miércoles, noviembre 19, 2008

Novedades de la sinrazón

La decisión de Encinas de renunciar a la secretaría general del PRD ha despertado reacciones interesantes. Ayer, Baluanzarán, el secretario de formación política del PRD, dijo con voz grave, seria, de acólito que ya se sueña obispo, que muy probablemente AMLO no dio permiso a Encinas para asumir el cargo. En su opinión, lo mejor hubiese sido que la aceptase. Lo mismo piensa, curiosamente, Dolores Padierna, que durante el conflicto electoral interno del partido, acusó a Belaunzarán de golpeador y vendido. Hoy ambos coinciden.

Es una maravilla esto de la política.

Tan lo es que integrantes de la corriente Izquierda Social no ven lo mismo: para Roberto López lo mejor hubiese sido que Encinas aceptara el cargo, mientras que Batres consideró correcto que no lo hiciera. Al final, el secretario de desarrollo social del gobierno capitalino cometió una pifia que lo exhibe a plenitud. Según La Jornada, afirmó que “El partido no lo hace el presidente ni el secretario, sino los simpatizantes, y el fallo del tribunal electoral sólo se refiere a esos cargos. Por fortuna, los magistrados no pueden influir más, pero desafortunadamente metieron la mano.” (Subrayado personal). ¿Qué tal? ¡Vivan los simpatizantes!, ¡adiós los militantes!

Que lo diga un destacado dirigente del PRD pone de manifiesto una triste realidad de ese partido: allí los que salen sobrando son sus militantes. Da lo mismo quién lo dirija como presidente o como secretario general. La decisión no les compete a sus integrantes sino a los externos: al TRIFE en un caso, a los simpatizantes en el otro.

No se ve cómo pueda el nuevo movimiento de Encinas rescatar al PRD, en primer lugar, porque según su decir, el problema es que una bola de malosos se enquistaron en la burocracia del partido (ergo: el partido ha de tener su burocracia, pero no contaminada por malosos), y en segundo, porque en el fondo, aunque sin ruptura, ni sus mismos dirigentes creen en ese partido que, por definición, debería estar formado por sus militantes antes que por sus inestables simpatizantes. Esto de ver en la propia fuerza pura carne de cañón es justamente la visión que puede ofrecer una burocracia.

Te digo, es una maravilla esto de la política.

martes, noviembre 18, 2008

Sin respuesta

No tengo respuesta. O mejor dicho, la tengo pero no suele agradar. Cuando me preguntan ese tipo de cosas lo que en realidad solicitan son puntos programáticos de acción, partiendo del supuesto de que dichas acciones deben ser de “envergadura”, “masivas” y “notorias”. Para eso no tengo respuesta. Yo hago lo que me parece necesario hacer. Que este hacer no incide en las cimas de la política ni en reflectores es otra cosa. Para quienes como tú eso exigen, yo no puedo ser interlocutor. Soy, como me dice mi tío, un renegado de la política, o en otras palabras, una promesa frustrada, como me lo repito yo ante el espejo. Un amigo dice no entender por qué no soy diputado; otra conocida suele espetarme que no comprende cómo es que me gusta derrochar inteligencia en lugares que no trascienden. ¿Qué te puedo decir? Los afanes de trascendencia no forman parte de mi equipaje.

He decidido compartirte una reflexión sobre lo que me preguntas. No pretendo agradarte ni convencerte, pero cruel se me hace dejarte el silencio como respuesta. Además escribo esto al vuelo del águila. Tiene seguramente contradicciones y lagunas, pero esto es lo único que puedo hacer, decir para que diciendo otros digan. Ya veremos qué sale. Tómalo como lo que es: un simple borrador que con el tiempo se llena de tachones, reestructuraciones parciales o completas…

Hace tiempo, Adolfo Gilly decía que había que empezar de nuevo. Yo creo que sí. Hay que comenzar de nuevo. Tengo la impresión de que la izquierda, si no quiere perecer en el simulacro de sí misma, ha de empezar de nuevo. El problema, obviamente, es por dónde empezar. Yo tengo la impresión que un buen punto de partida es rescatar el concepto mismo de izquierda; sacudirle todos los lastres, todos los fangos, todas las tergiversaciones que padece. Hay que hacerlo no sólo para combatir a la derecha, sino para evitar que los simulacros de izquierda la entierren en beneficio del capital.

Me desconcierta tantas adjetivaciones que se le cuelgan a la izquierda, y no sólo por sus adversarios, sino por los que dicen representarla: izquierda social, izquierda humanista, izquierda moderna, izquierda responsable, izquierda negociadora, izquierda conciliadora, izquierda radical, etcétera. Creo que todo esto es lo que en primera instancia hay que esclarecer.

Para ser tal, la izquierda es moderna. No puede no serlo; nació con la modernidad, es su producto, su hija. Pero hay que tener cuidado: es moderna en tanto que entiende los alcances de la revolución de las fuerzas productivas; no porque sea complaciente con el status quo propuesto por el capital. Es moderna porque sabe que las condiciones del sistema capitalista no son el fin de la historia. Es moderna porque exige más, mucho más, de lo que el capital está dispuesto a dar aunque tenga las posibilidades de dar más. Es moderna porque comprende que “exigir más” es, a fin de cuentas, superar al capital mismo, particularmente en todo lo que de aberrante, injusto y destructivo tiene.

La izquierda es, por definición, social. Entiende los riesgos y lo avieso que significa reducir lo social al status de mercancía. Está alerta y se esfuerza por no sucumbir ante los cantos de cisne teóricos que, por un lado, oponen individuo y sociedad, y por el otro, que parten del supuesto de “la mano oculta del mercado”. Lo suyo es una mejor sociedad; no la administración de sucedáneos eficaces para soportar la explotación. Para la izquierda, en un sistema de explotación, no hay armonía posible. Sabe que la explotación genera dos tipos de grupos sociales: lo que se benefician de ello y los que, con su trabajo, sostienen el beneficio de aquellos. La contradicción es insoslayable, no tiene punto de mediación que no sea una mera ficción. La izquierda lo sabe. La izquierda sabe que pese a todo lo dicho hasta hoy, sigue existiendo, acendrada, la división en clases sociales. Si es social es porque la izquierda piensa en un sistema en donde la explotación desaparezca, y por tanto, la sociedad se modifique a tal extremo que sea mejor para todos sus integrantes. En ello no hay negociación posible.

Ella es humanista. La izquierda piensa, tematiza, y lleva a su concreción los proyectos del humanismo. La izquierda no subsume el valor de uso al valor de cambio, y por tanto, hace de la dimensión humana, de la producción y el goce humanos, una plenitud que libera al hombre de la alienación al que lo somete el capital. Es humanista porque su lucha se dirige contra la escisión que en el capitalismo aparece como natural y evidente. La izquierda lucha por un humano completo, no escindido. No lo añora, porque en verdad nunca ha existido este hombre. La izquierda, con su crítica al capitalismo, lo ha inventado teóricamente; resta crearlo objetivamente.

Por eso, la izquierda es responsable. Es responsable para con el humano mismo. Para ella su deber es su razón de ser. Su coherencia reside precisamente en eso: en que está del lado de lo humano, de lo social, no del capital ni de la explotación. Lo suyo es la liberación y la igualdad, no la explotación ni desigualdad ni lo corporativo. Lo suyo es la radicalidad en cuanto a lo humano, no la mediocridad en cuanto al capital. Porque hasta en eso la izquierda se distingue de los que, convencidos de la necesidad de eliminar todas las contradicciones al menos en el imaginario, prefieren la moderación de la explotación, la moderación de la desigualdad, la moderación de la mercantilización de lo humano, la moderación del capitalismo, pero no su desaparición. Quienes proceden así, son mediocres hasta como capitalistas, hasta como sombras de la derecha. La vocación de la izquierda no es conciliar la contradicción, sino superarla. De eso se trata. Nada de esto es negociable. Es como la vida: se impone sobre la muerte, pero no hay negociación posible entre una y otra; no se puede estar “medio” vivo ni “medio” muerto.

Lo demás es pura condescendencia con el capital y con la derecha. Ser de izquierda supone todo esto y más. Es un modo de ser, es una forma de ver el mundo, es una militancia. Es ser un soldado de una guerra que existe pero que se niega. Es saber que se tiene adversarios inteligentes, coherentes, cabrones. Es amarrarse al mástil de la nave ante sus cantos, pero escucharlos, analizarlos, vencerlos. Es no tener pena por saber que en esta lucha han de existir los derrotados. Pero sobre todo, es saber que cada uno de nosotros, en el momento cotidiano, sufre y padece derrotas una y otra vez. Es mirarse y saberse no sólo tentado, sino incluso en más de una ocasión, incorporado por el capital. Es, por tanto, purificarse a uno mismo en un proceder estratégico que permita, a su vez, ir derrotando cotidianamente esa parte de nosotros mismos.

Ya.

viernes, noviembre 14, 2008

Mafia, mafia, siempre mafia

Con respecto a la decisión del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, afirma López Orador: “voy a decir por ahora una sola cosa: ese tribunal electoral está controlado por la mafia de la política. Eso es lo único que voy a decir”. La declaración, con todo lo cierta que pueda ser, suena a berrinche, a enojo, a molestia. Lo que AMLO tendría que explicar es por qué una decisión justa tendría, necesariamente, que favorecer a Encinas. Porque el problema es que precisamente por el tono de su declaración, pareciera que justicia es equivalente a la venia del susodicho. Lo cual es lo que supone se halla en el fondo de aquella mafia que tanto combate: que toman decisiones acorde con su voluntad e interés particular.

Pero si esto es así, y si la raíz de una mafia está en tomar decisiones sin otra consideración que el interés particular, entonces habría que convenir que tanto en el “no” como la “oposición” también hay mafias. Y que AMLO es el capo de una de ellas. Pareciese que la oposición, real y verdadera, únicamente se halla de su lado, y que aquellas que dicen serlo pero que marcan distancia de sus planteamientos, tan sólo son comparsas de la “mafia de la política”.

Con esto no quiero decir que Nueva Izquierda, encabezada por los chuchos, sean oposición alguna. El pragmatismo e instinto acomodaticio de esta corriente perredista son proverbiales. Echaron mano a todo para quedarse con el partido. Actuaron efectivamente como una mafia, cuyo proceder, hay que decirlo, tampoco está ausente en las filas lopezobradoristas. Son en buena medida una pésima calca de la derecha. En el fondo, lo que sucede al interior del PRD puede ser visto como una disputa de mafias en torno a un tema redituable (por incorporable y económicamente compensatorio): la oposición.

Queda por ver si efectivamente AMLO fundará su nuevo partido. La reaparición de Bejarano con su movimiento nacional por la esperanza es un indicio claro, aunque es un pésimo augurio de las bases con las que contará el nuevo partido. Ciertamente en todas las corrientes, como en todos los partidos políticos, hay gente que importa, luchadora, honesta, convencida. Sin embargo, esas personas, no son regla ni toman decisiones dentro de las mafias de cualquier índole. Al contrario, languidecen en la terrible decisión de tener optar, siempre, por lo menos “pior”.

jueves, noviembre 06, 2008

Avionazo

Lo que me asombra, en verdad, es la reacción de la gente con que me he topado. Por todos lados especulaciones. Por todos lados la fuerte tentación de vincular lo sucedido con un atentado del narcotráfico. Me parece sintomático que sea la gente la que enarbola estas especulaciones. Es ella, la gente, y no el gobierno, la que elabora una interpretación del suceso que, a fin de cuentas, facilita la profundización de un régimen autoritario y policiaco. Quiero decir: nada impide que esta especulación se vuelva "realidad" y enarbolándola el gobierno ahonde un proceso de vigilancia y represión sin reparo alguno contra todo "sospechoso". ¿No habremos perdido ya?

Sea como fuere, el hecho de atribuir el avionetazo a un atentado del narco es, al mismo tiempo, otorgarle a la lucha contra el narco que emprendió el gobierno federal una relevancia que previo al accidente muchos se negaban a aceptar. Todo parecía indicar que esta supuesta lucha en verdad significaba simplemente un reacomodo de alianzas y fuerzas dentro del gobierno y los cárteles de la droga. Sin embargo, ahora, ante la especulación del avionetazo, esa lucha adquiere ya tintes titánicos, y le otorga una legitimidad de la que carecía en la generalidad de la opinión pública.

De aquí que tanto Mouriño como Santiago Vasconcelos se hayan convertido, en virtud de la especulación del avionetazo, en héroes nacionales de una lucha que en no pocas ocasiones el gobierno federal ha definido como una "guerra". Ahora México tiene sus héroes de guerra, y la especulación resulta significativa porque es la gente la que parece ansiar tales héroes.

Por otro lado, hasta ahora, el narcotráfico mexicano parece vivir todavía en una lógica pedestre. Sus atentados están encaminados a producir miedo, como sucedió en Morelia. Y cuando lo hacen, no parecen tener mucha técnica ni haber desarrollado estrategias muy elaboradas para realizarlos. Desde la perspectiva del atentado, el asunto del avionetazo requirió una elaboración muy complicada: tener acceso a la agenda de los funcionarios, tener itinerarios de vuelo, tener acceso a la avioneta para sabotearla (puesto que como lo dijo Granados Chapa, de haberse presentado un estallido en el aire los cuerpos y el fuselaje mismo del avión se habrían dispersado), etcétera. En cualquier caso, un atentado de esta índole, en caso de haber existido, me parece que trasciende al narco mismo. Habría entonces que buscar en otro lado. Lo cual en el fondo sería mucho más delicado.

Queda, por supuesto, el último camino. El del accidente. Lo cual no suena tan descabellado. Después de todo, en esta administración, si mal no recuerdo, se han dado tres accidentes parecidos. Es probable que tenga que ver con el tipo de adquisiciones que hace este gobierno. Cosa de ver, porque en realidad nada se sabe.