La huelga en la UNAM era ya una caricatura de sí misma.
Los meses, el acoso y la intolerancia habían
hecho lo suyo. Por una causa aún inexplicable para mí,
fui de los pocos no expulsados de la huelga. Los “activistas” que
quedaban en la facultad de Filosofía
y Letras me detestaban pero a saber por qué me
toleraban. Recuerdo las últimas semanas de
la huelga como una sucesión de días
monótonos y cansinos, sin perspectiva
alguna para el Consejo General de Huelga, que anunciaban la debacle de un
movimiento con el que nunca me sentí cómodo.
Aquellos días, aprovechando que aún
podía ingresar, daba vueltas por Ciudad
Universitaria, incrédulo de su
semejanza con el desierto.
Para
entonces, el rector Juan Ramón de la Fuente
había propuesto la estrategia que muchos
vieron con buenos ojos: poner fin a la huelga mediante una consulta
universitaria. Uno de esos días recibí una
llamada de mi amigo Eduardo: por instrucciones de la administración
de la facultad, nos invitaba a mí y
a Nahuatzen a una reunión para platicar
sobre la consulta.
Con
varios compañeras y compañeros,
entre ellos Nahuatzen, intentamos por un tiempo y desde dentro redefinir el
rumbo de la huelga. Nos hicimos notar, pero fracasamos rotundamente. Muchos de
ese grupo, el que realizó el “Encuentro
por la Universidad”, del que
salieron algunas publicaciones que creo siguen siendo pertinentes, se fueron
por voluntad propia u obligados por la intolerancia de un CGH mermado.
Me
sorprendió
la propuesta de reunión.
Ya no éramos nada, ya nadie era nada. Lo
entendí
como un acto de desesperación.
Mi amigo, en cambio, como un reconocimiento. Nos citaron en una casa de Coyoacán.
La reunión fue tersa. En parte porque entre
Nahuatzen y yo fluía una corriente
de simpatía e ironía
que con frecuencia nos hacía estallar en
carcajadas. En parte porque el representante de la Dirección
de la facultad, Josu Landa, nos conocía
bastante bien: tiempo ha que nos habíamos
conocido, confrontado, y solucionado nuestros desacuerdos.
Antes
de entrar en materia, hablamos sobre cualquier nimiedad. Luego nos pusimos
serios. Josu Landa fue claro: nos dijo que nosotros “representábamos” algo,
que el estudiantado nos conocía, y que nuestra colaboración
en la consulta era importante para alentar la participación.
Sensible al fin, después de explicar su
punto de vista, se retiró para que
Nahuatzen y yo conversáramos sobre su
propuesta.
Lo
discutimos bastante. Coincidimos en que era necesario levantar la huelga, que
la existencia de la UNAM desde hacía meses estaba en riesgo. Pero discrepamos
sobre la consulta: para mí, tan sólo
era un pretexto para la entrada de la policía;
para él, era dar un paso legítimo
que muy probablemente terminaría con la entrada
de la policía a la universidad. Discutimos mucho
porque no se trataba de un asunto de matiz. Yo me negaba a justificar un acto
de autoridad.
Al
salir de la casa de Coyoacán, Nahuatzen y yo
caminamos en silencio. Ambos sabíamos
que algo se había fracturado
entre nosotros. No hubo ironía ni necesidad de
decir nada. Luego de unas cuadras nos despedimos. Él
colaboró
en la consulta, yo ni siquiera voté.
Cuando la policía entró a
la universidad, una marcha enorme de protesta se organizó. Salió de CU; llegó
hasta el Monumento a la Revolución.
Allí
estuvimos varios de aquel grupo que se disolvió andando
el tiempo de la huelga, pero no recuerdo haberlo visto a él marchando. Quizá solamente no
lo vi.
Nahuatzen
y yo nos seguimos frecuentando. Tras aquello nos encontramos en trincheras distintas. Por un tiempo ambos
trabajamos en el gobierno de la ciudad, en áreas
que eran rehenes de “corrientes” diferentes.
Pese a ello, solíamos sentarnos a
solucionar los problemas que debíamos
solucionar. Lo hacíamos como amigos,
como universitarios.
Poco
tiempo después Nahuatzen murió.
Nunca tocamos el tema de la consulta ni nuestras posturas al respecto. Ninguno
de los dos se benefició de la huelga o de
esa reunión. Al contrario, de alguna manera,
nos exiliamos de la universidad. Yo sigo parcialmente en esa condición.
Así que
parte de mi recuerdo personal de la huelga es poco edificante. No sólo
porque terminó en el descrédito,
aunque reconozco que pareció
salvar a la UNAM del destino neoliberal que le tenían
preparado, sino porque, entre otras muchas cosas, la asocio a una fractura, al
exilio, a una muerte.
*Este texto lo escribí en febrero de 2014 para un libro conmemorativo de la huelga de 99 que, me parece, nunca salió a la luz. Lo dejo como recuerdo de ciertas cosas.