viernes, febrero 20, 2009

Manifiesto inútil

No es un fantasma lo que recorre el país ni una inconformidad organizada que levanta olas de protesta. Es un malestar profundo. Es la conciencia clara de estar enfermos de algo. En los mercados, en los centros de trabajo, en las plazas, en los lugares de reunión el rumor amorfo que lo dice crece. Se lo escucha lo mismo entre las amas de casa que entre los padres de familia, entre los jóvenes que entre los adultos, entre los fanáticos del fútbol que entre académicos, periodistas e intelectuales. Nuestro país está enfermo. La crisis, la delincuencia, la corrupción, la ineptitud, todo ello son únicamente supuraciones del malestar profundo.

En estas condiciones nos piden, nos exigen votar. La vendimia ha comenzado. La “clase política” apresta sus mejores sonrisas, sus promesas vanas, sus decires estereotipados, sus invocaciones a la patria y al futuro. Lo hacen porque hay dinero y mucho. Nuestra “clase política” cree y afirma la distancia entre ellos y nosotros, los mortales, con cifras llenas de ceros que les benefician. Sin decirlo confirman: la razón la dan los ceros de los cheques quincenales.

Nosotros lo mortales vivimos azorados y dispersos. Atomizados. En nuestros universos particulares padecemos los desatinos de intereses económicos que se hacen pasar por exigencias nacionales. Y nos gana la depresión cuando no la desidia. Organizarse suena a historia de locos, a plazas llenas, a tropicalismos de toda índole.

La solución es más sencilla: ante la evaporación de las instituciones estatales, generemos una inestabilidad institucional que obligue a la redefinición de nuestro país y sus instituciones. Vayamos a votar en julio pero anulemos el voto: que por primera vez en la historia de este país la cantidad de votos anulados sea mayor a la de los votos válidos. Manifestemos así nuestra inconformidad. Hagamos de nuestra atomización la fuerza de una inconformidad electoral muy clara. Digamos ya no más con la anulación de nuestro voto. Sólo necesitamos esto.

domingo, febrero 08, 2009

Pena de muerte

Me sorprende el abordaje. El interlocutor pretende ingresar a la clase política pública. Le acompañan cuatro mujeres cuyo físico parece de revista. Me habla de la pena de muerte, de la propuesta de su partido, de la necesidad de luchar contra el crimen. Su decir no es precisamente elocuente pero sí apabullante: habla, habla, habla. Hasta que me hace la pregunta inevitable: "¿no crees que si un secuestrador o un asesino saben que serán ejecutados se lo piensen dos veces antes de hacer un acto criminal?". Sonrío, y le respondo que no.

–¿Por qué no?, ¿crees en esa propaganda nefasta que dice que la pena de muerte no disminuye los actos criminales?.
–Lo que creo –respondo– es que los secuestradores y criminales creen tanto en la suerte como tú o como yo, y muchos de ellos viven convencidos de que son unos profesionales, razón por la cual no piensan en ser siquiera detenidos. Además –prosigo–, si la suerte falla o la profesionalización no es tan evidente, queda el recurso de la corrupción, de la cual, por cierto, tu partido sabe mucho.

Mi interlocutor comienza a hacer gestos de protesta. Yo continuo con la misma lógica apabullante de la que hizo gala hace unos momentos:

–Lo que no entiendo es cómo proponen algo de manera tan torpe. Quiero decir: siguiendo la lógica de tu partido, al que le gusta tanto el dinero, debieran de argumentar algo indiscutible: el gasto que implica tener presos es muy elevado. Matarlos es en el fondo una decisión económica, pues implica gran ahorro para el Estado. Evidentemente dadas las condiciones de las cárceles de este país, la "readaptación" no es una inversión, sino un gasto. En tiempos de crisis cualquier ahorro es necesario. Debieran hacer tablas comparativas de gastos entre una condena y una ejecución. Saldrían bien librados en esta comparación. Y lo que es mejor: dejarían de ser los hipócritas que son al menos en este aspecto. Claro, el único problema es que como bien sabe tu partido, las condiciones de impartición de justicia en este país son un misterio laberíntico, por lo que seguramente muchos inocentes morirían y muchos culpables seguirían libres como hasta hoy (de esto saben mucho los dirigentes de tu partido). Pero en términos de ahorro, lo mismo da a quién se mate ¿no?.

Sonrío y sigo mi camino. Me sorprende tanto imbécil aspirando a cargo público...