querubín de armas y locuras como su temor a la dictadura. En las piras de sus almas se comenzó a quemar todo. La revolución había llegado. El fuego como elemento propio cuando el cielo ha negado sus frutos, cuando unos pocos arrebatan a la tierra los frutos de todos. El mundo propio sólo se puede construir con fuego. ¿No será éste el lema de la revolución?
Porque también están las revoluciones personales. Ese conmovedor escenario de Subitava se llevó Cabezas a la montaña, cuando por fin el FSLN lo requirió como guerrillero. Y allá arriba vino la otra domesticación: la del propio yo acomodado. Otra pira de fuego en la que se queman muchas cosas. De los rescoldos no renace el hombre común, sino el hombre nuevo. Al lado del fuego, los hongos y los golpes violentos. Acaso forjarse no es otra cosa que eso: reconstituirse en piras, humedades y luchas contra las certezas que inmovilizan. Es otra vez Cioran el que lo dice mejor: “Armados por los accidentes de la vida, asolaremos las crueles certezas que nos acechan”. ¿Hay mejor definición del hombre nuevo? Cebezas incluso hubo de asolar la certeza del amor correspondido por la madre de su hija.
Pero como siempre, el fuego se agota, y lejos de los hongos y los golpes violentos, el hombre nuevo fenece ante las tentaciones del hombre común. El gran problema de la revolución es ése: ¿qué se hace con la pira que alguna vez la forjó? ¿qué se hace con los “ornamentos del mundo” que tanto seducen? ¿en qué momento no supimos guarecernos de los chaparrones?
!México, México!
Hombre: si 11 mocosos corriendo tras una pelota es el signo de una nueva etapa para el país, según dice el presidente, respiremos tranquilos. La nueva etapa entonces se define por este correr una y otra vez dentro de los límites de una cancha sin poder ir más allá. Moverse sin moverse. Vaya, después de todo, el presidente de la república no es tan tonto como parece. Viendo a los 11 jugadores de futbol que ganaron el campeonato sub17, encontró la explicación de su sexenio, de su visión de país, de su proyecto. Moverse sin moverse. Así está el país. Propongo que salgamos al ángel a festejar este talento para regodearse en el mito del Sísifo. Me siento un nuevo mexicano.
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