A diferencia de otros años, ahora son muchos más los que se preguntan si vale la pena votar o si tiene algún sentido hacerlo. En procesos electorales previos, quienes hacíamos públicas estas preguntas, no pasábamos de ser en el mejor de los casos "bichos raros". Solía verse con mejores ojos a los que argumentaban en favor del "voto útil" y otras cosas por el estilo, siempre y cuando se ejerciera el derecho al voto. En el actual proceso, como resultado de los temas de Iguala, Tlatlaya, la Casa Blanca y demás, aumenta la cantidad de ciudadanos que dudan sobre las bondades de las elecciones.
La andanada en contra de la posibilidad de no ejercer el voto como decisión política ya está en marcha. Hay quienes con buena fe argumentan que eso favorecerá al PRI, y otros, sin malicia, intentan convencernos de que votar es una obligación cuyas bondades "podrían" ser enormes, además de que las elecciones son "pagadas" con nuestros impuestos: no hacerlo supondría un gasto inútil, tirar nuestro dinero a la basura, y ¿quién gusta de eso? Sin menospreciar la buena intención de quienes así se expresan, quisiera dirigir la mirada a otro lado.
Hay que tener presente que se trata de un proceso electoral intermedio. Esto quiere decir, en general, que es previsible que la participación electoral de los ciudadanos sea menor en comparación con las elecciones presidenciales. Una considerable abstención no será pues sorpresa alguna. Sin embargo, el gobierno en turno y los intereses económicos a él asociados están preocupados porque esta abstención puede "leerse" como una acción política derivada del movimiento social que surgió a raíz del caso Iguala. Recuérdese que en su momento este movimiento llamó a no participar en las elecciones en general para después, ante el nulo eco que tuvo, concentrar su discurso de abstención en Guerrero. Para evitar la posibilidad de que una acción como ésta tenga un significado político, "inocentemente" se programó un partido de futbol de la selección mexicana para el día de las elecciones, y lo que es peor, cotidianamente se exacerba la confrontación militar con el narco con el fin de expandir el miedo entre la población. Con estas medidas, lo que quieren es "atribuir" la abstención a algo totalmente distinto de la acción política: a la desidia, al miedo, al futbol.
El gobierno y los intereses en turno cuentan, además, con la incapacidad del movimiento social que exige la presentación con vida de los 43 desaparecidos para organizarse con el fin de ejercer una abstención como acción política. En efecto, al parecer el intenso enojo no dio lugar a una organización que en esta coyuntura electoral pudiese hacer sentir su desacuerdo en legitimar un régimen a través de las elecciones. Hay no cabe duda cierta tranquilidad en las esferas de poder.
Sin embargo, es necesario señalar que en nuestro país no existe un antecedente de una abstención generalizada organizada políticamente que, precisamente, con ese acto cuestione el régimen en su conjunto. Por tanto, lo que no sabemos es si con un acto de esta naturaleza quien quede en el poder podría gobernar. Me parece que muy fácilmente se desechan las consecuencias sociales de un acto que, en lo más básico, significaría no ceder la soberanía a un "representante", como nos enseñan hasta la saciedad en las escuelas. Las consecuencias de eso son impredecibles, y no solamente en cuanto a gobernabilidad se refiere.
Pero a no pocos les molesta que se les hable de posibilidades, de especulaciones o de cosas impredecibles. Lo que no ha existido no puede existir, dicen. Dejemos a un lado lo curioso que resulta que quien precisamente cree en paraísos nunca vistos y comprobados, piense y se comporte de esta manera. Concedamos que, por ahora, es mejor hablar de lo que se sabe. ¿Qué es, por tanto, de lo que sí podemos hablar? Fundamentalmente, a este respecto, podemos afirmar que a nuestro "sistema democrático" le es indiferente el voto del ciudadano. ¿Cómo es esto posible?, ¿acaso no se cuentan los votos?, ¿acaso no hemos creado un conjunto de instituciones diseñadas para proteger el voto y la decisión que ello conlleva?
Las respuestas a estas preguntas son afirmativas. El voto cuenta y hay instituciones que dicen protegerlo. Sin embargo, la indiferencia del voto para nuestro sistema democrático no se manifiesta allí, sino en otro lado. Como es evidente en las campañas electorales actuales, para los políticos el ciudadano no pasa de ser un estúpido que se conforma con denuncias, chistes, espectáculos, sorna, despensas, televisores y golpes. El contenido de estas campañas son el índice más claro del modo como en este país se entiende al ciudadano, sin que ello tenga relación directa con el cómo se entiende el ciudadano a sí mismo. Observemos que, al igual que sucede con la televisión en nuestro país (que según uno de sus empresarios más importantes, consiste en ser un espectáculo para jodidos), la política nacional se ha convertido exactamente en eso: en una política jodida y miserable. La preeminencia de esos "productos de televisión y espectáculo" en nuestro actual proceso electoral lo que demuestra, además del fundamento económico de la política, es justamente el predominio de esta perspectiva, concebida para ciudadanos que desde ella misma se conciben como jodidos y miserables. En este país, el ciudadano no vota por proyectos, vota por máscaras y juegos de palabras vacuas, tan miserables y jodidas las unas como las otras. Y lo cierto es que el verdadero proyecto no se dice, no se expone, no se plantea.
Frente a esto, el Instituto Nacional Electoral hace una campaña en favor del voto como si en verdad este país viviera en una democracia en la que el voto no fuese indiferente para el propio sistema. Muy sabio aconseja al ciudadano investigue a los candidatos y, de una manera que no especifica porque no existe, llame a cuenta a sus elegidos si no cumplen con lo prometido. Si el ciudadano le toma la palabra al INE se sorprenderá de hallar entre los candidatos una amplia mayoría que no sólo comparte sino que fomenta la idea de que el ciudadano es un estúpido que en el mejor de los casos puede recibir regalos, levantones de falda y besos y en el peor cabezazos y balazos; protagonistas gloriosos de una política miserable y jodida.
Si el ciudadano, en un acto de contrición, pensase que en realidad está exagerando y que es necesario conceder el beneficio de la duda, lo que encontrará de nuevo no son proyectos, sino generalidades con las que no se puede estar en desacuerdo: menos corrupción, mayor salario, agua para todos, delegaciones para todos, progreso, inglés, computación, etcétera. Y sin embargo, no hallará nada sobre la explotación de la que él mismo es objeto, ni sobre este modo ofensivo como se le concibe, ni sobre la devastación humana, social y natural que el sistema en el que vive prodiga, ni mucho menos algo, por supuesto, sobre algún proyecto para enfrentar eso que no se menciona. Lo que encontrará son recomendaciones implícitas: explotación sin corrupción, adecuación a la devastación, superación personal contra la barbarie, igualdad etérea frente a desigualdad real, merecimientos contra la exclusividad sin merecimiento, etcétera, pero hasta allí.
Lo que encuentra el ciudadano es un silencio absoluto sobre el proyecto real que está en marcha en nuestro país. Al dejarlo intacto, al no ser dicho ni explicitado, no requiere del voto para operar. Por eso puede afirmarse que para este proyecto el voto le es del todo indiferente. Por eso la "democracia mexicana" se juega en adornos, atuendos, arreglos. El voto por tanto, al no decidir sobre lo esencial en realidad lo que hace, su utilidad, es legitimar toda la estructura institucional que está realizando ese proyecto no dicho. El ciudadano no elige entre proyectos diferentes sino entre supuestas moralidades distintas. Y digo supuestas porque como lo demuestra el periodismo serio, nuestros políticos son, en su mayoría, la perla más perfecta de la corrupción.
El problema evidentemente no reside en la democracia, sino en el hecho de que en nuestro país ella obedece ciegamente a una lógica que le es por completo ajena. No se trata de "arreglar" la democracia sino de "acabar" con el sistema que también a ella la pervierte y la destroza. Pero paradójicamente se procede exactamente al revés: se quiere normar hasta lo indecible a la democracia dejando intacto el sistema que la pervierte. En esto gastan ríos de tinta profesores, académicos, analistas y demás. Parten del supuesto, que efectivamente se puede constatar, de que con el advenimiento de la democracia en el país han mejorado algunas cosas. Afirman que estos logros han costado tanto trabajo que no vale la pena echarlos por la borda. De manera sutil lo que exigen al ciudadano es un sacrificio permanente en la inteligencia de que si se elige bien puede que todo esto cambie en algún momento y para bien. Así, el ciudadano, desdeñado por los políticos, es conducido al sacrificio por bien intencionados pastores que ansían no sin razón el perfeccionamiento de nuestra democracia, pero solamente eso. De aquí que no resulte tan sorprendente la andanada en contra de la abstención o de la anulación del voto.
Puede decirse entonces que en la medida en que el voto no decide absolutamente nada importante con respecto a la modificación real del sistema en el que estamos inmersos, es completamente inútil. No votar, en tanto que objeción política al sistema, se queda solamente en eso en tanto que no encuentra la forma de organizarse para transformar una decisión personal en una acción política decisiva. Estamos justamente en una paradoja: votar es asumir la condición sacrificial que se nos exige; no hacerlo en las condiciones actuales es llevar a cabo una objeción de conciencia intrascendente. Ni lo uno ni lo otro nos lleva a algo distinto. Quizá a eso se refería el EZLN al afirmar que sea cual sea la decisión sobre el proceso electoral actual lo único que se puede vislumbrar es que las cosas se pondrán peor. De ser así, entonces, habría que tomar una decisión más inteligente que el sacrificio y la legitimación de lo que nos exige sacrificarnos. Quizá lo más importante sea ahora decidir no asumir esa doctrina que hoy nos invita a hacer algo para que nada cambie. Quizá como dicen los zapatistas, lo que nos queda es organizarnos pero no para tomar el poder ni para reformar la democracia, sino para efectivamente construir una alternativa distinta a sobrevivir a un mundo jodido y miserable.