lunes, diciembre 04, 2023

El ruido que ya no existe.

 Mi casa y la casa que era de mis padres comparten en estas épocas del año cierta oscuridad matutina. Son meses en los que la claridad del día atraviesa muy lentamente sus ventanas. En mi memoria, por estos días, la luz eléctrica de la cocina casi siempre fue la primera claridad de la casa. El trajín de mi madre preparando el desayuno o conversando con mi padre, ya jubilados, otorgaba a esa luz artificial la calidez del ruido. Uno sabía que allí estaban. Poco importaba distinguir lo que decían ni tampoco había demasiada importancia en lo que emitía la estación de radio que solían escuchar. Ahora que mi vida transcurre más en silencio que antes, aquellos ecos de un trajín íntimo, valioso, de certezas, se me vienen a aparecer en sueños. Será que por estos días, hace un año, hicimos lo que ahora sabemos fue el último viaje con mi madre. Nuestro último viaje antes de la orfandad total, que es como esa oscuridad de las casas. Esta conciencia golpea sin compasión todas las partes del cuerpo, pero sobre todo las de la memoria. Hoy, al despertar, el silencio en que habito se volvió, por breve momento, insoportable.