sábado, junio 11, 2016

La sonrisa de la libélula

La sonrisa de la libélula

Texto leído el día 11 de junio en el Faro de Oriente


Nos convoca hoy, en el inicio de los festejos de los 16 años de existencia del Faro de Oriente, un libro y una experiencia multifacética. El libro Fábricas de Artes y Oficios de la ciudad de México. Quince años de navegar el siglo XXI, publicado por la editorial Trilce, con su inconfundible sello de saturación de imágenes, poco discurso escrito, numeralias, tipografía que simula la que antaño hacían máquinas de escribir Olivetti necesitadas de mantenimiento (como si eso le diera un aura que en verdad solamente el tiempo transcurrido puede otorgar), narra –con una suerte de estilo impresionista– la historia de la Red de Faros de la ciudad de México y las particularidades de cada una de las Fábricas de Artes y Oficios que la conforman: Oriente, Tláhuac, Milpa Alta-Miacatlán, Cuautepe-Indios Verdes, y otro más que en este mes de junio se inaugurará: el Faro Aragón-Cine Corregidora. Se trata de un libro equilibrado, con ejes temáticos bien establecidos, pensado y hecho por la entrañable y muy inteligente María Rivera, quien ha estado muy cerca de esta Red desde la fundación del primer Faro, este, el de Oriente, en el año 2000, hasta el día de hoy.

Si ustedes lo leen –y ojalá lo hagan, no tiene desperdicio– les quedará claro el origen de cada una de estas fábricas, su historia, el espacio y el entorno donde se erigen, las áreas operativas que les constituyen, su vocación, y un pequeño conjunto de historias personales o colectivas llamadas perfiles que, dicho sin demeritar el resto de las participaciones, resulta la parte más interesante porque “aterriza” lo que de manera abstracta e incluso teórica se quiere decir sobre la Red de Faros de la Ciudad de México.

Junto con estos perfiles, las fotografías que lo ilustran, algunas de ellas en verdad espectaculares, realizadas por fotógrafos de casa, nos hablan desde la mirada: la mirada que está detrás de la lente, la mirada de los que mirando viven la experiencia Faro, la mirada de los que mirando esta experiencia miran su ciudad. Fotografías que son en sí mismas un discurso de lo urbano marginal, del conflicto y de la duda, de la alegría y de la belleza, de la esperanza y de la exploración que solamente desde allí se puede percibir y fijar en ese momentáneo pero eterno juego de luz que es la fotografía.

Cabe destacar la portada y contraportada de este libro: un conjunto de motivos (estampas, grabados, graffitis, sticks) que llama poderosamente la atención por su fuerza. Si se les observa con detenimiento se encuentran incluso leyendas inquietantes o sugerentes, como la que sostiene un orangután que en inglés dice “Ríe ahora, pero algún día estaremos al mando”, o esa otra que cual rezo de bienvenida dice “Hola libertad”, o esa otra que como exigencia creativa sugiere: “Destruye todo el diseño”. No estoy seguro de que todo este conjunto de motivos, como síntoma que es de lo que se hace en los faros, sea una nueva estética, pero sí estoy convencido de que se trata de una que los catrines de la ciudad, los formados en la educación formal, prefieren obviar e ignorar.

Una de las fotografías que contiene este libro (pág. 137), cuya autoría es de Jesús López, nos muestra a una mujer joven practicando danza área en el Faro de Tláhuac. Más allá de su estética, de su discutible manipulación digital, lo que embelesa es esa mujer cuya sonrisa la motiva el logro de estar en vilo, como si en consonancia con la libélula que tiene tatuada en su espalda, visible gracias al pronunciado escote de su leotardo, ella misma pudiese volar. Esta imagen de alguna manera sintetiza eso que tanto quiere definirse como modelo Faro, eso que de manera atinada en este libro se refiere como experiencia.

En efecto, lo que la mujer de esa fotografía experimenta es una relación creativa consigo misma y lo que transmite es una sensación de plenitud. En otras palabras, lo que allí vemos gracias al lente de Jesús López es a una mujer inventándose a sí misma, y esta invención concita la percepción de una plenitud que, de alguna manera, parece ayudarle a mantenerse en el aire además de, por supuesto, las telas en torno a sus brazos y piernas y la técnica adecuada para tal efecto. Para quien quiera y sepa mirar, allí está cifrado el misterio del modelo Faro y la esencia de su experiencia.

El éxito de las Fábricas de Artes y Oficios de la Ciudad de México reside en que se proponen, y logran, ofrecer la posibilidad de la invención de sí mismo a través de un oficio y su estética en medio y en contra de una realidad globalizada que lo que otorga es la programación de una individualidad ad hoc a la pobreza generalizada, no sólo material sino también espiritual, en que vive el mundo contemporáneo. Ante el imperio del fragmento que es la vida cotidiana actual, la degradación de esta vida en instantáneas facebookeras y twitteras, el entusiasta sometimiento a la explotación y caducidad programadas, la resignación ante la barbarie disfrazada de discursos de superación personal, y la confusión del compromiso social con el emprendedor que emprende allí donde la oportunidad de negocio profundiza el desastre, la plenitud que la Red de Faros ofrece como posibilidad y realidad llama mucho la atención: de aquí el enrome prestigio que posee. El modelo y experiencia Faro va a contracorriente de lo que sucede precisamente porque ofrece la posibilidad de la invención personal con otros en una realidad que exige y demanda sumisión total y solitaria. De esto hablan de una u otra manera todos los testimonios, los de ellas, los de ellos, que se aglutinan en la sección de perfiles de cada Faro en este libro. Remiten a esta experiencia creativa, a esta sensación de plenitud, a este encontrarse en un laberinto no escogido e inmerecido que en cada Faro parece haber encontrado su merecida salida.

Esto mismo aparece en lo que de manera un tanto laxa en este libro se llama vocación de cada Faro: la de Oriente, artes plásticas; la de Tláhuac, danza área y performance; la de Milpa Alta, Telar de Cintura y Globos de Cantoya; la de Indios Verdes, la danza; la de Aragón, lo audiovisual. No puede pasar inadvertido lo que hay de implícito en estas vocaciones. Todas ellas, salvo la de Aragón que aún está por verse, se encuentran estrechamente vinculadas a la experiencia misma del cuerpo y sus sentidos. Lo cual en sí mismo es ya toda una propuesta si se considera que actualmente al cuerpo se le sacrifica con un doble desdén acompañado de una consideración meramente utilitaria. Usualmente al cuerpo no solamente se lo considera como “opuesto” al pensamiento y lo racional, sino también como la cuna de todos los  pecados, nido de todas las tentaciones y ejecutor de todos los impulsos que suelen llamarse “irracionales”. Lo que de él en realidad se quiere en la sociedad actual es su ordenado, controlado y reprimido funcionamiento que facilite una dócil adecuación a la máxima explotación con la mínima inversión posible, o en su defecto, la reducción de su vitalidad al de una mercancía apetecible que incite al consumo y en ese sentido una constante renovación antes de su programada fecha de caducidad (vaya la reiteración del botox antes del ataúd, la compra de la juventud antes del colapso final). En suma, lo que se propone en nuestra sociedad globalizada como ideal es un cuerpo fragmentario, disminuido, vigilado, reprimido, vuelto mercancía. Contra esto precisamente se erige la experiencia de los faros: en ellos el cuerpo es fundamento, no medio; es razón, no pretexto; es motivo, no excusa. También por esto la fotografía de la mujer de danza aérea a la que he aludido es importante: porque en esta batalla por la liberación y resignificación del cuerpo son las mujeres las más comprometidas, las más decididas, las más radicales.

Estas y muchas otras cosas pueden ustedes encontrar en este libro y en la experiencia multifacética de los faros de la ciudad de México. Vale la pena sumergirse 
en el libro e ir a cada faro. Generalmente uno acaba enamorándose de estos espacios entrañables.

Desde este lugar, la primera Fábrica de Artes y Oficios de la ciudad, el Sol podría decirse de uno de los proyectos más importantes de los gobiernos electos democráticamente en esta ciudad, es necesario reconocer y aplaudir a quienes con su hacer se han hecho de él y del resto de la fábricas. Felicitemos a quienes han hecho posible la existencia de esta experiencia: a los que la idearon, a los que la fundaron, a los que la operan, y a los que la viven.

También es necesario reconocer que el Faro de Oriente es, además de todo, un gran semillero. Si el Faro de Oriente surgió como una alternativa ante el páramo cultural que en los noventa del siglo pasado se podía constatar en gran parte de la ciudad, particularmente lejos de su consentido corredor del centro al sur, hoy, a 16 años, el panorama es cualitativamente distinto: inspirados, rozados, engullidos, expulsados por la experiencia de este lugar, muchos promotores culturales, talleristas, artistas, etcétera, se han esparcido por la ciudad fundado y operando sus propios espacios. Podría decirse que el Faro de Oriente no solamente ha ganado en el discurso, sino que felizmente se ha vuelto un virus altamente contagioso que alcanza ya a gran parte de la ciudad e incluso otras latitudes nacionales e internacionales.


Y justo por su condición de sol y semillero tiene un deber ineludible: el de impulsar la creación de un nuevo universo y nuevo jardín del edén, podría decirse. Me parece le ha llegado el momento de dejar de pensarse como centro para convertirse en fundamento. Este giro me parece es importante para consolidar la Red de Faros de la Ciudad de México. Es necesario que el Faro de Oriente asuma y se sume, con su experiencia, con su inteligencia, con su apertura y rebelde bondad al nuevo reto que la actual ciudad le demanda, esto es, la invención de un nuevo universo, de un nuevo jardín, de una ciudad muy otra, en la que el festivo, juguetón y hasta desesperado intento por reinventar lo humano se imponga sobre la fría forma de la mercancía y el helado paisaje de la barbarie que prevalece hoy en día en sus calles, en el país y el mundo. Vaya, una ciudad, un país, un mundo, donde impere la sonrisa de la libélula.