jueves, febrero 09, 2017

Érase una vez

Esta es la historia reciente de un país que entusiastamente se dejó cachondear por un sueño que en el imaginario creado por los medios de comunicación masiva solía llamarse "americano", pero que en realidad era una pesadilla de despojo global. En este cachondeo participaron, también, los resignados cuya negativa fue volviéndose aceptación culposa. Disfrazada de sueño, la pesadilla llegó con todo lo que antes, en ese país corrputo y encerrado en sus fronteras, no había: los cafés, las grandes tiendas, los maravillosos espectáculos, los idiomas y las ganas de ser de mundo. Pero sucedió que los promotores de ese sueño, al apropiarse de todo lo necesario, esto es, los recursos básicos, las materias primas, la industria, las ideas, las instituciones, decidieron ponerle fin dejando a los cachondeados en el frío desértico de la pesadilla. Esos soñadores, los entusiastas y resignados, despertaron ateridos en un desierto en el que su desnuda indefensión era lo único que podían llamar en rigor propiedad. Molestos, enfurecidos, gritaron, señalaron al responsable de esta mutación de sueño en pesadilla, es decir, reclamaron porque la ilusión no era verdad y porque la verdad era una bien pinche y fea realidad. No se lo perdonaron. A falta de algo intentaron aliviar su condición con una gran cobija en la que bordada había un águila que al parecer en algún momento devoró algo. No se sorprendieron que debajo de ella estuviesen los promotores más aguerridos y entusiastas de ese sueño fraudulento,  los resposables de la pesadilla nacional. No se sorprendieron porque, después de todo, es mejor la ilusión comprada que la brutal realidad; es preferible el canchondeo en la ilusión que estar aterido; es mejor la sensación de flotar que de asumir la liberación no solamente de la pesadilla sino de esos sueños con los que se disfrazan las pesadillas; todo es más sencillo que la posibilidad misma de soñar otros sueños que sean realidad.