Xi-Jinping advierte el riesgo de una guerra termonuclear y llama a la cordura a dos fanáticos: Donald Trump y Kim Jong-un. Hay que aplaudirle al líder chino aunque su llamado no sea del todo inocente o desinteresado. No obstante, su llamado está destinado al fracaso: entre fanáticos no hay cordura posible. Por desgracia, si bien podemos señalar con el dedo a esos dos líderes mundiales, en realidad ellos son los voceros de una tendencia generalizada en el mundo. El fanatismo campea a sus anchas entre intelectuales, profesionistas, políticos, activistas, integrantes de movimientos sociales... Ya no se trata del apasionamiento y tenacidad desmedidas en la defensa de ideas o creencias políticas o religiosas, como define al fanatismo el Diccionario de la Real Academia, sino de cualquier índole: empresariales, sociales, culturales, ecológicas, etcétera. Aislados, ensimismados en su propio fanatismo, la cordura es para el fanático una petición abyecta porque para él supone negar su única verdad, en la que nadie más cabe. Es posible que un futuro no muy lejano, los que queden, y si es que algún cuerdo queda, se hable del corto siglo XXI, ese en el que la humanidad se rindió ante la suprema verdad –la única de hecho– del fin de sí misma; una humanidad que logró diseñarse un murito personal que solamente se vino abajo al ritmo de grandes explosiones.