viernes, febrero 13, 2015

El tamaño de la tristeza

Viajo en la larga serpiente naranja que me lleva a un destino incierto: la remota posibilidad de la concreción de un proyecto. En el trayecto leo con furia un texto para intentar entender por qué el discurso racional de algunos intenta volver aceptable la barbarie de Iguala. En una estación, al abrirse la puerta, entra una pareja cuya tristeza es infinita. El mundo parece ahogarlos. Aunque no lo son, parecen dos viejos que descienden de un calvario, de El Calvario. Una, dos estaciones permanecen cabizbajos, en silencio. Lágrimas corren por sus mejillas. El hombre comienza a hablar, o mejor dicho, lo intenta. Solamente balbucea. Otra estación más y logra decir algo: su hija murió. Se la entregan a las tres de la tarde. Le piden 300 pesos. “Sé que nadie nos va ayudar. Hemos pedido ayuda y nadie nos la da. Nuestro dolor es tan grande que podemos soportar muchas negativas. Pero  Por favor si alguien puede, ayúdenos, y si alguien quiere, acompáñenos”, dice entre lágrimas y mocos. Saco de mi pequeña mochila un paquete de pañuelos que le extiendo. Él con un movimiento de cabeza agradece mientras la esposa solloza quedamente, como ausente. Saco de mi cartera los únicos 200 pesos que tengo. Se los doy a ella. Quiero decirles algo pero su tristeza es el poema más terrible de la vida. Me quedo mudo. Les pongo a ambos una mano sobre el hombro. Ellos lloran y agradecen. Les faltan solamente 100 pesos... y un infierno. Bajo de la serpiente naranja. A mi dolor físico se suma el dolor del mundo y esta tristeza infinita.