martes, diciembre 31, 2013

Optimismo de fin de año.

Seré un buen optimista: pásenla cachetonamente el día de hoy y disfruten de la memoria que tienen de este año que concluye y de los previos que vivieron. Pásenla rico, gocen hoy, acumulen fuerza, hígado y serenidad. Lo que se viene es un alud. Y habrá que definirse: en las trincheras o escondidos por comodidad o por miedo. No es difícil saber la opción de muchos. Pero lo uno y lo otro nos desgastará, nos confrontará, nos llevará justo a los puntos extremos en los que nos volveremos irreconocibles, incluso para nosotros mismos. Difícilmente volveremos a reunirnos en torno a la apacible fogata de la indiferencia: la solidaridad y el odio harán de las suyas. Abracen, besen, sean sinceros. Por lo menos hoy. Ahí viene la plenitud de la guerra que nos declararon este mes.

martes, diciembre 24, 2013

Hay que insistir

Hágase a un lado la idea del nacimiento de un mesías y piénsese que quizá, solamente quizá, hace mucho tiempo, nació un individuo que al paso de los años enloqueció bastante. Algo así como un Quijote poco más de mil seiscientos años antes. Entonces, hoy, dos mil trece años después, la pregunta obligada es si ese tipo de locura ha desaparecido de la faz de la tierra. Porque lo que prevalece es la barbarie más absoluta que necesita de cuanto mesías (con sus iglesias, biblias, instituciones y palabras divinas) sea posible para hacer de la resignación la divisa de la vida social. Entonces, quizá, hoy se podría celebrar aquella locura desmitificadora, rebelde, desafiante en cualquiera de sus formas concretas. Enciéndase la fogata o la chimenea, hágase a un lado cualquier mesías, préndase el fuego de la locura. Y reparta abrazos y besos y sonrisas. Hágalo confiado: como lo han hecho los locos de todos los tiempos.

martes, diciembre 10, 2013

Serial

1. No hay Estado cuando el monopolio legítimo de la violencia es inexistente. Como en México.

2. No hay Estado cuando el territorio es parcelado entre particulares nacionales y extranjeros. No hay Estado cuando playas, montañas y subsuelo “pertenecen” a empresas trasnacionales. No hay Estado cuando lo público es confundido con el interés privado de estas empresas. Como en México.

3. No hay Estado cuando el gobierno no gobierna con y para el país sino sobre el territorio y para el interés privado. No hay Estado cuando el gobierno decide ser administrador del expolio en favor del interés privado. Como en México.

4. No hay Estado cuando se expulsa a la población de su lugar de origen. Poco importa si los expulsados se van al extranjero de forma legal o ilegal o si se desplazan hacia otras ciudades del mismo país. Como en México.

4. No hay Estado cuando se sustituye la mitología de una única historia por el deliberado olvido de todas las historias en medio de una fútil y estruendosa verborrea institucional. Como en México.

5. ¿Cómo respetar y por qué afanarse en respetar lo que no existe? Como en México.

miércoles, diciembre 04, 2013

¡Que país!

Una reforma que afirma que la educación es responsabilidad de todos (salvo del Estado que se desentiende de ella para dejarla en manos particulares, ansiosas de evaluar y cobrar todo). Luego otra reforma que al precisar lo que ha de entenderse por terrorismo postula una amenaza contra toda disidencia (y esto al Estado sí le importa, pues es el recurso legal para reprimir). Después otra reforma que decide centralizar la democracia (que también importa al Estado, porque requiere la justificación política precisa para reprimir legalmente a la disidencia). Por último, la reforma energética que pone en manos privadas los recursos energéticos del país (al Estado le interesa esto, en tanto que es representante del interés privado que hace uso de todos los recursos del interés público).

lunes, noviembre 25, 2013

No hay que cejar

De las estadísticas hay que desconfiar. No por falta de rigor de quien las hace, aunque a veces esto es evidente, sino ante todo porque la luz que arrojan los datos tiene siempre su contraparte oscura. Es lo que sucede con las estadísticas referidas a la violencia contra las mujeres en México. Muchas no denuncian la violencia que padecen, o lo que es peor, ni siquiera se dan cuenta de que viven en ella. Desgraciadamente a menudo parece suficiente con que no exista violencia física o sexual para volver aceptable y hasta normal todos los otros tipos de violencia: la verbal, la sentimental, la laboral, la económica, etcétera.

La experiencia personal no ayuda tampoco a darse una idea de la dimensión real del problema. Sin embargo, contribuye a intuir su extensión. A lo largo de mi vida he sabido y visto el ejercicio de la violencia contra las mujeres en los lugares menos esperados, por ejemplo, la universidad. Se supone que la educación, particularmente la superior, debiera volver inexistente esta y otro tipo de violencia en quienes ostentan algún titulo universitario. Pero no es así. Incluso, en ocasiones, pareciera que el título da derecho a ejercerla. Vale la pena preguntarse si esto puede explicarse como un fallo de la educación universitaria misma o si es algo que le trasciende.

No hay respuesta sencilla a tal pregunta. Es en extremo difícil pedirle a la universidad, sobre todo a la universidad de masas, que haga milagros. Aunque está en el ámbito de su competencia hacer todo lo posible por instruir a sus miembros en no ejercer la violencia en contra de las mujeres, no parece que sea su razón de ser sustituir otras instancias sociales encargadas de educar cívicamente a la población o en su defecto aquellas que están allí para prevenir y castigar si eso llega a suceder.

Para el caso mexicano, el problema reside sobre todo en estas otras instancias. Me refiero a la educación primaria y secundaria y a la vida familiar. Es allí donde, desde la edad más temprana, se debe inculcar el respeto absoluto a la libertad y voluntad femeninas y a la igualdad con que debe tratárselas. Y al mismo tiempo, corresponde al Estado garantizar la prevención y en su caso castigo sin contemplaciones a quien ejerza violencia contra ellas y en general contra la población.


Así, el hecho de que la universidad exista este y otro tipo de violencias, pone en evidencia el múltiple fracaso en los más diversos niveles de la vida social mexicana. Cuando la violencia aparece, de la cual la física es quizá el corolario de un conjunto de violencias cotidianas, lo que se muestra impúdicamente es la debacle de todas las instituciones mexicanas. De aquí que la lucha en contra de la violencia que se ejerce hacia las mujeres se lleve a cabo en los más diversos niveles: en el institucional, en el social, en el cultural, en el educativo, etcétera. Es la misma lucha que ha de ejercerse contra toda violencia, de cualquier tipo, hacia cualquier ser vivo. No sabemos cuánto tardará esta lucha en cuajar. Hoy, dice La Jornada que 47 por ciento de las mujeres mexicanas ha sufrido violencia de pareja (agresión emocional, económica, física o sexual). He aquí el dato de cuánto falta en esta lucha, aún desconfiando de los datos. No hay que cejar.

miércoles, noviembre 20, 2013

Habría que usar un moño negro este día

Hay que aceptar que “volver a pasar por el corazón” no es suficiente. Aunque recordar cuando prevalece el olvido es en sí mismo un acto valioso, es insuficiente. Además, el acto se empobrece notablemente cuando se convierte en un evento institucional que se fija cual ritual cívico carente de significado o se le deja al garete del capricho “político”. Nada de eso es suficiente.

Quizá lo primero que es necesario aceptar es el asesinato de la Revolución mexicana. Sí, asesinato y no muerte. Porque no es que haya muerto de “muerte natural”, como Octavio Paz decía de la revolución, así, a secas, para referirse al “socialismo realmente existente”, sino que la asesinaron los que gracias a ella se instituyeron como gobierno. Después, la volvieron a asesinar los gobiernos panistas, con su embestida contra cualquier aspecto laico de la vida social y política. Y ahora, un gobierno carente de perfil alguno, el que sea, la vuelve a asesinar con sus ciegas convicciones neoliberales.

Asesinada, desmembrada, cremada, esparcidas sus cenizas, parece haber una voluntad institucional de olvidar que este país, en muchos de sus mejores aspectos, es el resultado de aquella revolución de principios del siglo XX. Y no tanto por gana de los vencedores, sino por esfuerzo de la bola, de los de abajo y los varios proyectos que lograron consolidarse y constituirse como vida corriente en este país. Si los actos conmemorativos y académicos no recuerdan esto, se quedarán en lo que son: misas que yerran en lo fundamental.

Tal vez lo segundo que habría que aceptar es que urge simbolizar una lucha en contra de este olvido total o la administración del “volver a pasar por el corazón” institucional. No estoy seguro que sea a través de historias escritas ni de conferencias ni de películas. Seamos honestos: eso no pasa de los sectores medios ilustrados que, por supuesto, se sienten una comunidad. Muy probablemente en cierto modo hace falta aquello que en su momento Roger Bartra exigía al gobierno panista y a la centro-derecha: nuevos mitos. Probablemente nos falte simbolizar esa lucha, crear los símbolos que se vuelvan mitos y/o que refuercen los otros mitos muy nuestros: Zapata, Villa, la bola.

Debiéramos ponernos hoy un moño negro con las siglas 20N o algo parecido. Reconocer  que hay una víctima, mostrar con ello nuestro luto y también nuestra gana de dar esa lucha contra el olvido o la administración del recuerdo institucional. Ese moño nos ayudaría a reconocernos como comunidad y nos obligaría a ejercer la memoria y encender en nosotros la llama casi extinta de la idea de la revolución. Un moño negro nos ayudaría a tener presente el “instante de peligro” en el que estamos y quizá nos ayudaría a simbolizar lo que sucede en el país. Además, de alguna manera, otorgaría una identidad a estos pequeños incendios que se ven por todo el territorio nacional.


Por lo pronto, hago mi moño negro. Falta el logo propiamente dicho del 20N, pero andando el tiempo aparecerá el diseñador que lo haga. Tenemos muchos 20N por delante.

miércoles, noviembre 13, 2013

lunes, noviembre 04, 2013

¿A qué vas?

Desde tu muerte hace tres años y cuatro meses, te he soñado tres veces. El más reciente es de hace tres semanas. Ya vi: muchos tres.

Te volví a soñar en el mismo lugar, ese puente peatonal de piedra que pasa sobre un río. No ubico el lugar pero estoy convencido es europeo. El entorno es brumoso por el frío. A la distancia un ciudad inconfundiblemente europea. Estás allí, erguido, observando la ciudad. En esta ocasión traes esa gabardina blanca que dejaste en casa cuando mi examen. Pienso que hasta muerto eres elegante.

Me aproximo con ese paso desenfadado que acostumbro. Te miro con curiosidad. Para estas alturas no pensé volverte a encontrar. Te saludo, sonríes, conversamos. Te cuento las peripecias del mundo, del país, de lo que tú y tu obra han provocado, gestado. Tu risa y sonrisa, llena de matices, lo dicen todo. La ironía campea por tus comentarios. Me dices que me notas incómodo. Te doy la razón. Ambos sabemos que en ocasiones lo mejor es el silencio. Me siento en medio de un barullo inútil, te digo. Y me acosa la frase del documental que no viste, dicha por un amigo al que quiero y admiro por su terca persistencia: todo lo que sube a la institución baja acartonado. No dices nada en un buen rato. De pronto hablas. Me dices que la incomodidad es un buen síntoma. Te ríes. Pero veo te incomoda lo contado.

Después de otro momento de silencio, suspiras. Te despides. Y ya dándome la espalda, caminando hacia el lado contrario del que llegué, dices, preguntas en voz alta: ¿a qué vas? Yo me quedo petrificado. Sé que no quieres una respuesta para ti, sino una para mí y mi incomodidad.

Tres semanas después de dolores de cabeza puedo responderme. Pero guardo silencio, porque a veces el silencio es mejor.

martes, octubre 08, 2013

martes, octubre 01, 2013

Calibán, que viene, que va.


(Texto leído el 12 de septiembre de 2013 con motivo de la presentación de la revista Calibán)

Cualquiera que se haya aproximado a la experiencia de editar una revista cultural o académica, o en su defecto, se haya interesado por su historia en México y en el mundo, sabe que una publicación de esta índole es siempre, y ante todo, una declaración. En efecto, una revista es el testimonio material impreso más evidente, e incluso romántico si se quiere, de la existencia de un grupo que se caracteriza por su filiación a una genealogía, una comunidad de intereses, y un conjunto de lazos de diverso tipo. Si como digo es una declaración se debe a que ella –la revista– bautiza y reivindica el espacio que ese grupo reclama para sí en el universo dentro del cual surge. Por eso, a menudo, su primera editorial se distingue por proclamar una suerte de “declaración de guerra”. Al decir esto, no estoy pensando en una militancia belicista sino más bien en aquel viejo juego que comienza “declaro la guerra en contra de...”. Para darse un perfil a sí misma, en esta editorial primera se ubica un adversario y se traza con toda precisión la trinchera desde la cual se decide enfrentarlo. La revista que hoy presentamos no es la excepción.

Calibán, nombre que se toma prestado de uno de los personajes de La tempestad de Shakespeare, es una revista que se piensa a sí misma a la vez heredera y forjadora. Heredera del discurso crítico fundado por Marx, y forjadora del mismo en tanto que pretende llevarlo adelante en las condiciones actuales. ¡Menuda empresa! No tanto porque la situación actual sea parecida a la de hace apenas unos años, cuando todo lo que tuviese que ver con Marx era denostado y visto como “superado por equivocado según lo demostró la experiencia histórica del socialismo realmente existente”, sino precisamente por lo contrario, el resurgimiento, con inusitada fuerza, del tema “Marx”, con todo lo que ello implica: tanto las potencialidades de su “obra abierta” como los riesgos que eso mismo supuso antaño, a saber, canonización, dogmatismo, perversión, ignorancia ilustrada, etcétera.

En esta revista se reconoce a la modernidad capitalista como su adversaria. Toma partido por los desposeídos y explotados que ella deja a su paso. Por eso se designa a sí misma Calibán. Como es sabido, el personaje de la pieza teatral de Shakespeare ha sido utilizado desde su creación para aludir lo mismo al “hombre natural” que a los oprimidos de todos los tiempos. Podríamos decir, por tanto, que esta revista lleva en su nombre la consigna.

Pero el reconocimiento de que su adversaria es la modernidad capitalista se hace explícito, incluso, de una manera que me parece vale la pena destacar. Me refiero al hecho de que esté editada bajo la licencia Creative Commons, que permite copiar, distribuir, ejecutar y comunicar pública y libremente su contenido y hacer copias derivadas.  Así, la revista misma, como objeto, parece refutar las nociones de lo privado en las que se funda aquella modernidad. Incluso puede conseguirse en versión PDF en un sitio que sigue la misma lógica de la licencia bajo la cual está editada. En este sentido, no cabe duda, Calibán es una revista que se asume disidente con respecto a la hegemonía de la modernidad capitalista y su galimatías de derechos de autor.

Más allá del nombre y su licencia, el comité editorial de esta revista, integrado por David Gómez, Daniel Inclán, Börris Nehe y Javier Sigüenza, dirige sus baterías de manera preponderante a un aspecto de la modernidad capitalista. Se trata de aquello que ha vuelto si no imposible por lo menos difícil una mayor profundización y presencia del discurso crítico en el ámbito universitario: la división deliberadamente fomentada entre la torre de marfil de cierto tipo de vida académica y la realidad real, a ras de suelo, de los movimientos emancipatorios, esto es, de los excluidos, explotados y sometidos que luchan por dejar de serlo.

Es este aspecto el que el comité editorial se plantea como reto a superar. En la editorial inicial de esta revista se afirma: “Calibán pretende insertarse en ese pantanoso campo entre la reflexión teórica y la acción de los movimientos sociales”. El aserto es inobjetable. No cabe duda que ese espacio de articulación es difícil, complicado. En otro tiempo, una pretensión similar formó parte de la discusión amplia, compleja y nada sencilla sobre la relación entre teoría y praxis. Pero en aquel entonces había otro contexto, otras convicciones, otras religiones, otras laicidades. Sin embargo, quizá su relativo abandono coadyuvó notablemente a eso que el comité editorial de Calibán percibe: la evidente existencia de cierto tipo de lenguaje académico estéril y excluyente que no sólo se distancia de las prácticas y discursos de los movimientos sociales emancipatorios, sino que además le condena a no entenderse ella misma al presentarse en figuras especializadas irreconciliables como la historia, la sociología, la antropología, la filosofía, etcétera. Para Calibán el reto está en superar este lenguaje con la intención de “contribuir a ampliar la reflexión teórica crítica y el debate al interior de los movimientos emancipatorios”.

Llegados a este punto, quiero hacer una confesión. De manera paralela a la lectura de Calibán, por motivos que no vienen al caso explicar aquí, hice una relectura de la novela Tu nombre en el silencio de José María Pérez Gay. En ella, hay un ajuste de cuentas del propio autor con los sueños revolucionarios de su generación. De alguna manera, Pérez Gay encuentra en ellos cierto apuntalamiento de pesadillas como el genocidio camboyano perpetrado por el Jemer Rojo, que decía encontrar su inspiración en la Revolución Cultural Proletaria impulsada por Mao en 1966. Esta “inspiración” tuvo como consecuencia, entre otras cosas, el exterminio de una cuarta parte de la población camboyana en un lapso de casi cuatro años. Pero para el autor de la novela Tu nombre en el silencio el problema no es la revolución sino la ausencia de un mínimo espíritu crítico para con los sueños mismos. Al final de la novela, Cardona, uno de los personajes centrales, afirma en diálogo con otro de los personajes que los sueños (socialistas, revolucionarios) en que aprendieron “a deletrear la esperanza” también los volvió “inmunes a los hechos incómodos”. Y remata que esos sueños los convirtieron en “ideólogos de la esperanza”. Después de leer la novela a la par de ese otro libro de Pérez Gay que narra la tragedia camboyana, llamado El príncipe y sus guerrilleros. La destrucción de Camboya, es difícil no percatarse de que la mejor vacuna contra esa ideología de la esperanza que termina por convertirse en una muy concreta y terrible pesadilla es la crítica.

Precisamente por esto quiero subrayar la pretensión de Calibán de ampliar la reflexión teórica crítica y el debate al interior de los movimientos emancipatorios. Además de loable me parece necesario pues de esta manera puede contribuir en la medida de sus fuerzas y posibilidades a esbozar una esperanza que no sea ideología ciega a los hechos incómodos provenientes de la modernidad capitalista pero sobre todo de aquellos que suelen surgir en el seno mismo de los movimientos emancipatorios.

¿Cómo es que David, Daniel, Börries y Javier llegaron a esta tan sana conclusión que les llevó a crear una revista como Calibán? No dudo de sus talentos personales ni de su inteligencia ni de su capacidad de lectura ni de sus diversas biografías. La revista y los artículos que se encuentran en este su número 0 dan cuenta de ello. Pero la revista en su conjunto acusa una decisiva influencia de Bolívar Echeverría. No creo errar del todo si afirmo que llegaron al discurso crítico inaugurado por Marx vía el filósofo ecuatoriano. De hecho, creo detectar que por lo menos de aquí les viene una parte decisiva de su comunidad de lazos. Esto es notorio en esa pequeña declaración con que cierra la tercera de forros de la revista y que cito a continuación: “...Nuestra identidad se encuentra permanentemente en vilo, es una identidad evanescente, que al entrar en diálogo con otras identidades las devora codigofágicamente y al mismo tiempo se deja devorar por ellas”. Esta breve epílogo es una reelaboración de una idea que cruza en ensayo “La identidad evanescente” del libro Las ilusiones de la modernidad del filósofo ecuatoriano.

Además, soy de la opinión que la influencia de Echeverría también es notable en la existencia misma de esta revista. El filósofo ecuatoriano era una apasionado de este tipo de publicaciones. Editó varias, participó en otras tantas, promovió algunas más, y creo inspiró otras varias. Al respecto, me permito contar una anécdota. Cuando yo formaba parte del equipo editorial de la revista Universidad de México, la más antigua y prestigiosa de nuestra universidad, fui con Bolívar Echeverría para solicitarle que se hiciera cargo de una columna mensual. Sin dudarlo, aceptó. Me entregó un conjunto de escritos inéditos y me dijo que estableciéramos una suerte de diálogo. Que yo leyera los textos que me entregaba, escritos tiempo antes pero totalmente desconocidos incluso para sus allegados, y que les diera forma y orden, pues eran más aforísticos que ensayos. Después de eso, él los revisaría y de ser necesario haría las correcciones pertinentes y pondría títulos adecuados. Esto hicimos cada mes durante casi un año. Así nació la columna Ziranda.

Pero al mismo tiempo, él me sugirió crear un espacio dentro de la revista Universidad de México para contar y revisar la historia de otras revistas. Insistía en eso porque nosotros habíamos creado dentro de la nuestra una sección llamada “Expedientes secretos”, en la que recuperábamos textos publicados con anterioridad en la revista y que resultaban significativos por sí mismos y en relación con el tema central al que se dedicaba cada número. Yo fui el responsable de esa sección y hube de leerme 70 años de historia, pues tal era para entonces la longevidad de esa revista mensual. Por desgracia, no atendimos su propuesta. En realidad, nos desbordaba.

Cuando le pregunté a Echeverría el motivo de su propuesta, me respondió que le parecía importante recuperar la historia de revistas como Cuadernos políticos. Fue entonces cuando me contó su experiencia como creador, editor y participante en publicaciones periódicas. Compartimos en ese entonces una secreta complicidad editorial. Debo reconocer que varias de las temáticas que durante nuestra época abordamos en Universidad de México se me ocurrieron al calor de aquellas pláticas (revolución, guerra, drogas) y al proponerlas fueron aceptadas por el entonces director, Ricardo Pérez Montfort. De hecho, por el abordaje de estas temáticas un poco ignoradas en aquellos años (2002-2005), particularmente ese número que dedicamos a las drogas y en cuya editorial yo pedía la legalización de su consumo, nos valió que Juan Ramón de la Fuente, entonces rector de la UNAM, nos destituyera como equipo editorial de la revista Universidad de México. Vueltas que da la vida: ahora defiende lo que entonces condenó.

La inquietud de Bolívar Echeverría se recuperó al menos en parte con la digitalización de la revista Cuadernos políticos, que se debe al compromiso y esfuerzo de Javier Sigüenza. Digo en parte porque quedó de lado contar la experiencia de su creación, edición y publicación. De eso y de otras experiencias similares se habría de alimentar una sección de una revista electrónica que nunca pudimos concretar pero que mereció algunas reuniones para tal efecto entre el propio Bolívar Echeverría, Carlos Aguirre Rojas y un servidor. Teníamos todo, el perfil, su periodicidad, la idea de quiénes habrían de colaborar, algunos artículos y hasta el nombre de la revista (Eppur), pero nunca tuvimos ni los recursos ni el tiempo. Pero creo sinceramente que de esta inquietud de Echeverría en cierto modo se derivan revistas como Contrahistorias de Carlos Aguirre Rojas y la que hoy presentamos, Calibán. Y es que Bolívar inspiraba.

Además, en este número 0 de Calibán, se presenta al público mexicano por primera vez en español un texto que Bolívar Echeverría escribió a sus 27 años de edad con motivo de la muerte del Che Guevara en octubre de 1967, y que sirvió de introducción para un libro que en Berlín se publicó sobre el guerrillero que tanto significó para el movimiento revolucionario latinoamericano y mundial. Calibán  nos obsequia el texto completo traducido del original en alemán por Javier Sigüenza. Aunque este texto que lleva por título “Sobre la muerte del Che Guevara” no tiene desperdicio, quiero utilizarlo para formular una idea que se relaciona con el contenido de esta revista.

¿En qué consiste el discurso crítico? ¿Es un discurso sobre otros discursos? ¿Se define por su erudición, por el conocimiento de los cánones que critica? ¿A qué podemos llamar en propiedad “discurso crítico”? Estas y otras tantas preguntas surgen al aventurarse por los textos que configuran el número 0 de Calibán. Creo que son preguntas un tanto injustas pero que los textos aquí reunidos tienen el mérito de provocar.

Al leer el texto de Echeverría, lo que salta a la vista es que su preocupación central está en entender el significado de la muerte del Che Guevara, su “actualidad histórica” que trasciende la existencia física del guerrillero. Ciertamente recupera y discute lo que sobre su muerte se ha dicho y escrito para el momento, pero lo hace de una manera subordinada al hecho de interpretar correctamente aquella “actualidad histórica”. De allí que la reflexión de Echeverría vaya hacia la teoría del imperialismo, la revolución en la revolución, y advierta que el lenguaje, en tanto institución social, forma parte de un sistema significativo, estructurado en un solo sentido –dice Bolívar–, ”el de la apología del sistema de relaciones de producción que representa y de la clase que creó esas relaciones y las mantiene intactas”.

Tengo para mí que una parte central del discurso crítico es precisamente el no volverse ciego a la realidad que quiere y necesita interpretar en función de su aspiración libertaria. El análisis erudito de los discursos que interpretan esa realidad es necesario y fundamental, pero se trata de un “momento” que no puede sustituir el análisis de esa realidad que desea entender y modificar y que por eso mismo critica. En este sentido, me parece que en conjunto, al dedicar el número que hoy presentamos de la revista Calibán al examen crítico del discurso académico de los Estudios Poscoloniales es un acierto, pero en mi muy humilde opinión, un acierto insuficiente. Su insuficiencia, debo advertir, no viene de la falta de rigor en la crítica de los Estudios Poscoloniales, pues es claro que se trata de un tema con el que David Gómez, Daniel Inclán y Börries Nehe, autores de tres de los artículos de este número, con el que se han visto las caras desde hace tiempo, sino porque se echa de menos algunos análisis de las realidades latinoamericanas con las cuales contrastar lo que esas teorías sostienen y las certeras críticas que desde esta revista se les hacen. Por ejemplo, esto es lo que sucede con la entrevista y el artículo de Yessica Contreras sobre la antropofagia y el tropicalismo brasileño de la década de los setenta. Creo sinceramente que hicieron falta más artículos para equilibrar el contenido de la revista y en este sentido dar mejor cauce al discurso crítico que la inspira.

Sin embargo, quiero señalar que dentro del análisis y crítica de los Estudios Poscoloniales se insinúan temas que me parece son una veta valiosísima a desarrollar en números posteriores. Citaré solamente dos. entre muchos otros. El primero lo plantea de pasada David Gómez al señalar, cito, “Quizá habría que pensar en que los procesos de redemocratización no indican una ruptura [con los objetivos y la lógica de los regímenes autoritarios], sino una continuación por otros medios de las estrategias geoeconómicas del capital trasnacional”. En lo personal me encantaría ver un número dedicado a esto, puesto sería muy interesante hallar un espacio de reflexión crítica sobre lo que hoy se enarbola como máxima indiscutible y que se revela como sumamente útil para contener, reprimir y descalificar cualquier dimensión política que desborde la lógica institucional de la democracia formal, como sucede ahora en nuestro país.

El segundo tema tiene que ver con lo que señala Javier Sigüenza en su artículo sobre la vigencia de Marx y el discurso crítico. Tras ir construyendo el argumento sobre esta vigencia, Sigüenza afirma: “Si en la actualidad todavía es posible hablar de un cambio social, este cambio no vendrá de atenuar los conflictos dentro de la sociedad existente, [...] sino de ubicar tales conflictos  para construir  nuevas formas en las que el ser humano se relaciona consigo mismo y con lo otro (la naturaleza). En consecuencia, esta aspiración revolucionaria significa también repensar críticamente los conceptos de libertad, igualdad, política, entre otros...”. Y entre esos otros, yo diría, está la idea misma de revolución y lo revolucionario, habida cuenta el deslinde que debemos al propio Echeverría entre idea y mito de la revolución, y atendiendo, como señala Daniel Inclán en su artículo, las exigencias analíticas que demandan la movilización y el proyecto político de emancipación de las relaciones coloniales-capitalistas. Me encantaría encontrar este repensar de conceptos, principios, ideas en los siguientes números de Calibán.

Podría decir varias cosas más del número de esta revista, sobre la reseña de Cerutti, sobre el texto de Sonia Rangel en torno a Alexander Kluge y los poemas de Cohen o sobre la estructura interna de la revista, pero ya me he extendido demasiado10. No me resta sino felicitar al comité editorial de Calibán por el esfuerzo y por el logro. Sé bien que mantener una revista, aunque sea semestral, es una proeza en las condiciones de nuestros medios académicos y nacionales. Hago votos porque tengamos Calibán para tiempo. Ya sabemos que vino, ahora quisiera saber que va. Enhorabuena.

domingo, septiembre 22, 2013

lunes, septiembre 16, 2013

Coloquio Internacional “La Modernidad y la naturaleza del cuerpo”. 17 y18 de septiembre en la UNAM.

Este martes 17 y miércoles 18 de septiembre tendrá lugar el Coloquio Internacional “La modernidad y la naturaleza del cuerpo”, que organizan el Seminario Universitario de la Modernidad: versiones y dimensiones, la Facultad de Filosofía y Letras, la Facultad de Ciencias, la Secretaría de Desarrollo Institucional y la Secretaría Administrativa de la UNAM.

El martes 17 la sesión tendrá lugar en el Aula Magna de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, y el miércoles 18 la sesión se realizará en el Auditorio Alberto Barajas Celis de la Facultad de Ciencias de la UNAM. En ambos días el Coloquio comenzará a las 10:00 de la mañana.

Extiendo invitación. Espero nos puedan acompañar. Me daría mucho gusto verlos por allí.






El programa completo:






¿De qué tratará el Coloquio? Aquí el boletín de prensa.



Por último, aquí, nuestro maravilloso promocional de radio.
Cápsula de radio. Invitación al Coloquio Internacional: La modernidad y la naturaleza del cuerpo.











miércoles, septiembre 11, 2013

Invitación a la presentación de la revista Calibán.

Les extiendo esta invitación para que asistan a la presentación de la revista Calibán el día de mañana, en el Salón de Actos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. La cita es a las 17:00 hrs.


"Libertad y ethos barroco Entrevista con Isaac García Venegas"

Me enviaron este video. Lo pongo por si es de su interés.

jueves, septiembre 05, 2013

El sentido de la urgencia presidencial

En su mensaje a la Nación, el titular del poder ejecutivo mexicano enfatizó la urgencia de transformar el país en los siguientes120 días (116 para cuando esto escribo). Según su decir, en ese lapso, habrán de aprobarse en su totalidad las reformas que ha propuesto sucesivamente y casi sin respiro. Esta declaración pública de urgencia es significativa. Inesperadamente revela la estrategia pugilista de quienes están detrás del presidente: el que pega primero pega dos veces.

No cabe duda que estos poco más de ocho meses de gobierno priista se han significado por el vértigo. Desde el Pacto por México hasta la acelerada aprobación por parte de senadores y diputados de las reformas propuestas por el poder ejecutivo, pasando por la detención de Elba Esther Gordillo y del Z40, los mexicanos despertamos con una sorpresa un día y el otro también. En efecto, debemos a la sucesión ininterrumpida de golpes esa sensación de vértigo e incluso esa cierta orfandad que se percibe entre la población, particularmente entre quienes se asumen como oposición. Nada expresa mejor esto que los desatinos de Gustavo Madero o lo que sucede con eso llamado PRD.

Lo que estamos enfrentando no solamente es una copia fiel de lo que hizo Salinas de Gortari en su sexenio. Hay algo más. Desde que el PRI perdió la presidencia de la República en el 2000, existía cierta duda sobre el “crecimiento” de la sociedad mexicana, de los efectos que la coyuntura democrática había tenido entre su población. Ahora sabemos que la duda, en realidad, era retórica. Precisamente desde aquel fatídico 1988, en México se fraguó el mejor dominio que pudiese existir: por un lado, ceder “en apariencia” al juego democrático; por el otro, llevar a cabo una ofensiva mediática y educativa que minara la resistencia del ciudadano a cualquier cosa que viniese de la modernidad capitalista en su versión neoliberal.

El triunfo de esta estrategia es evidente en la “aceptación” pasiva del juego democrático por parte del ciudadano, que se resume en la reciente afirmación presidencial de que las minorías tienen que respetar las instituciones democráticas, y en la “naturalidad” militante con que ese mismo ciudadano acepta, asume y promueve la explotación, el expolio y la injusticia, claramente perceptible en la masiva condena a las protestas de los integrantes de la CNTE y en la ya previsible persecución del movimiento que encabezará López Obrador este domingo.

Las elecciones de 2006 y de 2012 ciertamente provocaron fuertes movilizaciones y dieron origen a cuantiosas organizaciones que aglutinaron a ciudadanos que parecieron “sacudirse” las nefastas consecuencias de aquella estrategia. Me refiero desde las convocatorias masivas de López Obrador con su plantón en Reforma hasta aquella movilización entusiasta e ineficaz que fue #Yo soy 132, incluyendo por supuesto el “estamos hasta la madre” por el asunto de los levantados y ejecutados hasta las organizaciones ciudadanas que dicen exigir y velar por un país sin violencia. A diferencia de lo que sucedió con las elecciones de 1988 y el surgimiento de los zapatistas, estas movilizaciones no produjeron absolutamente nada. No hubo una sola cristalización institucional que valiera la pena, como pese a todo sí sucedió con la renuencia de Cárdenas a lanzarse a la insurgencia civil o la declaración de guerra del EZLN. Entonces se abrió “el juego democrático”; ahora, este mismo juego, sirvió para paralizar, empantanar y dispersar las rebeliones.

Precisamente este hecho es el que se leyó muy bien desde el poder. Las elecciones de 2012 fueron, en estricto sentido, un laboratorio en el que se hizo prestidigitación: la corrupción y la desigualdad mediática se puso el disfraz de democracia, y la demagogia se puso las galas de la transformación que “necesita el país” como “reformas” insoslayables. El resultado fue sorprendente: nada de lo que se pudo comprobar se tradujo en una medida institucional de condena; ni siquiera la caída de los disfraces que dejó al descubierto todo mereció algún señalamiento medianamente enérgico. Las reformas, radicales porque entregan los recursos de la nación a manos privadas, se formularon con una vaguedad muy parecida a la que propagan todos los discursos de superación personal. De allí la simpatía con que gran parte de la población las vio, una población que está dispuesta a dedicar a la lectura 20 minutos al día.

De este modo, lo que en 2012 se consumó fue una nueva manera de vivir la democracia: desvirtuándola hasta lo indecible pero dejando intactos sus escasos girones engalanados. Se pudo porque todo, incluso eso, se asume como “natural” en la mayor parte de la población mexicana, educada en el modelo de competencias y habilidades, lejano de cualquier pensamiento crítico mínimo. Nada mejor que esta educación pues propaga y convence de que el mundo no se puede transformar porque es como es; por lo tanto, de lo que se trata, es de desarrollarse exitosamente en el mundo tal como es. Para eso se requieren habilidades y competencias, o como dicen sus promotores: un know how que hipotéticamente posee ciertos saberes. En otras palabras,  esta educación privilegia el conocimiento de cómo funciona el mundo y saber hacer lo que ese mundo casi mágico (porque se desconoce el motivo y la razón por la cual funciona como funciona) demanda.

Esta educación, que fomenta la resignación ante el mundo y una actitud dócil y pasiva de la que depende la incorporación a ese mundo y sus posibles beneficios, se impuso primero entre los obreros mexicanos. Se procedió a convencerlos de que de la ganancia empresarial dependía su bienestar. A esto se le llamó “ponerse la camiseta”. Luego, ya con la camiseta puesta, se les advirtió que lo único que se oponía a su bienestar era la corrupción sindical, alentada por cierto por el sistema político y por los empresarios. Al final, en ellos se impuso la incertidumbre laboral y a la explotación brutal se la disfrazó de eficiencia y calidad evaluable.

Con variantes, esta receta se impuso en la educación superior pública, pues en la privada prevalecía desde su fundación. En la UNAM, en el Politécnico, en Chapingo, en las universidades estatales, se procedió de igual manera: a los profesores se les dijo que las plazas estaban por desaparecer y que los sueldos no habrían de subir porque era injusto que los profesores ganaran lo mismo por un desempeño desigual. Se los convenció de esta perversión democrática, y en una versión depravada de una consigna izquierdista, se les dijo que cada quien ganaría acorde con sus esfuerzos, es decir, a cada quien lo que le corresponde. Y para darle a esta consigna un contenido objetivo se propuso la evaluación de su desempeño, o como se le conoce generalmente en el ámbito académico: la puntitis. En suma se les dijo: no hay plazas, pero sí trabajo. El impacto de este procedimiento ha sido profundamente negativo: el plagio y la repetición han ido en detrimento de la innovación y la creatividad; se han provocado jerarquías “académicas” que lesionan el trabajo colegiado; y ha hecho envejecer la planta docente de las universidades, dejando a las nuevas generaciones tituladas en la más absoluta incertidumbre, inscribiéndose como becarios en maestrías, doctorados y posdoctorados que es la nueva forma del desempleo ilustrado. Alguien me dice, con mala intención, que son los nuevos traperos ilustrados.

Ahora tal receta se aplicará a los profesores de la educación primaria. Es una manera de cerrar el círculo que comenzó en 1982. Con ello, la sociedad mexicana en su conjunto estará educada en habilidades y competencias. Pensará como corresponde. De una manera paradigmática tendremos aquella línea de producción educativa que se retrata y critica en la famosa película Pink Floyd The Wall (1982). La reforma educativa es la perla de la corona. Como ya lo reconoció el actual secretario de educación, en realidad esta reforma es “parcialmente laboral”. De lo que se trata es de obligar a educar en medio de la incertidumbre. Se quiere que los profesores enseñen en la práctica aquello en que los planes de estudio instruyen a los alumnos: adaptarse, adaptarse, adaptarse, por que todo es irremediable y todo ha sido siempre así. Nadie puede cambiar la naturaleza del hombre, del sistema ni la realidad misma. Si entiendes esto, serás evaluado correctamente, y podrás disfrutar, al menos en parte, de las mieles de eso que no se puede cambiar.

Por estas razones, la movilización de la CNTE tiene un significado profundo, pese a sus equívocos estratégicos. No sólo se resisten a lo que se resistieron antaño obreros y profesores universitarios. En esto les asiste la razón, por más que en ello vaya la defensa de profesores que no valen la pena. Pero hay otro aspecto que, si cabe, es más decisivo: su actuar resulta sorpresivo e inesperado a la ingeniería social del sistema y del poder político. Y este es el verdadero sentido de urgencia del mensaje presidencial. Porque la movilización de la CNTE pudo y aún puede desarticular la estrategia pugilística de quienes están detrás del presidente. Un alto en esta reforma pone en riesgo el resto de las reformas, particularmente la energética y la hacendaria. Se perdería el ritmo sucesivo a imparable de golpes, y en ese respiro, los tercos sectores de resistencia pueden organizarse. Esto explica la mano dura con que ha respondido el sistema: se ha utilizado todo para atacar, los cuerpos represivos, los medios de comunicación, los intelectuales “liberales” y “de izquierda”, y a los ciudadanos que se indignan porque a esos “pelafustanes” se les ocurre protestar, algo tan anticuado, tan fuera de lugar, tan inútil, en suma, tan antinatural. Los comentarios en las redes sociales son sorprendentes a este respecto: muchísimos reconocen que a ellos los evalúan, que no tienen contratos, que están todo el tiempo sometidos a la lógica de la competencia, y que no se quejan, sólo trabajan. Resulta escalofriante leer estos comentarios de quienes, al mismo tiempo, su vida la cifran en todos los mensajes posibles de la superación personal.

Es probable que la respuesta gubernamental siga incrementando en dureza. Lo que menos se esperaba desde el poder era el tamaño y forma de la protesta de la CNTE y, además, que existiera la posibilidad de que se aliara con la movilización que ha anunciado López Obrador. El sistema sabe que del tamaño de las protestas depende las impurezas de las reformas. Por eso, no ceja en su empeño de provocar para desprestigiar. Lo que estamos viendo, ya sea en la incomodidad del tráfico, desde el sillón de casa, desde los cubículos del trabajo, desde las oficinas, desde las calles, es uno de esos momentos decisivos en la vida de una sociedad. Frente a un amplio sector domesticado e indolente, hay un pequeño sector agotado, cansado e indeciso, cuyas experiencias previas de protesta y organización los han llevado al fracaso, y otro más que está dispuesto a jugarse lo que queda.

Nunca ha sido más pertinente la pregunta ¿de qué lado estás? Y tú, ¿de qué lado estás?

domingo, septiembre 01, 2013

Extinción

Sí, los observo, los pienso. Me sé uno de ellos. ¿Cómo explicártelo? Al paso de los años me doy cuenta que he sido un gran confabulador. Si digo "gran" no se debe a que sea bueno, sino por la cantidad de alumnos que han pasado por las aulas donde intento dictar clase, esas aulas en las que más que saber despliego el tamaño de mis dudas. Allí, precisamente allí, en esas aulas, confabulo con otros que en años distantes han pensando un mundo distinto. No me engaño, soy de los que no logran ni podrán definir ese mundo, pero sí de los que critican en el que viven. Con otros confabulo para que los que resignadamente me escuchan en el salón de clase piensen otro horizonte. No siempre tengo éxito, lo sé. Y también sé –asuntos de la sinceridad– que somos confabuladores en extinción. Nos ha suplantado la televisión, el radio, el cine, y una creciente literatura inútil. Generaciones que han crecido en ello también nos están suplantado en los estrados de los salones de clase. Ellos apuestan a ser cómplices antes que confabuladores. Ante este panorama me parece que los que hoy protestan son como esos dinosaurios que al atestiguar su extinción se rebelan. Por eso, entre otras muchas cosas, les tengo simpatía. Me sé uno de ellos. Siento lo mismo. Cada vez que salgo del salón de clase, a cada paso, me invade esa sensación de estarme diluyendo, como si a cada paso me aproximara a la invisibilidad total. Mi vida de gran confabulador se extingue aceleradamente. Dudo que protestar sirva de algo, pero eso sí, sé que es mejor dejar una huella que sirva de memoria que ser un poco de polvo levantado por un miserable viento que viene de la catástrofe.

miércoles, agosto 28, 2013

¿Qué se traen estos?

 ¿A qué viene lo de Atenco precisamente ahora? ¿No empieza todo esto a tener un tufillo de provocación? ¿Qué es lo que se persigue? ¿Les urge descabezar algo? ¿Es que acaso están dispuestos a cargarle los costos, incluso posiblemente la sangre, a AMLO? ¿Unir la protesta desesperada para descabezarla de tajo? ¿Qué ae traen estos?

Invitación al Coloquio Internacional “La modernidad y la naturaleza del cuerpo”

El seminario Universitario de la Modernidad: visiones y dimensiones, invita. Esperamos nos acompañen.

lunes, agosto 26, 2013

Las preguntas que han de hacerse

No puedo dejar de sorprenderme de la cara de fastidio que encuentro cuando a la gente se le habla de historia para convencerla de oponerse a la reforma energética que promueve el gobierno federal. A la mayoría, todo eso le parece, literalmente, demasiado añejo, pasado. Sus gestos parecen decir: “fue otra época”. Me sorprende no tanto porque mi oficio sea el de historiador, es decir, para los casos como los que describo, un “fastidio profesional”, sino porque esa cara no alienta otro tipo de argumentación, además de la histórica, por parte de la mayoría de los que se oponen a la reforma energética.

Cuando se escucha cuidadosamente a quienes promueven y están a favor de esta reforma, se descubre un “pragmatismo benévolo”. Afirman que ven por el bien de México. Hacen un rápido diagnóstico que, a partir de la comparación con los pozos explorados en un determinado lapso por compañías extranjeras, da cuenta de la lentitud e ineficiencia de Pemex. De este diagnóstico concluyen que los ingresos que actualmente se obtienen por parte de la industria petrolera mexicana son menores de los que “deberían” y “podrían” ser. De este modo, nos dicen, se está desperdiciando una gran oportunidad de crecimiento que podría beneficiar a todos y cada uno de los mexicanos.

Adicionalmente, en promocionales de radio (e imagino que en televisión, pero como no veo los canales nacionales no puedo afirmarlo), con voz juvenil, nos dicen que con semejante reforma, la luz y el gas serán más baratos. Un beneficio que se supone hay que entender viene bien para una población abrumada por los precios y sus escasos ingresos.

La conclusión no dicha pero sí planteada implícitamente por los promotores y los que favorecen esta reforma, es que no vale la pena perder grandes oportunidades por “viejos anacronismos interpretativos” de la historia nacional y de la realidad mexicana e internacional. Como nos lo han dicho también desde hace años en promocionales de radio, la iniciativa privada sabe lo que hace, lo hace mejor, y lo hace en beneficio de todos (9 de cada 10 empleos los genera la iniciativa privada, reza cierto slogan publicitario). De hecho, esta conclusión casi exige de la población impasible un estruendoso aplauso, como los que da el PRI a su presidente, y el PAN y el PRD a su “colega”. Seguramente a esto se refieren cuando insinúan que con esta y otras reformas México está por encarrilarse por el camino del éxito.

Me parece que este “pragmatismo benévolo” tiene un punto ciego, precisamente donde reside su yerro más grande. Y es que la iniciativa privada no ve por el bien de nadie. Mucho menos en esos lugares en los que antes se denominaban “Tercer Mundo”, después “en vías de desarrollo”, y ahora “sur” o quién sabe cómo más. Porque lo propio de la “iniciativa privada” es moverse por una peculiar ambición que cree dominar pero que en realidad la “somete”: la acumulación de capital. A diferencia de la “iniciativa pública” (¿se han fijado lo mal que se escucha? tan mal que ni como concepto existe), la privada aspira a secuestrar todo lo público para convertirlo en negocio.Y en el negocio, evidentemente, muy pocos ganan.

Pese a lo que sostienen los promotores de la “iniciativa privada”, lo cierto es que ésta es propensa a violar cuanta ley, que desde lo público, intente regularla. Hipotéticamente, en los estados, las leyes se utilizan en la medida de lo posible para que el breve espacio público sobreviva a las embestidas de la “iniciativa privada”. Sin embargo, en realidad, en prácticamente todos los estados las leyes están hechas para favorecer el impulso privado en detrimento de lo público, que alguna vez fue predominante. Este hecho, se agrava en países como el nuestro, que en su ansiedad de desarrollo utiliza incluso la corrupción para reforzar el impulso legal que se da a la iniciativa privada.

La lista de ejemplos es interminable. Es el banco Santander cobrando comisiones por servicios que en su país de origen no cobra. Es el banco HSBC involucrado en lavado de dinero. Es Slim con un pésimo servicio en todo lo que posee. Son las televisoras imponiendo la reforma de telecomunicaciones. Son los hospitales privados inventando diagnósticos y cobrando menos el “servicio” que dan que el “prestigio” publicitario que poseen. Son las empresas farmacéuticas vendiendo medicamentos inútiles. Es el que pone un negocio y se apropia de la calle, de la banqueta, de los “lugares” de estacionamiento que “aparta” con cubetas. Son las iglesias que encuentran en el fracaso y la esperanza las cuotas de negocios boyantes. Son los virus creados por los propios fabricantes de las computadoras para obligar el consumo de software siempre en algún aspecto inútil. Etcétera.

El yerro del “pragmatismo benévolo” reside justamente en ignorar de buena o mala fe que la “iniciativa privada” no busca el beneficio ni la ganancia de los demás, sino la acumulación de capital. La reforma energética, que pone en manos de esta iniciativa la exploración, extracción y transformación del petróleo y otros recursos como el gas, no puede augurar ningún beneficio para México ni para los mexicanos ni para la naturaleza. No está en ella pretender eso.

La pregunta que ha de hacerse todo mexicano es si aun con el disfraz de “lo moderno”, está dispuesto a ver secuestrada la posibilidad de una vida relativamente digna y bien habida. Si está dispuesto a que el resultado de su trabajo le sirva para darse cuenta de cuán lejos está cada día de la exclusividad de quienes por el momento se ven beneficiados con la acumulación de capital subordinada del país o dominante en el extranjero. Si está dispuesto a ver cómo crece la prohibición de usar lo público en su propio beneficio en virtud de que paga impuestos. Si está dispuesto a pagar más impuestos en medio de una vida tan competitiva que resulta draconiana. Y tal vez entonces, sólo entonces, tenga sentido recordar que hace décadas, una abrumadora mayoría de mexicanos se hicieron esas preguntas y respondieron que no.

P. D. ¿Se dan cuenta que estamos en una guerra bárbara a la que no podemos responder solamente con papeles?

lunes, julio 01, 2013

Este asunto de los zombies

Puede ser que mis obsesiones den relevancia a lo que en realidad carece de ella. Sin embargo, creo que es muy difícil que el creciente gusto por los zombies, sobre todo entre adolescentes y jóvenes, pase inadvertido. Hasta ahora no he leído nada al respecto; supongo ya hay reflexiones sobre ello, pero no me las he encontrado.

Imagino que al pensar el fenómeno zombie se hace referencia a los juegos hechos película (Resident Evil) y otras cintas que sin ser juegos han tenido éxito como Soy Leyenda y la reciente Guerra Mundial Z. No me interesan tanto las fuentes de este creciente gusto por los zombies, que aumenta a la par de ese otro gusto por vampiros y hombres lobo, sino su entusiasta aceptación en países como el nuestro.

Al parecer, emular ser zombie es un modo de incorporarse a una corriente mundial que hace marchas, encuentros y festejos. Detrás de esa igualdad mortal que ofrece “ser zombie”, se esconde cierto adoctrinamiento que vuelve aceptable una idea terrible: que no hay ni habrá futuro para la mayoría; que el mundo es solamente para unos cuantos elegidos y audaces que logran escapar a esa feroz igualdad mortal. Idea sobre la que se teje algo más: que sin futuro no se vive ni se sobrevive, se es solamente un muerto en vida. Y que de hecho ya ni siquiera es necesario plantearse alguna cosa con respecto a la vida, pues pasado el trago amargo de la conversión, no hay angustias ni problemas humanos ni sociales; no hay moral ni otra necesidad que saciar el hambre; no hay dolor, salvo el que deriva del contacto con el sol. En suma, no hay nada más que el instinto, la pura inercia de una genética trasmutada, la mera barbarie.

Llegado a este punto no puedo dejar de pensar en el modo como cierra el libro de Finkielkraut (La derrota del pensamiento). Cito: “Así pues, la barbarie ha acabado por apoderarse de la cultura. A la sombra de esa gran palabra, crece la intolerancia al mismo tiempo que el infantilismo. Cuando no es la identidad cultural la que encierra al individuo en su ámbito cultural y, bajo pena de alta traición, le rechaza el acceso a la duda, a la ironía, a la razón -a todo lo que podría sustraerle de la matriz colectiva-, es la industria del ocio, esta creación de la era técnica que reduce a pacotilla las obras del espíritu (o, como se dice en América, de entertainment). Y la vida guiada por el pensamiento cede suavemente su lugar al terrible y ridículo cara a cara del fanático y del zombie”.

Me parece que esta cita dice algo sobre el creciente gusto por los zombies y este país.

jueves, junio 13, 2013

Morderse las uñas

Sentarse intentando percibir el paso del tiempo y tan sólo encontrar el vacío. Tomar la pluma para trazar algo en el cuaderno de las angustias y tan sólo atinar a esbozar figuras fantasmales, irreconocibles. Ir al teclado queriendo escribir algo coherente y únicamente lograr un escupitajo carente de sentido, forma, filo. Desistir de todo para dejarse hipnotizar por el vacío y escuchar el rumor de frases inconexas, seguramente dichas a lo largo de seis o siete años. Pretender hallar en la inestable memoria el contexto de aquellas frases y darse cuenta de que lo que prevalece es el ruido de una podadora de pasto. Buscar la herida que más duele para lamérsela lastimosamente y no encontrar otra cosa que sangre coagulada. Sin reloj ni campana que anuncie la salida o el fin, acabas por morderte las uñas.

lunes, junio 03, 2013

Presentación del libro "Bolívar Echeverría. Crítica e interpretación", en la 4a. Feria Independiente del Libro.

El próximo jueves 6 de junio, a las 17:00 hrs., con motivo de la presentación del libro Bolívar Echeverría. Crítica e interpretación, en el marco de la 4a. Feria Independiente del Libro, Gerardo de la Fuente y un servidor nos reuniremos para conversar sobre la obra de este filósofo tan importante. La cita es en la librería Rosario Castellanos, del Fondo de Cultura Económica. Extiendo la invitación.

martes, mayo 28, 2013

Conversaciones extrañas



1.- Entro al baño, preguntando si lo puedo usar porque allí se encuentra el trabajador que lo limpia. De manera amable me invita usarlo. Estando allí, comienza la conversación.

2.- El hombre me pregunta por el clima. Le digo que estaba lloviznando. Responde que ya nada es seguro. El tono de su decir me llama la atención. Parecía otra invitación. Respondo con un "efectivamente" de tono curioso.

3.- Mientras me lavo las manos el hombre insiste. Nada es seguro. "Si algo bueno tienes, te lo roban". Afirma. Me cuenta que el día anterior estaba tomando una foto con una "camarita" y que se la intentaron robar. Los ladrones no tuvieron éxito porque "milagrosamente" pasó una patrulla y se dieron a la fuga.

4.- Nada es seguro, vuelve a decir. Le respondo que efectivamente, que nada es seguro. "Este país se colapsa", le digo, más pensando en voz alta que queriéndole invitar a platicar al respecto.

5.- No sé, a veces creo que estamos en guerra, me dice. ¿Cómo explicar si no el hecho de que el ejército esté en las calles, la gente esté armada en algunos estados, que haya miles y miles de desaparecidos y de desplazados?, se pregunta y remata: ¿usted qué cree?

6.- Solamente se equivoca usted en una cosa, le digo mirándolo a los ojos. Desde hace tiempo estamos en guerra. Y no me refiero a esa guerra de Calderón, ni a la ineptitud de la actual administración. Estamos en una guerra de mucho mayor antigüedad y mayor profundidad. Esa guerra que arrasa con la naturaleza, con las comunidades, y que empobrece a los seres humanos quitándoles todo: historia, bienes, plenitud. Una guerra que lleva siglos y que al paso del tiempo va definiendo al triunfador con mayor nitidez. Esa guerra que hace del sentido común de usted un lastre y que lo condena a dolerse de esa situación insoportable que percibe y que padece. Esta guerra se llama capitalismo. Carece de soldados, pero asesina más que cualquier ejército formal o informal. La guerra a la que usted se refiere es tan sólo uno de los frentes de esa otra guerra que le comento.

7.- El señor se queda viendo al piso, tomando con sus dos manos la escoba. Me dice: puede ser. Me despido: ánimo, le digo, no todo está perdido. Usted es la mejor muestra de ello. Y salgo del baño para sostener una conversación aún más difícil.

sábado, abril 27, 2013

Trincheras vacías

Ayer, durante la comida, mis padres me pidieron les explicara lo de rectoría. Les hablé de la ofensiva reformista que en esos planteles se vive desde 1996 y la ominosa tentación que desde 1986 hay de destrozar a la UNAM, privatizándola y cambiando su modelo educativo por uno más técnico, sin crítica y escasa ciencia. La charla me dejó profundamente herido. Me di cuenta que hubo un tiempo en que mis amigos, conocidos y yo, estábamos en la trinchera. Hoy me encuentro en medio de un sector indiferente y derrotado gracias a la política de la “puntitis” que se impuso en la década de los noventa. Hoy, me siento incómodo con mis “colegas”. Hoy me doy cuenta que en las trincheras no hay casi nadie. Hacia allá iré.

domingo, febrero 24, 2013

Pozo negro


Lo observo sin dar crédito. El hombre, entrado en años, con un notable problema mental, está sentado en las escaleras al pie de un consultorio de una conocida farmacia. Ambos esperamos a la doctora; él para que lo atienda, yo para que me dé una receta.

Su desamparo me estruja el corazón. Su lenguaje, neto producto de la televisión, me desespera. El tono de su voz, pone en evidencia su problema mental. En la media hora que pasa, me entero de muchas cosas: que le duele la panza “como si le hubieran dado un balazo”; que vive con su mujer; que su padre lo echó de la casa; y que no tiene dinero para operarse en caso de que deba hacerlo. “¿Crees que la doctora me cure amiguito?”, me pregunta. Quisiera responderle que no, pero sólo atino a decir no sé. “¿Crees que me espere Jenny, amiguito?”, me revira. No entiendo la pregunta, pero inmediatamente me aclara lo que no entiendo. “Jenny Rivera, amiguito, la cantante, la que se murió; yo la admiraba”. Siento escalofríos. Decido largarme.

El desamparo que encuentro en los consultorios de los médicos me destroza. No es por la enfermedad, algunas veces dolorosamente evidente, sino porque es uno de los tantos signos que dan cuenta del desastre de este país, que alguna vez se distinguió del resto de Latinoamérica por al menos tener un proyecto de salud pública relativamente gratuito para alguna parte de su población. Pero hoy lo que tiene es la devastación absoluta de cualquier proyecto público. Y mientras se habla de cobrar impuestos en alimentos y medicinas, este pobre hombre afirma que quizá le espera Jenny Rivera, y me dice “amiguito”, como si se tratara de una versión olvidada de Chabelo. Y yo, que cada vez soporto menos mi entorno, me digo que este país dejó de ser un mísero oasis para convertirse en un profundo y asqueroso pozo negro. Me digo algo más: de esta mierda, cargo con la culpa que me corresponde.