miércoles, agosto 28, 2013

¿Qué se traen estos?

 ¿A qué viene lo de Atenco precisamente ahora? ¿No empieza todo esto a tener un tufillo de provocación? ¿Qué es lo que se persigue? ¿Les urge descabezar algo? ¿Es que acaso están dispuestos a cargarle los costos, incluso posiblemente la sangre, a AMLO? ¿Unir la protesta desesperada para descabezarla de tajo? ¿Qué ae traen estos?

Invitación al Coloquio Internacional “La modernidad y la naturaleza del cuerpo”

El seminario Universitario de la Modernidad: visiones y dimensiones, invita. Esperamos nos acompañen.

lunes, agosto 26, 2013

Las preguntas que han de hacerse

No puedo dejar de sorprenderme de la cara de fastidio que encuentro cuando a la gente se le habla de historia para convencerla de oponerse a la reforma energética que promueve el gobierno federal. A la mayoría, todo eso le parece, literalmente, demasiado añejo, pasado. Sus gestos parecen decir: “fue otra época”. Me sorprende no tanto porque mi oficio sea el de historiador, es decir, para los casos como los que describo, un “fastidio profesional”, sino porque esa cara no alienta otro tipo de argumentación, además de la histórica, por parte de la mayoría de los que se oponen a la reforma energética.

Cuando se escucha cuidadosamente a quienes promueven y están a favor de esta reforma, se descubre un “pragmatismo benévolo”. Afirman que ven por el bien de México. Hacen un rápido diagnóstico que, a partir de la comparación con los pozos explorados en un determinado lapso por compañías extranjeras, da cuenta de la lentitud e ineficiencia de Pemex. De este diagnóstico concluyen que los ingresos que actualmente se obtienen por parte de la industria petrolera mexicana son menores de los que “deberían” y “podrían” ser. De este modo, nos dicen, se está desperdiciando una gran oportunidad de crecimiento que podría beneficiar a todos y cada uno de los mexicanos.

Adicionalmente, en promocionales de radio (e imagino que en televisión, pero como no veo los canales nacionales no puedo afirmarlo), con voz juvenil, nos dicen que con semejante reforma, la luz y el gas serán más baratos. Un beneficio que se supone hay que entender viene bien para una población abrumada por los precios y sus escasos ingresos.

La conclusión no dicha pero sí planteada implícitamente por los promotores y los que favorecen esta reforma, es que no vale la pena perder grandes oportunidades por “viejos anacronismos interpretativos” de la historia nacional y de la realidad mexicana e internacional. Como nos lo han dicho también desde hace años en promocionales de radio, la iniciativa privada sabe lo que hace, lo hace mejor, y lo hace en beneficio de todos (9 de cada 10 empleos los genera la iniciativa privada, reza cierto slogan publicitario). De hecho, esta conclusión casi exige de la población impasible un estruendoso aplauso, como los que da el PRI a su presidente, y el PAN y el PRD a su “colega”. Seguramente a esto se refieren cuando insinúan que con esta y otras reformas México está por encarrilarse por el camino del éxito.

Me parece que este “pragmatismo benévolo” tiene un punto ciego, precisamente donde reside su yerro más grande. Y es que la iniciativa privada no ve por el bien de nadie. Mucho menos en esos lugares en los que antes se denominaban “Tercer Mundo”, después “en vías de desarrollo”, y ahora “sur” o quién sabe cómo más. Porque lo propio de la “iniciativa privada” es moverse por una peculiar ambición que cree dominar pero que en realidad la “somete”: la acumulación de capital. A diferencia de la “iniciativa pública” (¿se han fijado lo mal que se escucha? tan mal que ni como concepto existe), la privada aspira a secuestrar todo lo público para convertirlo en negocio.Y en el negocio, evidentemente, muy pocos ganan.

Pese a lo que sostienen los promotores de la “iniciativa privada”, lo cierto es que ésta es propensa a violar cuanta ley, que desde lo público, intente regularla. Hipotéticamente, en los estados, las leyes se utilizan en la medida de lo posible para que el breve espacio público sobreviva a las embestidas de la “iniciativa privada”. Sin embargo, en realidad, en prácticamente todos los estados las leyes están hechas para favorecer el impulso privado en detrimento de lo público, que alguna vez fue predominante. Este hecho, se agrava en países como el nuestro, que en su ansiedad de desarrollo utiliza incluso la corrupción para reforzar el impulso legal que se da a la iniciativa privada.

La lista de ejemplos es interminable. Es el banco Santander cobrando comisiones por servicios que en su país de origen no cobra. Es el banco HSBC involucrado en lavado de dinero. Es Slim con un pésimo servicio en todo lo que posee. Son las televisoras imponiendo la reforma de telecomunicaciones. Son los hospitales privados inventando diagnósticos y cobrando menos el “servicio” que dan que el “prestigio” publicitario que poseen. Son las empresas farmacéuticas vendiendo medicamentos inútiles. Es el que pone un negocio y se apropia de la calle, de la banqueta, de los “lugares” de estacionamiento que “aparta” con cubetas. Son las iglesias que encuentran en el fracaso y la esperanza las cuotas de negocios boyantes. Son los virus creados por los propios fabricantes de las computadoras para obligar el consumo de software siempre en algún aspecto inútil. Etcétera.

El yerro del “pragmatismo benévolo” reside justamente en ignorar de buena o mala fe que la “iniciativa privada” no busca el beneficio ni la ganancia de los demás, sino la acumulación de capital. La reforma energética, que pone en manos de esta iniciativa la exploración, extracción y transformación del petróleo y otros recursos como el gas, no puede augurar ningún beneficio para México ni para los mexicanos ni para la naturaleza. No está en ella pretender eso.

La pregunta que ha de hacerse todo mexicano es si aun con el disfraz de “lo moderno”, está dispuesto a ver secuestrada la posibilidad de una vida relativamente digna y bien habida. Si está dispuesto a que el resultado de su trabajo le sirva para darse cuenta de cuán lejos está cada día de la exclusividad de quienes por el momento se ven beneficiados con la acumulación de capital subordinada del país o dominante en el extranjero. Si está dispuesto a ver cómo crece la prohibición de usar lo público en su propio beneficio en virtud de que paga impuestos. Si está dispuesto a pagar más impuestos en medio de una vida tan competitiva que resulta draconiana. Y tal vez entonces, sólo entonces, tenga sentido recordar que hace décadas, una abrumadora mayoría de mexicanos se hicieron esas preguntas y respondieron que no.

P. D. ¿Se dan cuenta que estamos en una guerra bárbara a la que no podemos responder solamente con papeles?