martes, octubre 08, 2013

martes, octubre 01, 2013

Calibán, que viene, que va.


(Texto leído el 12 de septiembre de 2013 con motivo de la presentación de la revista Calibán)

Cualquiera que se haya aproximado a la experiencia de editar una revista cultural o académica, o en su defecto, se haya interesado por su historia en México y en el mundo, sabe que una publicación de esta índole es siempre, y ante todo, una declaración. En efecto, una revista es el testimonio material impreso más evidente, e incluso romántico si se quiere, de la existencia de un grupo que se caracteriza por su filiación a una genealogía, una comunidad de intereses, y un conjunto de lazos de diverso tipo. Si como digo es una declaración se debe a que ella –la revista– bautiza y reivindica el espacio que ese grupo reclama para sí en el universo dentro del cual surge. Por eso, a menudo, su primera editorial se distingue por proclamar una suerte de “declaración de guerra”. Al decir esto, no estoy pensando en una militancia belicista sino más bien en aquel viejo juego que comienza “declaro la guerra en contra de...”. Para darse un perfil a sí misma, en esta editorial primera se ubica un adversario y se traza con toda precisión la trinchera desde la cual se decide enfrentarlo. La revista que hoy presentamos no es la excepción.

Calibán, nombre que se toma prestado de uno de los personajes de La tempestad de Shakespeare, es una revista que se piensa a sí misma a la vez heredera y forjadora. Heredera del discurso crítico fundado por Marx, y forjadora del mismo en tanto que pretende llevarlo adelante en las condiciones actuales. ¡Menuda empresa! No tanto porque la situación actual sea parecida a la de hace apenas unos años, cuando todo lo que tuviese que ver con Marx era denostado y visto como “superado por equivocado según lo demostró la experiencia histórica del socialismo realmente existente”, sino precisamente por lo contrario, el resurgimiento, con inusitada fuerza, del tema “Marx”, con todo lo que ello implica: tanto las potencialidades de su “obra abierta” como los riesgos que eso mismo supuso antaño, a saber, canonización, dogmatismo, perversión, ignorancia ilustrada, etcétera.

En esta revista se reconoce a la modernidad capitalista como su adversaria. Toma partido por los desposeídos y explotados que ella deja a su paso. Por eso se designa a sí misma Calibán. Como es sabido, el personaje de la pieza teatral de Shakespeare ha sido utilizado desde su creación para aludir lo mismo al “hombre natural” que a los oprimidos de todos los tiempos. Podríamos decir, por tanto, que esta revista lleva en su nombre la consigna.

Pero el reconocimiento de que su adversaria es la modernidad capitalista se hace explícito, incluso, de una manera que me parece vale la pena destacar. Me refiero al hecho de que esté editada bajo la licencia Creative Commons, que permite copiar, distribuir, ejecutar y comunicar pública y libremente su contenido y hacer copias derivadas.  Así, la revista misma, como objeto, parece refutar las nociones de lo privado en las que se funda aquella modernidad. Incluso puede conseguirse en versión PDF en un sitio que sigue la misma lógica de la licencia bajo la cual está editada. En este sentido, no cabe duda, Calibán es una revista que se asume disidente con respecto a la hegemonía de la modernidad capitalista y su galimatías de derechos de autor.

Más allá del nombre y su licencia, el comité editorial de esta revista, integrado por David Gómez, Daniel Inclán, Börris Nehe y Javier Sigüenza, dirige sus baterías de manera preponderante a un aspecto de la modernidad capitalista. Se trata de aquello que ha vuelto si no imposible por lo menos difícil una mayor profundización y presencia del discurso crítico en el ámbito universitario: la división deliberadamente fomentada entre la torre de marfil de cierto tipo de vida académica y la realidad real, a ras de suelo, de los movimientos emancipatorios, esto es, de los excluidos, explotados y sometidos que luchan por dejar de serlo.

Es este aspecto el que el comité editorial se plantea como reto a superar. En la editorial inicial de esta revista se afirma: “Calibán pretende insertarse en ese pantanoso campo entre la reflexión teórica y la acción de los movimientos sociales”. El aserto es inobjetable. No cabe duda que ese espacio de articulación es difícil, complicado. En otro tiempo, una pretensión similar formó parte de la discusión amplia, compleja y nada sencilla sobre la relación entre teoría y praxis. Pero en aquel entonces había otro contexto, otras convicciones, otras religiones, otras laicidades. Sin embargo, quizá su relativo abandono coadyuvó notablemente a eso que el comité editorial de Calibán percibe: la evidente existencia de cierto tipo de lenguaje académico estéril y excluyente que no sólo se distancia de las prácticas y discursos de los movimientos sociales emancipatorios, sino que además le condena a no entenderse ella misma al presentarse en figuras especializadas irreconciliables como la historia, la sociología, la antropología, la filosofía, etcétera. Para Calibán el reto está en superar este lenguaje con la intención de “contribuir a ampliar la reflexión teórica crítica y el debate al interior de los movimientos emancipatorios”.

Llegados a este punto, quiero hacer una confesión. De manera paralela a la lectura de Calibán, por motivos que no vienen al caso explicar aquí, hice una relectura de la novela Tu nombre en el silencio de José María Pérez Gay. En ella, hay un ajuste de cuentas del propio autor con los sueños revolucionarios de su generación. De alguna manera, Pérez Gay encuentra en ellos cierto apuntalamiento de pesadillas como el genocidio camboyano perpetrado por el Jemer Rojo, que decía encontrar su inspiración en la Revolución Cultural Proletaria impulsada por Mao en 1966. Esta “inspiración” tuvo como consecuencia, entre otras cosas, el exterminio de una cuarta parte de la población camboyana en un lapso de casi cuatro años. Pero para el autor de la novela Tu nombre en el silencio el problema no es la revolución sino la ausencia de un mínimo espíritu crítico para con los sueños mismos. Al final de la novela, Cardona, uno de los personajes centrales, afirma en diálogo con otro de los personajes que los sueños (socialistas, revolucionarios) en que aprendieron “a deletrear la esperanza” también los volvió “inmunes a los hechos incómodos”. Y remata que esos sueños los convirtieron en “ideólogos de la esperanza”. Después de leer la novela a la par de ese otro libro de Pérez Gay que narra la tragedia camboyana, llamado El príncipe y sus guerrilleros. La destrucción de Camboya, es difícil no percatarse de que la mejor vacuna contra esa ideología de la esperanza que termina por convertirse en una muy concreta y terrible pesadilla es la crítica.

Precisamente por esto quiero subrayar la pretensión de Calibán de ampliar la reflexión teórica crítica y el debate al interior de los movimientos emancipatorios. Además de loable me parece necesario pues de esta manera puede contribuir en la medida de sus fuerzas y posibilidades a esbozar una esperanza que no sea ideología ciega a los hechos incómodos provenientes de la modernidad capitalista pero sobre todo de aquellos que suelen surgir en el seno mismo de los movimientos emancipatorios.

¿Cómo es que David, Daniel, Börries y Javier llegaron a esta tan sana conclusión que les llevó a crear una revista como Calibán? No dudo de sus talentos personales ni de su inteligencia ni de su capacidad de lectura ni de sus diversas biografías. La revista y los artículos que se encuentran en este su número 0 dan cuenta de ello. Pero la revista en su conjunto acusa una decisiva influencia de Bolívar Echeverría. No creo errar del todo si afirmo que llegaron al discurso crítico inaugurado por Marx vía el filósofo ecuatoriano. De hecho, creo detectar que por lo menos de aquí les viene una parte decisiva de su comunidad de lazos. Esto es notorio en esa pequeña declaración con que cierra la tercera de forros de la revista y que cito a continuación: “...Nuestra identidad se encuentra permanentemente en vilo, es una identidad evanescente, que al entrar en diálogo con otras identidades las devora codigofágicamente y al mismo tiempo se deja devorar por ellas”. Esta breve epílogo es una reelaboración de una idea que cruza en ensayo “La identidad evanescente” del libro Las ilusiones de la modernidad del filósofo ecuatoriano.

Además, soy de la opinión que la influencia de Echeverría también es notable en la existencia misma de esta revista. El filósofo ecuatoriano era una apasionado de este tipo de publicaciones. Editó varias, participó en otras tantas, promovió algunas más, y creo inspiró otras varias. Al respecto, me permito contar una anécdota. Cuando yo formaba parte del equipo editorial de la revista Universidad de México, la más antigua y prestigiosa de nuestra universidad, fui con Bolívar Echeverría para solicitarle que se hiciera cargo de una columna mensual. Sin dudarlo, aceptó. Me entregó un conjunto de escritos inéditos y me dijo que estableciéramos una suerte de diálogo. Que yo leyera los textos que me entregaba, escritos tiempo antes pero totalmente desconocidos incluso para sus allegados, y que les diera forma y orden, pues eran más aforísticos que ensayos. Después de eso, él los revisaría y de ser necesario haría las correcciones pertinentes y pondría títulos adecuados. Esto hicimos cada mes durante casi un año. Así nació la columna Ziranda.

Pero al mismo tiempo, él me sugirió crear un espacio dentro de la revista Universidad de México para contar y revisar la historia de otras revistas. Insistía en eso porque nosotros habíamos creado dentro de la nuestra una sección llamada “Expedientes secretos”, en la que recuperábamos textos publicados con anterioridad en la revista y que resultaban significativos por sí mismos y en relación con el tema central al que se dedicaba cada número. Yo fui el responsable de esa sección y hube de leerme 70 años de historia, pues tal era para entonces la longevidad de esa revista mensual. Por desgracia, no atendimos su propuesta. En realidad, nos desbordaba.

Cuando le pregunté a Echeverría el motivo de su propuesta, me respondió que le parecía importante recuperar la historia de revistas como Cuadernos políticos. Fue entonces cuando me contó su experiencia como creador, editor y participante en publicaciones periódicas. Compartimos en ese entonces una secreta complicidad editorial. Debo reconocer que varias de las temáticas que durante nuestra época abordamos en Universidad de México se me ocurrieron al calor de aquellas pláticas (revolución, guerra, drogas) y al proponerlas fueron aceptadas por el entonces director, Ricardo Pérez Montfort. De hecho, por el abordaje de estas temáticas un poco ignoradas en aquellos años (2002-2005), particularmente ese número que dedicamos a las drogas y en cuya editorial yo pedía la legalización de su consumo, nos valió que Juan Ramón de la Fuente, entonces rector de la UNAM, nos destituyera como equipo editorial de la revista Universidad de México. Vueltas que da la vida: ahora defiende lo que entonces condenó.

La inquietud de Bolívar Echeverría se recuperó al menos en parte con la digitalización de la revista Cuadernos políticos, que se debe al compromiso y esfuerzo de Javier Sigüenza. Digo en parte porque quedó de lado contar la experiencia de su creación, edición y publicación. De eso y de otras experiencias similares se habría de alimentar una sección de una revista electrónica que nunca pudimos concretar pero que mereció algunas reuniones para tal efecto entre el propio Bolívar Echeverría, Carlos Aguirre Rojas y un servidor. Teníamos todo, el perfil, su periodicidad, la idea de quiénes habrían de colaborar, algunos artículos y hasta el nombre de la revista (Eppur), pero nunca tuvimos ni los recursos ni el tiempo. Pero creo sinceramente que de esta inquietud de Echeverría en cierto modo se derivan revistas como Contrahistorias de Carlos Aguirre Rojas y la que hoy presentamos, Calibán. Y es que Bolívar inspiraba.

Además, en este número 0 de Calibán, se presenta al público mexicano por primera vez en español un texto que Bolívar Echeverría escribió a sus 27 años de edad con motivo de la muerte del Che Guevara en octubre de 1967, y que sirvió de introducción para un libro que en Berlín se publicó sobre el guerrillero que tanto significó para el movimiento revolucionario latinoamericano y mundial. Calibán  nos obsequia el texto completo traducido del original en alemán por Javier Sigüenza. Aunque este texto que lleva por título “Sobre la muerte del Che Guevara” no tiene desperdicio, quiero utilizarlo para formular una idea que se relaciona con el contenido de esta revista.

¿En qué consiste el discurso crítico? ¿Es un discurso sobre otros discursos? ¿Se define por su erudición, por el conocimiento de los cánones que critica? ¿A qué podemos llamar en propiedad “discurso crítico”? Estas y otras tantas preguntas surgen al aventurarse por los textos que configuran el número 0 de Calibán. Creo que son preguntas un tanto injustas pero que los textos aquí reunidos tienen el mérito de provocar.

Al leer el texto de Echeverría, lo que salta a la vista es que su preocupación central está en entender el significado de la muerte del Che Guevara, su “actualidad histórica” que trasciende la existencia física del guerrillero. Ciertamente recupera y discute lo que sobre su muerte se ha dicho y escrito para el momento, pero lo hace de una manera subordinada al hecho de interpretar correctamente aquella “actualidad histórica”. De allí que la reflexión de Echeverría vaya hacia la teoría del imperialismo, la revolución en la revolución, y advierta que el lenguaje, en tanto institución social, forma parte de un sistema significativo, estructurado en un solo sentido –dice Bolívar–, ”el de la apología del sistema de relaciones de producción que representa y de la clase que creó esas relaciones y las mantiene intactas”.

Tengo para mí que una parte central del discurso crítico es precisamente el no volverse ciego a la realidad que quiere y necesita interpretar en función de su aspiración libertaria. El análisis erudito de los discursos que interpretan esa realidad es necesario y fundamental, pero se trata de un “momento” que no puede sustituir el análisis de esa realidad que desea entender y modificar y que por eso mismo critica. En este sentido, me parece que en conjunto, al dedicar el número que hoy presentamos de la revista Calibán al examen crítico del discurso académico de los Estudios Poscoloniales es un acierto, pero en mi muy humilde opinión, un acierto insuficiente. Su insuficiencia, debo advertir, no viene de la falta de rigor en la crítica de los Estudios Poscoloniales, pues es claro que se trata de un tema con el que David Gómez, Daniel Inclán y Börries Nehe, autores de tres de los artículos de este número, con el que se han visto las caras desde hace tiempo, sino porque se echa de menos algunos análisis de las realidades latinoamericanas con las cuales contrastar lo que esas teorías sostienen y las certeras críticas que desde esta revista se les hacen. Por ejemplo, esto es lo que sucede con la entrevista y el artículo de Yessica Contreras sobre la antropofagia y el tropicalismo brasileño de la década de los setenta. Creo sinceramente que hicieron falta más artículos para equilibrar el contenido de la revista y en este sentido dar mejor cauce al discurso crítico que la inspira.

Sin embargo, quiero señalar que dentro del análisis y crítica de los Estudios Poscoloniales se insinúan temas que me parece son una veta valiosísima a desarrollar en números posteriores. Citaré solamente dos. entre muchos otros. El primero lo plantea de pasada David Gómez al señalar, cito, “Quizá habría que pensar en que los procesos de redemocratización no indican una ruptura [con los objetivos y la lógica de los regímenes autoritarios], sino una continuación por otros medios de las estrategias geoeconómicas del capital trasnacional”. En lo personal me encantaría ver un número dedicado a esto, puesto sería muy interesante hallar un espacio de reflexión crítica sobre lo que hoy se enarbola como máxima indiscutible y que se revela como sumamente útil para contener, reprimir y descalificar cualquier dimensión política que desborde la lógica institucional de la democracia formal, como sucede ahora en nuestro país.

El segundo tema tiene que ver con lo que señala Javier Sigüenza en su artículo sobre la vigencia de Marx y el discurso crítico. Tras ir construyendo el argumento sobre esta vigencia, Sigüenza afirma: “Si en la actualidad todavía es posible hablar de un cambio social, este cambio no vendrá de atenuar los conflictos dentro de la sociedad existente, [...] sino de ubicar tales conflictos  para construir  nuevas formas en las que el ser humano se relaciona consigo mismo y con lo otro (la naturaleza). En consecuencia, esta aspiración revolucionaria significa también repensar críticamente los conceptos de libertad, igualdad, política, entre otros...”. Y entre esos otros, yo diría, está la idea misma de revolución y lo revolucionario, habida cuenta el deslinde que debemos al propio Echeverría entre idea y mito de la revolución, y atendiendo, como señala Daniel Inclán en su artículo, las exigencias analíticas que demandan la movilización y el proyecto político de emancipación de las relaciones coloniales-capitalistas. Me encantaría encontrar este repensar de conceptos, principios, ideas en los siguientes números de Calibán.

Podría decir varias cosas más del número de esta revista, sobre la reseña de Cerutti, sobre el texto de Sonia Rangel en torno a Alexander Kluge y los poemas de Cohen o sobre la estructura interna de la revista, pero ya me he extendido demasiado10. No me resta sino felicitar al comité editorial de Calibán por el esfuerzo y por el logro. Sé bien que mantener una revista, aunque sea semestral, es una proeza en las condiciones de nuestros medios académicos y nacionales. Hago votos porque tengamos Calibán para tiempo. Ya sabemos que vino, ahora quisiera saber que va. Enhorabuena.