sábado, octubre 31, 2009

La sirena y su amante

Últimamente el agua se ha vuelto compañía y confesionario. No sé cómo recibe mis palabras no dichas, mis pensamientos vueltos infinitas burbujas de aire que afectan su superficie. Lo suyo es el silencio. Pero durante más de media hora me recibe, no dócil pero sí afable. Me exige un ritmo y sólo cuando lo alcanzo permite que comience con mi decir silencioso. Ella suele purificarme. Como mujer se me entrega cuando la acaricio pero me regresa una sabiduría que no se suele decir frecuentemente: estás solo. De eso se trata la vida. Lo demás, por ese solo hecho, ya es ganancia. Y con esa idea, me despido de ella. Camino por la tierra pensando en eso que me repite casi todos los días. Y aunque las horas a menudo me hacen dudar de lo acertado de su aseveración, suceden cosas que acaban por darle la razón. Por ejemplo, esta mujer que como ciclón me envuelve y me deposita en el regazo de su corazón. Ella me recuerda siempre una canción, aquella que habla de la “lengua de gato”, del “pan de centeno”, de la “suela de zapatos”. Me pregunto si no es ella sirena que de esa agua matutina sale para acompañar mis pasos en tierra. Y en efecto, ese solo hecho es una ganancia abrumadora en esta, que al parecer, todavía es mi vida.

viernes, octubre 30, 2009

Respuesta a comentario

Respondo a un comentario hecho en este Blog.

En general suelo corresponder a quien me saluda. Padezco, cierto, de pésima memoria para nombres y rostros. Hay personas que por una u otra razón las tengo grabadas en mi corazón y puedo, efectivamente, tenerlas siempre presente en mi vida, y por tanto, reconocerlas en todo momento. Hay otras de las que se me queda su rostro en la retina, pero no el nombre ni las circunstancias en que las conocí o el motivo por el cual se me hace familiar su rostro. Esto me sucede con cierta frecuencia con los alumnos: son tantos los que pasan por los salones de clase que me es imposible reconocerlos siempre. En mi descargo debo decir que lo mismo sucedió con mis maestros: muchos de ellos probablemente ni me recuerdan. Sin embargo, cada vez que los veo, los saludo, si no ceremonialmente, sí con la afabilidad suficiente. Y es que pienso que no todos tienen por qué recordarnos. Quiero decir:¿por qué un maestro habrá necesariamente de recordarme a mí?, ¿por qué alguna mujer obligadamente ha de recordar mi mirada?, ¿por qué alguien del público está exigido a recordar exactamente mis palabras dichas en algún auditorio? Nada ni nadie obliga. Claro, están los olvidos obligados, exigidos, necesarios. Pero esa es otra historia... Así que no se me amedrente, y salúdeme cuando me vea perdido en alguna marcha con “agradable compañía” según su decir.

jueves, octubre 29, 2009

Apagar celulares

Veo que las protestas y propuestas crecen. Al parecer la crisis activa voluntades y enojos. Mientras el alza de impuestos de telecomunicaciones despertó indignación y oposición, las compañías de telefonía celular siguen haciendo su negocio ofreciendo un servicio caro e irregular. Y lo que es peor, el dueño de una de estas empresas anda en pos de las redes que ocasionaron el conflicto en Compañía de Luz y Fuerza. Así que protestar contra las compañías de telefonía celular también es importante. Me llegó la propuesta, que asumo, de apagar los celulares el viernes 6, sábado 7 y domingo 8 de noviembre para exigir la disminución de tarifas y cobro de llamadas, incluso perdidas.

miércoles, octubre 28, 2009

Amores muertos que no matan

Me encontré esta joyita... Dylan Dylan

Recuerdos

Ese día había nerviosismo. La universidad estaba en huelga y todavía no llegaba su momento menos afortunado de expulsiones, amedrentamiento, y golpes, aunque ya se anunciaba en el horizonte. Muchos grupos universitarios trabajábamos en ese momento para encontrarle salida al problema de cuotas-resistencia en que estábamos inmersos.

Dos asambleas se realizaban al mismo tiempo en nuestra facultad. Un amigo y yo esperábamos nos dejaran tomar la palabra en la asamblea de maestros. Otra amiga aguardaba su turno para usar la palabra en la asamblea de estudiantes. Queríamos intervenir primero con los maestros para llevar una propuesta más concreta a la asamblea estudiantil. Pero las cosas no salieron así.

Me informaron que nuestra amiga ya iba a hacer uso de la palabra. Mi amigo y yo decidimos dividirnos: él se quedaría a esperar a que los maestros le hicieran un espacio y yo bajé a ver cómo estaban las cosas con los estudiantes.

Al llegar a la asamblea estudiantil me sorprendió la encendida defensa que ella hacía de nosotros (de mi amigo y de mí). Nunca en mi vida nadie me había defendido públicamente con tanto denuedo. Refutaba una serie de acusaciones que asumo se hicieron previas a su intervención: ya empezaba la cacería de brujas. Su decir fue tan vehemente que varias lágrimas escurrieron por sus mejillas. Al finalizar, le di un fuerte abrazo y salimos de la facultad así, abrazados. Sin estrategia, sin propuesta, sin proyecto. Pero así salimos: abrazados. En ese momento era lo más importante.

Esa mujer, desde que la conozco, me sorprende. Lo hace incluso hoy cuando nuestros encuentros y pláticas son escasos. A través de Facebook me llegan sus reflexiones intempestivas. Una de ellas, de las más recientes, habla de la paz, y de su definición ante la vida. Le agradezco infinitamente sus palabras. Su hacerme recordar muchas cosas. Me llegan como lluvia nutritiva en un día en que la sensibilidad extrema me ahoga. Recuerdo sus lágrimas, recuerdo sus palabras, recuerdo su rostro y una que otra de sus confesiones. Y recuerdo también al amigo, aquel amigo que hace tiempo se fue de este planeta.

Imposible

"Solo", le dijo
El cielo lápida es
Muerto ya estaba



viernes, octubre 23, 2009

Duelo

Hasta hoy puedo decirlo: han sido días de duelo. Ese espacio indefinido y elusivo que llamamos corazón se me llena de vacíos a pasos agigantados. Aunque todo fin es esperable, y alguno que otro deseable, no por eso deja de provocar una herida que ninguna lamida sana, que ninguna caricia mitiga. Y es que el vacío es como un hoyo negro que engulle. No me dan ganas de resistirme, pero hay en mi horizonte otras presencias que me indican que más vale no irse por ese camino sin retorno. Bienvenidas esas presencias. Viviré, como siempre, lidiando con los vacíos que me acosan.

domingo, octubre 18, 2009

Heroes

Lennon, que sabía lo que decía, manifestó querer igualar el LP de Bowie llamado Heroes (1977). Éste lo hizo pensando en el Muro de Berlín, y años después, la canción del mismo nombre que formó parte de aquel LP tras ser recuperada por varios grupos, se convirtió en tema central de la película Godzilla (1998). Aquí, Bowie en vivo... un guiño a la nostalgia...

jueves, octubre 15, 2009

Luz y Fuerza del Centro

1. Yo no sé ustedes, pero extraño la palabra trabajador. Hoy el gobierno habla de pobres o de mexicanos, de sindicalizados o de empresarios, de estudiantes o de indígenas, pero no habla del trabajador. A este último se le condena al olvido. Y este “olvido” también invade el lenguaje cotidiano de la gente, de los burócratas, de los académicos, de los estudiantes, que a lo sumo conciben “el servicio” como algo “nice”. Y es que más vale que la sociedad no se dé cuenta que depende del trabajador para vivir, aunque el espejismo moderno nos ofrezca la vana ilusión de un mundo tecnificado en el que ya no hay trabajadores sino “prestadores de servicio”. El trabajador tiene hoy que remontar explotación y desdén, “olvido” deliberado e ignorancia fomentada.

2. Por eso, si le creemos a las encuestas, un gran sector de la sociedad mexicana está de acuerdo con la liquidación de Luz y Fuerza del Centro, para acabar con el sindicato, corrupto y lleno de privilegios, dicen. Así es como el “olvido” del trabajador opera su magia: si éste no existe, mucho menos debe existir un sindicato, que además cuenta con prebendas y privilegios “descomunales”. Según ellos los pobres no tienen por qué organizarse; su única opción es ser organizados para cobrar los apoyos de Oportunidades. Los “prestadores de servicios” tampoco deben organizarse, pues individualmente han de mostrar con eficacia sus talentos para ser contratados. Las máquinas funcionan a la perfección, sin interrupción, sin reclamar horas extras, sin procrear, sin vacaciones, sin salario pero sí con costos, cuyos dueños inmediatamente recuperan de manera acrecentada; ellas al igual que los pobres han de ser organizadas de manera racional para maximizar la producción. Las buenas conciencias son los únicos que pueden organizarse: en la Iglesia primero, después en las ligas mayores de los que sí “han sabido hacerla”: los empresarios, las marcas, la mercadotecnia.

3. Luz y Fuerza del Centro, dice el gobierno, resultó inviable. De ello culpa al sindicato, y de esta manera, refuerza la idea de que además de absurdo, pues el trabajador ya no existe, aquel es culpable del fracaso de ésta y cualquier otra empresa, estatal o no. Saca lección que vende como pan caliente: los sindicatos son fuerzas retardatarias que impiden el avance de México por la senda de gloria que los cielos le trazaron. Las prebendas y los beneficios no son para los güevones sino para los sectores más activos del país: los empresarios y los políticos que se dan cuenta de este hecho. En suma: sé pobre, sé prestador de servicios, pero no se te ocurra ser sindicalizado.

4. Ante esto hay que tener claras algunas cosas. Primero, el trabajo. Somos eso: estamos obligados y condenados a trabajar. No sólo es nuestra naturaleza sino que es el trabajo el que genera la riqueza. El trabajador está allí: en todo lo que comemos, tocamos, vestimos, disfrutamos. No verlo no decreta, por acto de magia, su desaparición. No verlo más bien revela otra cosa: la negación de saberse parte de ese sector, cosa que nos recuerda el mentado salario. No nos gusta sabernos trabajadores. Segundo, el sindicato, que es la organización de los trabajadores. El sindicato surgió como mecanismo esencial para luchar por una serie de derechos de los que generan riqueza. No fue ni una concesión gratuita ni tampoco es, por definición, corrupto. Es preciso tener presente que si la corrupción existe en los sindicatos, ella es el resultado, primero, del capital, que necesita pervertir la organización del trabajador para explotarlo mejor, y segundo, de un régimen político, que comenzó con el PRI y que continua con el PAN, como puede verse en el paradigmático caso del SNTE y su líder. La corrupción sindical es una fuente inigualable de votos, dinero, y mecanismo de presión. Tercero, al trabajador. Seguramente hay corrupción en el SME como en el resto de los sindicatos nacionales. Pero este hecho no puede dejar pasar inadvertido lo siguiente: dentro de los sindicatos existe una burocracia y una masa de trabajadores que trabajan constantemente. Arremeter contra el sindicato y sus perversiones no puede ser razón para imponer al trabajador la cruz adicional del “olvido” sobre la de la explotación. Los trabajadores tienen todo el derecho a organizarse para paliar los efectos de la explotación de la que son objeto, o mejor, para emanciparse de su explotación. La corrupción sindical es un asunto que compete a los trabajadores, son ellos los que han de liberarse de las burocracias que los usan para intereses ajenos; a los regímenes políticos, que han de sacar las manos de las organizaciones obreras; y a todos, puesto que está claro que dentro del capitalismo no hay manera de hacer ni una cosa ni la otra.

5. Más allá de la retórica presidencial, de los fariseos intelectuales que dan razones a la sinrazón del neoliberalismo, y de la “opinión pública” que confunde alevosamente el trato y servicio en ventanilla con el trabajo de los trabajadores de Luz y Fuerza para que esta ciudad cuente con luz, y que a juzgar por lo que sucede en este momento, es tan eficaz que ahora los quieren hacer regresar por la fuerza para que la cosa funcione; más allá de todo eso, digo, se encuentra un recurso nacional. Este recurso está en juego, está en disputa su posesión, su uso, y su explotación racional. Defender su pertenencia al Estado mexicano es algo que resulta indiscutible. Que quede claro: su pertenencia a los mexicanos, no a uno u otro mexicano. Quiero decir: cuidado con aceptar la idea de que hay males menores, como que se quede en manos de empresarios mexicanos en vez de extranjeros.

6. Alguien podrá argumentar que exagero en la idea de que viene la privatización de la energía eléctrica. No sólo es algo que argumenta el SME. Yo me baso en algo más sutil: el recurso del miedo como mecanismo para generar consenso, incluso en las cosas más contraproducentes para la población en general. El miedo a quedarse sin luz, el miedo a que los trabajadores del la Comisión Federal de Electricidad no puedan con el paquete y nos dejen sin luz. El miedo que acaba por legitimar la privatización (contratar a quien sí pueda con el trabajo) a cambio de tener luz. El miedo es un recurso utilizado hasta la saciedad por este gobierno. Durante los tres primeros años se trató del miedo derivado de la “guerra” contra el narcotráfico. Luego, como signo de la segunda parte del sexenio, el miedo de la influenza que sirvió de pretexto para explicar el fracaso del modelo económico y para que la población asumiera como suyas las quiebras económicas del empresariado, como el de La Comercial Mexicana. El miedo del “hoyo” petrolero para lanzar la propuesta del impuesto de 2% al consumo. El miedo ahora de no tener luz, de quedar en manos de sindicalizados, el miedo que permite al gobierno hacer lo que le venga en gana. El miedo de que un trabajador cuente con privilegios: mejor ser todos pobres bajo la irremediable lógica de todos coludos o todos rabones.

7. No me interesa defender a la burocracia del SME. Me importa defender lo que queda de país. Me interesa defender el derecho a organizarnos. Me interesa deshacerme de este sistema. Me interesa acabar con la explotación. Eso me interesa. Por eso me sumo a la lucha que hoy, momentáneamente, encabeza el SME. Y si estas luchas derivan en otras cosas, bienvenidas sean.

domingo, octubre 11, 2009

Presentación del número 9 de la revista Bitácora

Hay quien especulando sobre los orígenes de Todo afirma que “en el principio fue el verbo”. Debo confesar que esta frase me atormenta y persigue desde hace años. Probablemente por incapacidad personal me es sumamente difícil concebir el aliento divino convertido en palabra, creando y creando la realidad que su potestad le permite. Y es que según lo miro, el verbo es también un acto o no es nada. Quiero decir: tras el verbo está el acto; sin éste aquel es imposible. La idea, por supuesto, no es mía; me la obsequió un poeta español (Gabriel Celaya), que maldecía la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales, la poesía que no tomaba partido hasta mancharse. La poesía por él defendida era aquella que con su decir quería dar vida, provocar nuevos actos. La suya, escribió,

No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.

Ni modo de no hacerle caso al poeta, que es artesano del verbo, de la palabra. Algo sabrá por ese oficio suyo: lo importante es lo que no tiene nombre, los actos en la tierra. Son ellos los que dichos pueden provocar otros actos. Por eso simpatizo con quienes suponen que fue un acto el que inauguró el principio de todos los principios: cuando nada tenía nombre. Sí, me es más cercano el homo-faber que un Dios-logos. Entre dioses y humanos, prefiero a los segundos, y entre estos, por supuesto, a las mujeres

Es el acto el que inaugura, el que crea mundos. Y la palabra una y otra vez aparece rezagada, imposibilitada para designar en su plenitud lo que el acto hace, descubre, esculpe, crea. Quiero decir, puedo recitarle a ella lo que otro poeta escribió alguna vez: te quiero “Donde tu vientre es combo, fugitiva tu espalda, oloroso tu cuerpo”, pero palabra tan precisa no alcanza el absoluto de lo que en ella me pierde.

Así, entre acto y verbo hay un abismo. Decir es siempre ir en pos del imposible, de la incapacidad para designar la plenitud al acto, su multiplicidad, sus aristas infinitas. Pero al mismo tiempo, y precisamente por ello, la palabra, el verbo tiene consistencia. De lo contrario, sólo sería hálito que se pierde en la inmensidad de la nada. La palabra, el verbo, siempre se erige sobre algo, aunque su núcleo lo constituya la imposibilidad de designar la plenitud del acto.

Y no obstante, acto y verbo comparten otro abismo que es el que propiamente me atormenta y persigue. Creo sinceramente que antes del acto y del verbo está la duda. Desde hace mucho tiempo me pregunto si no es ella la que está en el principio; si el hacer o el designar no están precedidos siempre por una duda: ¿qué es esto?, ¿qué hacer ante esto o aquello?, ¿por qué hacer o no hacer tal o cual cosa? De hecho, según una vieja historia cuenta, la historia humana nació precisamente por una duda: gracias a que una mujer se preguntó por qué no, acabó condenando a la humanidad a tener historia, si bien como seres caídos buscando redención, lo cual tiene un encanto peculiar. Tenemos historia por una manzana del árbol del saber. Tenemos historia porque una mujer se preguntó sobre ese saber. Y así ha sido siempre: nos movemos por la duda de una mujer.

Entonces, no el verbo ni el acto sino la duda como principio de principios, como el movimiento más íntimo del espíritu, de la razón, incluso del deseo. Y es que la duda, si es tal, no precisa una respuesta específica, predeterminada, pero sí una respuesta cualquiera. Porque lo propio de la duda no es la cadena sino la libertad, no es la delimitación sino el ensanchamiento. Por eso los hombres libres son los que dudan, los que se preguntan y los que se responden para responderles a los demás. Y lo hacen, primero, con actos, luego con palabras.

Lo que quiero decir es relativamente sencillo: creo que la ruta natural de la libertad y de la creación de mundos es la que marca la sucesión duda-acto-verbo. Lo contrario es el camino de la escolástica, de la política y de la servidumbre: verbo autorizado, acto limitado, duda estrecha, mundo acotado.

Pues bien, sin temor a equivocarme puedo decir que la revista que hoy nos convoca es hija del primer camino. Bitácora nace como resultado de pasos dados desde hace años por el Faro de Oriente. Y éste a su vez no es la creación de un acto amoroso institucional, sino la convergencia de las múltiples respuestas que un caleidoscopio de dudas convocó y fraguó. El Faro de Oriente es en el mejor de los sentidos la expresión más concreta de libertad, la feliz conjunción de dudas y actos. Bitácora llegó mucho después. Habrá quien piense que esta revista tuvo un parto tardío. Yo no comparto esa opinión. Creo sinceramente que sólo después de las dudas y los actos debe venir la palabra. De aquí le viene su consistencia, de aquí le viene su valía: de fijar en verbo lo que sus actos gritan tras dudas creadoras.

Bitácora también ha dado caminado transformándose. Fue primero un esbozo de respuesta ante una duda; luego fue un mero boletín informativo consumido por la comunidad del Faro; y hoy es una revista que además de convocar a su comunidad, sale de “su espacio” para dialogar con los otros, como una Eva que obsequia pecado para generar vida, constituir mundos y crear historias. Por eso, entre otras cosas, su nombre es femenino (ningún viaje vale la pena si no lo inspira una mujer y no lo registra una mirada femenina).

El secreto de Bitácora me parece está en ser resultado de dudas y actos. En este sentido creo pertinente una advertencia: su consistencia proviene de allí y no de otro lado. Olvidar esto sería condenarse a la repetición vacua de palabras y perspectivas, sería transformarse en declamación política, en dogma de fe, en manual de éxito o en páginas de superación personal. Espero sinceramente que esto no lo olvide el equipo editorial de la revista ni el director del Faro ni la comunidad misma de aquel espacio respetable y querido.

Enhorabuena una vez más.

Isaac García Venegas
En el “246”
1 de Octubre de 2009

martes, octubre 06, 2009

La sapiencia de don Enrique

Hace unos días, Don Enrique publicó en el periódico Reforma un artículo de opinión luminoso (“Historia en aerosol”). El objetivo central de su argumentación es convencer al lector de que el camino idóneo para cambios perdurables en el país es la reforma, la acción dentro de las instituciones. Su decir es una refutación “intelectual” a quienes haciendo una lectura “errada” de la historia caen seducidos por la teoría cíclica de la historia y predicen que en 2010 habrá una revolución como las de 1810 y 1910. Se refiere sobre todo a los que enarbolando banderas anarquistas promueven la violencia, haciendo estallar artefactos en sucursales bancarias, y amenazando con el cada vez más famoso: “nos vemos en 2010”.

El artículo me parece luminoso porque pone ante nuestros ojos los esfuerzos intelectuales de un historiador de fuste para defender una causa: la de la democracia liberal, o mejor dicho, lo que don Enrique concibe como tal, y a la que piensa como el producto, si se quiere imperfecto, de la reforma pero no de la revolución. Aunque don Enrique no dice nada que no haya afirmado Octavio Paz hace décadas (véase el discurso que pronunció cuando recibió el premio Alexis de Tocqueville), lo hace con tal entusiasmo que al lector despistado puede convencerlo de la originalidad de sus ideas.

Don Enrique se atribuye a sí mismo una lectura correcta de la historia en comparación con quienes por medio de la violencia, lejos de reivindicar el anarquismo, lo echan al bote de la basura. En su artículo da lugar a una larga cita de un anarquista que afirma, de modo sorprendente, que la violencia hizo que varias de las ideas más importantes del anarquismo fueran relegadas en regímenes como el soviético o el mexicano. Don Enrique sabe perfectamente que una cita fuera de contexto es maliciosamente parcial. Sabe también que esos regímenes procedieron por exclusión en virtud de múltiples causas y que sólo siendo maliciosamente parcial se puede reducirlas a la violencia.

Pero don Enrique, en su “correcta lectura de la historia”, no se limita a citas fuera de contexto. Juega con algo de torpeza el juego vedado a los historiadores: para darle consistencia a su argumentación en favor del reformismo decide incursionar en el “hubiera” de la historia. Afirma que mientras la revolución de 1810 fue “necesaria”, la de 1910 fue “perfectamente evitable”. Hubiese bastado, nos dice, que Díaz dejase a Reyes en el poder para que la revolución de 1910 no estallara. Aquí don Enrique nos repite su devota convicción de que la historia la hacen los grandes hombres (biografía del poder no es título inocente). Nuestro sagaz historiador aborrece a las masas; por eso cree en el reformismo: con tan sólo unos cuantos pactos cupulares la historia iría e irá por buen camino. Por eso, a su leal entender, se equivocan los anarquistas, los que piensan en la revolución, y los que se les ocurre pensar fuera de las instituciones. Las masas no hacen nada que no sea incomodar con absurdos y revoluciones; interrumpen el "curso natural" de los hechos que como ya nos dijo Fukuyama llevan necesariamente al buen puerto de la democracia liberal.

No son pocos los historiadores que al explicar la Revolución mexicana señalan que su estallido fue “inesperado”, fue totalmente sorpresivo, no fue “previsto” ni “visto” por quienes cómodamente vivían en el régimen diseñado por Porfirio Díaz. La miopía antes de la revolución. Sin negarle a don Enrique la certera crítica que hace a la teoría cíclica de la historia, puede ser que sea precisamente aquella miopía la que se repite en los albores del siglo XXI. Quizá no estalle ninguna revolución en 2010, pero la miopía puede ayudarle un poco; ésta no es buena ni para el reformismo. En este sentido es que el artículo de opinión de don Enrique es luminoso: muestra de manera paradigmática cómo el modo “correcto” en que un “empresario intelectual” ve la historia tiene parcialidades tan maliciosas como aquellos agoreros que atribuyen a una fecha un significado trascendente.

viernes, octubre 02, 2009