martes, diciembre 25, 2007

Sigmund Freud. Frases. Pusilanimidad

Haríamos bien en recordarlo:

"... no me gusta ceder a la pusilanimidad. Nunca se sabe a dónde puede llevarle a uno tal camino; se empieza por ceder en las palabras y se acaba a veces por ceder en las cosas".

Psicología de las masas

lunes, diciembre 10, 2007

Pintas urbanas

En un camión de redilas:

"No te preocupes a dónde vas que morirás donde debes"

En una barda:

"No es necesario morir para estar muerto".

Fastidio

Es un fastidio esto de la inexistencia evidente, pero no hay de otra. Nuestro silencio no quiere decir que seamos tan parcos con nosotros mismos; que no me escuches no significa que sea silente para mí mismo. Yo me escucho y escucho la de cosas que te digo a ti sin que me prestes atención. No creas que tengo demasiada fe en que tú hagas lo mismo. Yo creo que te dices cosas en las que yo no estoy incluido. Pero en mi decir estás aunque ese yo exterior se resista a siquiera enlazar las sílabas de tu nombre. Este que sí existe de manera evidente también es un fastidio. Su voluntad es prodigiosa y arrinconó tu ser a un espacio tan oscuro que mi decir apenas dibuja tu silueta en desvanecimiento. Yo soy el explorador de los tiraderos de la vida luminosa, de esa que sí se ve. Y aquí encuentro los rastros y restos de ti. Si me escucharas seguramente pensarías que estoy mal, que no entiendes este monólogo absurdo, pero es que probablemente no te has dado cuenta de lo evidente, que también es un fastidio: soy un fantasma de palabra fantasmagórica hablándole a otro fantasma que se desvanece con celeridad.

lunes, diciembre 03, 2007

De negro: sumarse a la marcha

Entre eclesiásticos pederastas, pederastas civiles, y ministros que de la justicia retoman la balanza de pagos, justo es vivir de negro, marchar de negro, tener humor negro. Pederastas de un lado, pederastas del otro, y en el centro, los signos de pesos. La justicia mexicana es efectivamente ciega: pero a su propia razón de ser, y con ojo claro sobre lo que en verdad le interesa. Por eso, a marchar el domingo 16 de diciembre, todos de negro, el señal de luto por lo sucedido con Lydia Cacho.
Isaac

lunes, noviembre 26, 2007

viernes, noviembre 23, 2007

2. Alain Finkielkraut. Frases


"Así pues, la barbarie ha acabado por apoderarse de la cultura. A la sombra de esa gran palabra, crece la intolerancia, al mismo tiempo que el infantilismo. Cuando no es la identidad cultural la que encierra al individuo en su ámbito cultural y, bajo pena de alta taición, le rechaza el acceso a la duda, a la ironía, a la razón –a todo lo que podría sustraerle de la matriz colectiva–, es la industria del ocio, esa creación de la era técnica que reduce a pacotilla las obras del espíritu (o, como se dice en América, de entertainment). Y la vida guiada por el pensamiento cede suavamente su lugar al terrible y ridículo cara a cara del fanático y del zombie".

sábado, noviembre 17, 2007

1. Giovanni Papini. Frases

"...y todos los locos, todos los idealistas, todos los héroes, todos los mártires del mundo, deben maldecir, bajo el nombre de Sansón Carrasco, a aquellos que, contra los vuelos del sueño y del genio, levantan las barreras de la prudencia".


"Los libros más profundos y a la vez más populares son los de viaje [...] Porque todo gran libro es un tímido anticipo del juicio final, y, para juzgar a todas las clases de hombres, no hay mejor forma que el viaje. Viaje: diversidad, posibilidad. Mil veces se ha representado al hombre como peregrino; un peregrino que tiene la culpa por alforjas y la muerte por meta".



Don Quijote "Había reflexionado en la soledad, y, por fin, los había conocido [a los hombres]: como todos los que saben, por último, de qué especie de semejantes estamos rodeados, no le quedó otra elección que odiarlos o divertirse a su costa. Prefirió, héroe flaco, reír y burlarse. E imaginó ser caballero para que los demás, creyendo que se reían de él, le sirvieran de diversión; su ficción fue su venganza sobre la vida. Venganza conseguida porque ha permanecido oculta hasta nosotros. Pero Don Quijote había nacido para ser hemano mío hasta lo último; primero, según la letra; ahora, según el espíritu. Él y no nos entendemos".



Sobre Don Quijote (1916) en el libro Retratos

viernes, noviembre 16, 2007

El escritor y la palabra

La película, comercial e intrascendente, le provoca algunas lágrimas. Quien lo conoce sabe que no se trata de la película, sino de esa profunda y dolorosa tristeza que en su interior nace y se esparce por todos lados de su cuerpo, hasta que en ocasiones llega a sus ojos cual tsunami. La soledad es ese mar que en su interior se agita. Quizá por eso vive agradecido cuando alguien decide acercarse para con su sola presencia tranquilizar ese mar. Cuando nadie hay, escribe. Lo que ojos ávidos leen no es otra cosa que esas profundidades dolientes que le exigen una sensibilidad tan acendrada que una trivial película le hace derramar algunas lágrimas. Pero de eso casi nadie sabe. Para la mayoría, él tan sólo es palabra excelsa. Y la excelsitud que otros celebran es la dimensión misma de lo que ignoran. Ni siquiera cuando el escritor se ahogue hallarán el motivo real por el que tanto celebran sus palabras.

jueves, octubre 18, 2007

Agradecimiento a Vicente Fox

Señor Vicente Fox:

Quiero extenderle una muy sincera felicitación por su preclaro proceder ante un periodista impertinente. Se lo agradezco de corazón, porque usted, cual mejor galgo, siempre va más allá de las metas que su propio actuar impone.

Durante seis años pensé que su talento demagógico, verdadero arte “chesperitiano”, era lo más acabado que usted podía ofrecer. Sin embargo, usted, como siempre, me ha pillado en mi conformismo; siempre hay que esperar más. Y es que yo pensé, mi estimado émulo masculino de la chilindrina, que usted era adicto a las cabales formas del diálogo “chespiritiano” porque hallaba en ellas una cualidad insuperable para no comprometerse seriamente con lo que le resultara inconveniente. Pero usted, ahora, me demuestra con creces que la estulticia es una de sus virtudes centrales (porque en efecto, sólo con usted un defecto puede elevarse en rigor a rango de virtud).

No crea usted, mi estimado de apellido de cadena televisiva, que me da por ofenderlo; no, lejos de mí esa intención. Al contrario, lo veo a usted como una inigualable oportunidad de estudiar un nuevo espécimen social, improductivo a todas luces, como son los gerentes; ignaro, como son los de su estatus; y fascinantemente estulto. Santo y seña, por lo visto, del nuevo animal político mexicano, en el que al parecer impera la primera parte de la fórmula sobre la segunda y, lo que es más sorprendente, gana votos.

En fin mi estimado ex, mi nunca bien ponderado y sublime “chesperitiano”, le reitero mi agradecimiento. ¿Qué infortunio de la vida nos privaría de sus extraordinarias ocurrencias?

Isaac García Venegas

martes, octubre 16, 2007

Pelota (respuesta)

Me preguntas sobre la pelota. Me temo que mi respuesta no tiene otro origen que la experiencia personal. Una pelota es la figura geométrica perfecta, de fuertes reminiscencias platónicas. Es más perfecta que la tierra, que se sabe no es una esfera, pero al igual que ella un mundo en tanto que distracción e instrumento de juego. Con una pelota se aprende a caminar y a correr, es decir, se aprende que todo tiene un ritmo. Con ella también se aprende a ser en equipo, quiero decir, que la posición individual resulta relevante cuando se halla inserta en una colectividad. Es compañera indispensable de otra lección fundamental de vida: la alegría de la victoria, pero sobre todo, la asimilación de la derrota, que no es otra cosa que forjar la personalidad en la adversidad. La pelota merece un monumento.

lunes, octubre 15, 2007

Cadalso

¿No te cansa? Me refiero a esa manía de vivir como juez, repartiendo culpas y exoneraciones a diestra y siniestra. Tu balanza de justicia es tu exiguo sentido común. La estrechez de tu universo no da para mucho. Esa rapidez con que juzgas me parece simplemente el reconocimiento inmediato de los tropiezos que tienes para comprender y explicar. Tu atalaya es una ilusión; la “pureza” de tus juicios, simples coronas de tu ignorancia. ¿No te cansa? Vivir como juez no lleva a ningún otro lado que no sea al cadalso. Y créeme, no sólo posibilita llevar allí a los otros.

domingo, octubre 14, 2007

Sin mano

...sin cabeza, sin pies, sin sentido. Porque esto de la estatua en Boca del Río, Veracruz, es una muestra evidente de la ausencia de cualquier razonamiento posible. No sólo resulta de suyo evidente que el acto, a estas alturas ya obstinado, del alcalde Francisco Gutiérrez, es oportunista a más no poder, con esa inocultable lógica de congraciarse con quien poder ostenta (aunque quien sabe si lo tenga en verdad, por más que el de apellido de canal de televisión insista en llamarse a sí mismo "presidente"). También demuestra cuán anclada se halla nuestra clase política a un proceder que no es exclusivo de los priistas. "Agradecer" el hacer de un gobierno es poner de relieve, por un lado, lo "excepcional" de ese hacer, y por el otro, reconocer la "discrecionalidad" de ese hacer. La única diferencia entre los tlatoanis de antaño y los de hoy, es que ahora ostentan títulos de gerentes (antes eran de licenciados).

martes, octubre 09, 2007

Cabalístico

Hoy 9 de octubre, John Lennon cumpliría 67 años de no haber sido asesinado en 1980. Este número, el 67, habría que llenarlo de significados cabalísticos, al menos por hoy. El 9 de octubre de 1967 fue asesinado Ernesto Che Guevara. Entre el Che y Lennon hay un puente bajo el cual numerosas utopías se cobijan aún. Vida y muerte, dos asesinatos, un 9 y múltiples esperanzas hechas música y balas. Futuros y sueños mejores. Sea pues día de utopías.

miércoles, septiembre 12, 2007

Libertad de expresión

En lo personal estoy fascinado: ayer los adalides de la “libertad de expresión” se confrontaron con eso que ellos llaman “partidocracia”. Una “partidocracia” con la que, por cierto, estuvieron de acuerdo hasta el día de ayer, dado que ofrecía abundantes ganancias para estos quijotillos que, como todo mundo puede constatar, hacen un uso “extraordinario” de la libertad de expresión (La participación de Paty Chapoy fue luminosa: su “temor” por no poder calificar a un gobernador de “guapo” es el tope máximo de esa capacidad crítica que tanto defiende López Dóriga).

Sin embargo, no hay mala voluntad en estos adalides de las buenas y justas causas; su aparente confusión entre “libertad de expresión” y “ganancias” es en realidad el eje central de su decir, de su pensar, de su actuar: a mayor ganancia, mayor libertad de expresión. Precisamente por eso les parece natural el monopolio de los medios de comunicación masiva, porque el valor agregado de las empresas monopólicas ofrece, según ellos, un valor agregadísimo, cercano a la sabiduría, a su libertad de expresión.

El espectáculo de ayer fue extraordinario. Al menos a la supuesta “democracia” que vivimos hay que agradecerle algo fundamental: el espectáculo sin tapujos de la lógica capitalista.

martes, septiembre 11, 2007

Informe (respuesta tardía)

Partamos de un hecho concreto: lo que ha sucedido en México después de la revolución es una teatralización de un mandato constitucional. El presidente asiste al Congreso con el fin de presenciar la inauguración del periodo ordinario de sesiones del poder legislativo y, además, entregar un informe sobre el “estado que guarda la nación”. Como no hay teatralización sin libreto, se aprovecha la ocasión para ofrecer un mensaje de carácter político que lejos de “informar”, posiciona y casi siempre defiende al ejecutivo de ataques y dudas que su gestión provoca.

Ningún mensaje político de esta índole puede ser analizando pretendiendo hallar veracidad. En realidad, lo único que nos es posible hacer es “leerlo” tal cual es: una pieza, a veces magistral, de propaganda. Y la propaganda, como tal, enarbola “su verdad” sin que ello exija los criterios que supone un “informe”: la valoración de avances, retrocesos, aciertos, incertidumbres y francos equívocos. Por eso, los mensajes políticos ofrecidos con motivo del “informe” son siempre tan claridosos evidentemente en cuanto a la fantasía gubernamental, o para ser más preciso, referidos a la interpretación gubernamental de la realidad que gusta ver.

En cuanto al informe, resulta muy difícil evaluarlo para la mayoría de los ciudadanos. En primer lugar, porque nos resulta prácticamente inaccesible. En segundo, porque su lenguaje esotérico requiere un cierto grado de especialización que no es asequible para la mayoría de los mortales. En tercero, porque sus datos están inmersos en una “interpretación” propia del ejecutivo que para desmontarla requiere un largo y paciente trabajo que la ciudadanía en general no está dispuesta a hacer. Y en cuarto lugar, porque la comprobación misma de los datos duros enfrenta una serie de dificultades en tanto que son proporcionados por instituciones oficiales.

Sin embargo, el mensaje político no resulta inútil. En tanto que interpretación de la realidad parte de una serie de supuestos que sin duda resultan significativamente reveladores y que, leídos adecuadamente, iluminan precisamente aquello que el mensaje político intenta ocultar con maquillaje supuestamente fáctico.

El mensaje de FCH llama poderosamente la atención por su tono salvífico. En efecto, se trata de un decir que de manera persistente alude a un salvador que no ofrece los cielos sino que anuncia ya su cercanía. Lo interesante es que este camino de pirules y certezas está siendo desbrozado, primero, por un valeroso ejército que lucha contra el “mal” con tal de que el “pueblo” de México lo camine con la tranquilidad propia de una vida civilizada que, como lo han demostrado los cinco siglos pasados, para nada incluye pobreza ni violencia. Y después, que este camino es el escogido por un mesías real, mezcla de educación formal, inspiración católica, y compromiso moral del susodicho con dos entidades tan inasibles como el viento: Dios y la Nación.

Así pues, el mensaje político de FCH es en realidad el nuevo sermón que disfrazado de civil alude a las realidades intangibles de un reino no sólo prometido, sino muy pero muy cercano. Es el reino del muy muy cercano. Sin Shrek por supuesto.

miércoles, agosto 29, 2007

Políticos Maruchan

Viejas consignas: los nuevos tiempos exigen nuevas definiciones. Tomando al pie de la letra estos reiterados decires en corrillos políticos, habría que considerarlos seriamente y acuñar un nuevo concepto que defina a nuestros políticos. Estas líneas son un intento y una propuesta.

Hubo un tiempo en que a los políticos se les acusó de ser dinosaurios: su permanencia en el escenario político se perdía en los remotos orígenes de los tiempos. Curiosamente, el concepto servía para calificar a los políticos del régimen pero no a los que en escenarios propios de la “oposición” llevaban largos años monopolizando sus espacios. Hoy los “dinos” parecen haberse extinguido producto de la vida y la “incipiente” democracia que vivimos. Su muerte ha despejado el camino para la aparición del político de nuevo tipo, que no obstante parece vieja consigna.

Se trata de un político cuya característica principal es ser “instantáneo”. Lo es no sólo por comparación con la longeva vida de los “dinos”, sino porque le basta organizar festivales, juntar unas cuantas sillas, crear una pequeña red de “amigos” basada por lo general en el clientelismo de viejo y nuevo cuño, para reivindicar la necesidad de ocupar un espacio para “representar” a sus “interesados”.

Comparte con sus predecesores una sólida ignorancia que, a su juicio, es involuntaria y hasta cierto punto bien intencionada, puesto que las exhaustivas tareas de organización le impiden no digamos ya estudiar, sino leer algo más que los periódicos afines al partido de su interés. No es capaz de quemar libros al estilo de los fascistas (sabe que precisa de guardar las formas), pero gusta de encasillarlos y amontonarlos lejos de la palestra del debate político. La eficacia de su analfabetismo funcional es tal que no encuentra la ventaja de gastar preciosas horas frente a hojas llenas de símbolos.

En suma, está convencido de que la política no es un asunto de estudio, sino de “intuición”. Su negativa a profesionalizar la política, correcta en más de un sentido, es la otra cara de la afirmación de una peculiar virtud innata: se es “animal político” o no se es. Pero la “animalidad política” que reivindica no es la aristotélica, sino la de la praxis informal en los espacios de la política formal. La contradicción, aunque obvia, le pasa inadvertida: lo que niega es la “profesionalización política” que le excluye, pero defiende la “animalidad política” que le permite excluir a los que, según su leal juicio, carecen de ella. Sea cual fuere la vía, la profesionalización o la virtud innata, la política es su habitat y consta de ciertas parcelas exclusivas a las que no todos tienen acceso.

Le preocupa la contaminación, pero menos por motivos ecológicos que por conveniente “memoria histórica”: no quiere que le pase como a los dinosaurios. Para evitar la posibilidad de su extinción, prefiere acotar perfectamente sus parcelas (de feraz retribución económica), y exige a quienes desean entrar a “su mundo” una serie de actitudes “políticamente correctas” acorde con los nuevos tiempos democráticos.

Básicamente, ha llevado la maestría del disfraz a alturas nunca antes vistas: al servilismo hoy lo llama servicio; sabe que es el nuevo modo de moldear a los neófitos para que no sean un riesgo para el habitat que les da sustento y prestigio.
El nuevo servicio contiene los mismos elementos que antaño sólo que con nuevo atuendo: a la actitud sumisa, que por definición resulta acrítica, le llama “formación”; a la creación de un espectro ideal deseable para el neófito no le llama teatralización, sino “representación” de una vida mejor; a la codicia hoy le llama “retribución”; al fracaso lo sublima como “aprendizaje”; el corporativismo lo trasmuta en “cuatitud”; y a la connivencia le llama trabajo en equipo. Pero sobre todo, a la “putería” de antaño hoy la asume como “liberación” y “ejercicio volutario” del cuerpo cuya finalidad no es “escalar” sino “compartir”.

Sus decisiones, más reacciones que acciones (las primeras suponen más pasión que inteligencia, más fe que convicción), poseen el halo de la calentura. Si antes se mataba “en caliente” para saldar disputas, ahora se responde “en caliente” a cualquier circunstancia respetando la “calentura” de los demás. Lo peculiar es que el punto de ebullición no culmina un largo proceso de “cocina”, sino que acaba por ablandar la lógica insípida con la que se conducen. Una lógica hecha de conceptos vacuos que en otros ámbitos se acuñaron para explicar la complejidad de la vida social. Así, lo multi, lo relativo, lo diverso, son en su decir simplemente muletillas para justificar su posición privilegiada en estos nuevos mundos democráticos en los que, por arte de magia y gracias a su miopía, desaparece el mercado capitalista.

Así es pues el político maruchan: instantáneo, caliente e insípido.

(Publicado originalmente en el blog Con los pies en el fango el 17 de julio de 2007)
Isaac García Venegas

domingo, agosto 26, 2007

Dedología

Me sorprende encontrar de nueva cuenta el uso de ciertas expresiones de las manos para denotar estados de ánimo. Si antes era extraño hallar el uso del dedo pulgar hacia arriba en lugares que no fueran hangares o donde la comunicación a señas era indispensable, hoy este uso se extiende de manera natural. Lo he visto en EU y aquí en México. El caso me resulta curioso.

Cielo e infiernos
El dedo pulgar hacia arriba o hacia abajo definía vida o muerte. La seña, quizá trivializada por todas las historias que nos han contado sobre Nerón, particularmente en celuloide, muy probable implicaba algo más. Arriba y abajo son dos referentes culturales casi universales. Por eso no es extraño que la seña que otorgaba vida o que hoy designa algo “correcto”, apunte hacia arriba. Tampoco lo es que el signo de muerte apunte hacia abajo, hacia la tierra, hacia los infiernos, cualquiera que sea su designación particular. Época de dioses y demonios, cielos e infiernos, se traslada serpenteando por los tiempos, para llegar, truncada, como mero designio de que algo está bien.

Autoritarismo y rumbo
El dedo índice, en cambio, no aprueba ni desaprueba. Al señalar acusa; es propio del emperador o del juez que cree en la infalibilidad de su propia opinión. Por eso no deja de sorprender que aún se utilice en el salón de clase para otorgar la palabra. Símbolo del orden, resulta en cierto modo instrumento del autoritarismo. Pero no sólo. Señalando también sugiere derrotero o anuncia sorpresa. Lo primero es simplemente una modalidad de autoridad; lo segundo, en cambio, apunta al desconcierto. La paradoja es evidente: el índice señalando lo mismo presume de autoridad que de falta de ella.

Pergeñar la democracia
Mas el dedo índice cumple otra función cuando no señala sino hacia los cielos. Agitado, enfatizando el gesto mismo, hay quien hace uso del dedo índice señalando hacia arriba símbolo de adoctrinamiento. Enfatizar lo que se dice con este gesto parece ser un sustituto de la vara que antes fungía como amenaza para quien no aprendía. Blandir la vara y agitar el dedo son transformaciones de un mismo gesto. En cambio, el dedo sin agitar, con brazo estirado, es quizá el símbolo más concreto del proceso democratizador: no sólo es pedir la palabra a una autoridad que la otorga, sino es el reconocimiento mismo de la posibilidad de usar la palabra, y en ese sentido, reafirmar la presencia misma de uno en el mundo. Significativo resulta que sea también señalando al cielo como se procede: tal pareciese que la democracia se asocia con los cielos. ¿Será?

Isaac García Venegas

viernes, agosto 24, 2007

Argüende (Presentación y comentario)

Presentación
Raquel Serur Smeke es para todo fin práctico doctora en todo: en investigación, en docencia, en vida. Lo suyo son las letras, y no sólo las inglesas, como lo demuestra su investigación en curso sobre “La regenta” de Leopoldo Alas Clarín. Sus pasos la han llevado del nuevo al viejo mundo y de regreso. Su decir, que a mí me gusta mucho, ha alcanzado oídos en el norte, particularmente en el Centro Fernand Braudel de la Universidad de Nueva York, donde fue investigadora invitada, y obviamente en el sur. Su palabra, siempre precisa y correcta, ha llenado numerosas páginas de artículos y capítulos que ávidos ojos escudriñan. Sus ideas han contribuido a proyectos tan importantes como la revista Debate Feminista; el Sistema Universidad Abierta de esta facultad, que tanto le debe a su empeño; y este mismo seminario de la modernidad que ha visto gracias a sus esfuerzos compartidos con Ignacio Díaz de la Serna, la realización de este Coloquio “La americanización de la modernidad”.

Comentario
Argüende

En la inauguración de este coloquio, hace dos días, se habló de las “co-madres”, en referencia al diálogo necesario y fructífero entre las ciencias “duras” y las “humanidades”. Ayer esta idea se reiteró en la facultad de Ciencias, sede por un día de este Coloquio. Podría decirse, para no perder el tono “juguetón”, que el argüende ha resultado interesante: riguroso, sabrosamente reflexivo, tenso a veces, y por fortuna hilarante en otras.

En lo personal, me parece una coincidencia afortunada que en su intervención Raquel se haya ocupado de un escritor que en su formación conjuga, precisamente, estas dos “formas” de ver el mundo en apariencia incompatibles: las matemáticas y la literatura, la programación y la escritura. Y digo en “apariencia” porque tanto la obra de Coetzee como la realización misma de este coloquio, echan por tierra superficialidades y apariencias.

Pero en el caso concreto de Coetzee, el “argüende” resultante de este diálogo interno de “co-madres” es, como aquí se ha señalado, dolorosamente nítido, y por supuesto, incómodo (tan lo es que, nos cuenta Raquel, Coetzee padece en su tierra aquel “ninguneo” del que hablaba Octavio Paz como dinámica de nuestro mundo intelectual). Nitidez, por cierto, que también Raquel nos ha obsequiado en el análisis de dos de las obras de Coetzee.

“No soy –declaró Coetzee en alguna ocasión– un heraldo de mi comunidad ni nada parecido. Tan sólo soy alguien que vislumbra la libertad (como cualquier prisionero lo hace) y construye representaciones de personas que sacuden sus cadenas y voltean su cara hacia la luz”. Sin embargo, no cualquier persona proviene de una realidad tan terrible como el apartheid sudafricano; ni tampoco cualquiera, particularmente si es blanco, la padece con tan dolorosa claridad; ni mucho menos cualquiera hace un uso tan espléndido de la lengua para iluminar su profunda injusticia. La tentación de ver un heraldo en quien posee estas características es muy fuerte, y se acrecenta cuando temas como los de la frontera entre la civilización y la barbarie; la abominable institucionalización de un sistema que concibe la separación y la jerarquía racial como naturales; y el futuro posible ante la desaparición de esos ignominiosos referentes, se aluden de manera directa o indirecta en sus obras.

Pero Raquel no sucumbe a esta tentación. No lo enarbola como la “voz de la liberación” ni tampoco lo sugiere como el escritor “llamado” a transformar la realidad de su país siendo electo presidente por la Asamblea Nacional y el Consejo Nacional de Provincias de Sudáfrica. Efectivamente, convertir a Coetzee en “heraldo de su comunidad” sería despojarlo de esa “universalidad” que Raquel le encuentra, de “minimizar” la voz magistral de quien ha vivido y vive un mundo aberrante.

Me parece que Raquel Serur tiene razón al encontrar la clave de la “universalidad” de la literatura de Coetzee en la expansión del capitalismo que, hoy por hoy, lleva la huella indeleble del “modo americano” y su irremediable dinámica, cuya lógica parece cada vez más cierta: la erección de una última frontera entre los “humanos”, claramente reconocibles por el “aura” que les otorga su “éxito económico” , y los “subhumanos” o “no humanos” que, por no ser los elegidos, merecen estar del otro lado, del lado en que se asmilan a naturaleza explotable. O como lo declaró hace algún tiempo el ejecutivo de Sun Microsystems, John Gage: dentro de muy poco el dilema será “To have lunch or to be lunch”, es decir, la frontera entre “comer o ser comido”. Esta abominación no es, por desgracia, ficción, sino programa.

De aquí que la literatura de Coetzee tenga tanta fuerza, sobre todo en países de habla hispana. En este sentido, quizá pueda especularse si el mentado muro en la frontera mexicana no es ya la “piedra” experimental de aquella última frontera. Pero esta literatura y la perspectiva desde la cual es abordada por Raquel, debiera importar también al primer mundo, puesto que ambas pueden muy bien ubicarse en Nueva Orleáns hace prácticamente dos años, cuando el huracán katrina puso en evidencia que esta frontera también cruza por territorios interiores de Estados Unidos.

Pero como bien dice el mismo Coetzee, su literatura también habla de la libertad: es la nobleza de Michael K. con labio leporino en un mundo aberrante, su atarse a la tierra, sus semillas de calabaza; es la vergüenza y el asco convertido en cáncer que a la señora Curren le provoca la realidad de su país y del apartheid, es su negativa a “morir sucia” en La edad de hierro; es en fin Elizabeth Costello diciendo a Paul Reyment en Hombre lento: “No, no […] hay [amor]. Ni en sus manos ni en su corazón. Un corazón escondido, así es como yo lo llamo. ¿Cómo vamos a sacar su corazón de su escondite? Esa es la cuestión”. En efecto, hoy como siempre, hasta el amor, con toda y su bella irracionalidad, es un acto de libertad, y en tanto que tal en un mundo mercantilizado y urgido de fronteras últimas, un acto de resistencia profundamente humano. ¿Cómo le hacemos Raquel, para sacar nuestros corazones del escondite?, ¿cómo le hacemos para derribar aquella frontera última?, ¿cómo le hcemos para sacar a la humanidad acorralada en el orbe inclemente de la mercancía? Tal vez ésta y otras preguntas te quieren hacer y gustes respoder.

Isaac García Venegas. 23 de agosto de 2007. Aula Magna. Facultad de Filosofía y Letras, UNAM

domingo, agosto 19, 2007

Autocrítica

El show culmina y uno se queda con una fuerte sensación de vacío. Si lo propio de la izquierda es la crítica de la realidad, y si fuese éste el único distintivo posible de la izquierda en un mundo carente de definiciones, entonces habría que conceder su muerte dados los relatos que existen en torno al partido que se decía a sí mismo de izquierda. A esas banderas negras y amarillas les haría bien atender un poema de JEP:

A la orilla del Ganges aguardé,
por espacio de cuatro siglos,
el cadáver de mi enemigo.

Vi pasar en el agua restos de imperios,
pero no los despojos de mi enemigo.

En el proceso me volví piedra, planta, raíz
y luego un poco de basura flotante
que se llevó entre sus ondas el Ganges.

Qué decepción: jamás me vi pasar,
nunca supe que yo era mi enemigo.

martes, agosto 07, 2007

Por calentura

Las urbes son objeto de cualquier tipo de alabanzas y denuestos. Hay quienes viven enamorados de sus “modernidades” y los hay que las padecen añorando bucólicos paisajes. Sea como fuere, las urbes regalan historias dignas de conservarse en la memoria porque en ellas se anudan las numerosas contradicciones de toda urbe. Ésta es una de esas.

Todo comenzó con la calentura propia de dos adolescentes. Y cuando digo propia no me refiero al inevitable privilegio de la hormona durante ese lapso de la vida, sino a otra circunstancia que la acompaña: la falta de recursos económicos para cobijarse en un hotel, por un lado, y por otro, la pena que ello implica, particularmente en la ciudad de México, sobre todo desde que en los puestos ambulantes del Eje Central o Tepito es posible encontrar, por módico precio, clandestinas filmaciones caseras en los hoteles pasionales de Tlalpan, la colonia Doctores, Sullivan y otros más que fungen de niditos sexuales.

Estos adolescentes, sin ganas de ser filmados, sin dinero, y con la pena inmemorial de una cultura católica que condena cualquier acercamiento sexual antes del matrimonio, pero con enormes ganas de gozarse el uno al otro, decidieron inundar con su pasión la fría noche del Parque de los Venados. Las bancas, las veredas, los caminos, recibían con singular alegría la temperatura de sus besos y caricias. Todo era idílico, una maravilla, hasta que llegó una de las realidades citadinas justo para golpear en ese hermoso sueño urbano. Los adolescentes no atinaban qué hacer cuando una voz pastosa les exigió dinero, celulares, y “esa guitarrita” que la chica traía como testimonio de su profesión.

La “guitarrita”, como había llamado el asaltante al instrumento que presumía estaba guardado en un estuche pequeño de curvas similares a las de la chica, no era tal cosa, sino un violín, y probablemente de los más caros que se fabrican en este país. El monto de la “guitarrita” alcanzaba los 40 mil pesos, que tímidas y calenturientas manos de chica desquitaban con gran destreza. Ambos adolescentes estaban convencidos de darlo todo, el dinero, los celulares, incluso la honra de ambos, pero nada más de imaginar el robo de tan delicado instrumento, el estómago se les revolvía con violencia. Por desgracia, no hubo nada que hacer. El asaltante se perdió en la oscuridad con un par de billetes, dos celulares de tarjeta, y la “guitarrita” en cuestión.

Al llegar a casa de su tía, la adolescente recibió una retahíla de reclamos precisamente por andar de calenturienta en un parque, cuya consecuencia había sido tan costosa. Todos los familiares recibieron la consabida llamada que les informó de lo sucedido, previa limpia de la “parte indecorosa” del anécdota. El tío, de dudosa reputación, diestro en los vericuetos de la delincuencia de esta ciudad, inmediatamente llamó al celular de la sobrina para recibir la respuesta de una voz aún pastosa. Tras amable plática que sirvió al tío para evaluar que se hallaba ante un asaltante de poca monta, ofreció a cambio de la “guitarrita” la fabulosa cantidad de 600 pesos. Al otro lado de la línea, la voz pastosa se alegró de la cantidad que habría de recibir e inmediatamente acordó con el tío un punto de entrega.

Ante una situación de desgracia, la familia opera como una nube protectora. Pero en una urbe esta nube se revela como lo que es: humo cuya sombra se evapora con facilidad, particularmente en hogares rotos, cuando la comunicación no es precisamente una virtud. El padre de la adolescente, al enterarse del robo, tuvo exactamente la misma idea que el tío: llamó al celular de la hija y ofreció a la voz pastosa la extraordinaria suma de dos mil pesos. El asaltante, que sin duda era vicioso pero no pendejo, sospechó que se trataba de una trampa o bien que la “guitarrita” valía mucho más de lo que le ofrecían. Sobra decir que no se presentó a la cita ni con el tío ni con el padre. Mientras tanto, a regañadientes y con la resignación de quien no tuvo éxito ante los ojos de su hija, la fallida figura del héroe, el padre, decidió ir a levantar un acta en el tormentoso Ministerio Público de esta ciudad.

Para la adolescente la experiencia fue traumática. En su inconsciente rápidamente se generaba una asociación peligrosa: calentura igual a peligro, pena-robo, culpabilidad en todos los sentidos. Pero el azar, que en cualquier urbe es diosa suprema, vino a restituirle la estima y a liberarla de la culpa por la misma vía que todo había empezado: la calentura.

Aun con su dimensión inasible, la ciudad de México conserva el rastro y la traza de lo que una vez fue una ciudad pequeña. En su primer cuadro los comerciantes se organizan según su especialidad. En una sola calle se concentran las casas de artículos musicales. La comunidad musical no es numerosa en semejante urbe y todos acuden a las mismas tiendas a comprar lo que necesitan.

Tiempo después de aquel robo, a sugerencia de un colega, el padre de la adolescente decidió acudir a una tienda musical en la que la dependiente era una belleza digna de ser conquistada, estrujada, recorrida palmo a palmo en sus curvas. Es difícil saber si lo que imperó en aquel día en particular fue la necesidad musical o la necesidad hormonal que exige sacudirse la soledad de la cama. El padre se paseaba por toda la tienda, con un ojo en los instrumentos y otro en las curvas de la que caminaba tras el mostrador. Eligió una pregunta trivial, de esas de: ¿me puede mostrar esas cuerdas de tripa de gato por favor, que me han dicho que son maravillosas para los violines?, cuando escuchó precisamente el dulce sonido de un violín.

Dicen los que saben que el “sonido” de un instrumento cualquiera es como una huella digital: infalsificable. El padre de la adolescente, músico al fin, reconoció de inmediato el instrumento hurtado a su hija. Cuidadosamente solicitó a la dependiente que le mostrara el violín que alguien probaba en un lugar incierto de la bodega. La dependiente, esperanzada en vender a un precio extraordinariamente elevado aquel violín que recién había adquirido por cinco mil pesos, se lo llevó. Al mostrárselo, con hábil palabra, de conocedora de música, dijo al padre de la adolescente todas las virtudes de aquel violín, a lo que el padre respondió: “sí, lo sé, yo mismo se lo compré a mi hija y recién se lo robaron. Este es el violín de mi hija, devuélvemelo”. La dependiente, sorprendida, hizo sonar alguna alarma silenciosa a la que inmediatamente respondió con su presencia lo que habría de ser su empleado pero que parecía guarura. Tras una larga discusión la dependienta se negó a regresar el violín. Como remota posibilidad, exigió el monto de su inversión para devolver aquel instrumento.

El padre de la adolescente, probablemente meditando en la extraordinaria posibilidad de volver a ser un héroe ante su hija, no transigió. Salió de la tienda con la manida frase de todo héroe que pretende regresar por sus fueros: “¡volveré y se arrepentirán!”. Y efectivamente, volvió horas más tarde con la factura del violín y el acta de robo levantada en el Ministerio Público semanas antes, y con un par de judiciales acompañándolo. Al mostrar la factura y el acta, la dependiente se empecinó en su dicho de que el violín que no era robado y que no estaba dispuesta a devolver nada. Tal vez apostaba a la infalibilidad de su belleza. Por desgracia, ese día en particular, los judiciales estaban dispuestos a cumplir con su deber y sin pestañear se la llevaron al Ministerio Público.

Allí, en esas oficinas ominosas, sucedió lo increíble: dado que el monto estipulado en la factura del violín pasaba con creces la cantidad de 5 mil pesos, el juez decidió que la dependiente, por vender cosas robadas, había de ir a parar a la cárcel sin derecho a fianza. El padre de la hija tuvo entonces un triunfo amargo: llegó a la casa en que su hija vivía con violín en mano, lo cual fue motivo de alegría indecible para todos, pero dejó a la comunidad musical masculina sin el trofeo a conquistar en lance medieval. De la misma forma, el asaltante real, el de la voz pastosa, quedó libre de culpa pues desapareció en las dimensiones inasibles de la ciudad de México. El padre siguió en la soledad de su cama, y la hija, sin dinero y con la misma vergüenza para entrar a un hotel, recuperó su estima y ganó algo más: la prudencia. Ahora se la ve dando calor en ese y otros parques pero ya sin “guitarrita” ni celulares ni dinero. Como dice quien me contó esta historia: todo por calientes. Ni qué decir, así también se mueve el mundo: por calentura.

Isaac García Venegas.
Texto original del blog: con los pies en el fango. Febrero 2007

domingo, agosto 05, 2007

Para ti, José Cruz

La vida es la bronca, dices, y uno asiente sintiendo todas las cicatrices del cuerpo, del alma, de la mirada. Pero tú bien sabes el secreto: con música la bronca se sublima y deja de ser solo padecimiento; se vuelve habitable, quiero decir, vivible. Invitándonos a tu nave de blues nos has hecho comprenderlo. Por eso, de la nostalgia a la alegría del momento irrepetible, del encuentro amoroso que naufraga en la piel al desencuentro tortuoso que navega en el alcohol, tu música, tus arreglos, tus composiciones, tus letras, nos han salvado con la bendición de fuego propia de letra y música que de alma negra llega por barcos y trenes, esclavitud y exploración, ansiedad de libertad y necesidad de amor.

No sé, José, de música y poco de palabras. Sin embargo, te veo y te escucho, y me digo que esta bronca letal que te invade es también tu decisión de volverte completamente música. Veo tu cuerpo hecho de notas ondulantes que asidas del aire se dispersan, tocando cada poro de piel que te escucha. Eres voz, eres palabra, eres compás y ritmo, eres estado de ánimo, eres parte de aquella nota más alta que buscaba la luna como realización. Si la vida es la bronca, la tuya es hoy poesía y ganas de vida, es amor y desamor, encuentros y desencuentros. ¿Hay alguna respuesta más serena para la eterna pregunta de qué es la vida?

Así es José: hay quien da a tu bronca el nombre de una enfermedad; yo, que soy incapaz de hacerlo, la miento como música vuelto cuerpo. Eso eres José: la nota precisa que ya alcanzó eternidad.

Isaac García Venegas
Ciudad de México
5 de agosto de 2007

martes, julio 24, 2007

Majestuosidad


Ir al correo y encontrarse un toro de lidia vigilando la entrada. Por este inesperado encuentro, ser consciente de su majestuosidad. Hallar en su pétrea mirada la bravura de la que abusan valientes bípedos. Tener ganas, entonces, de disculparse por tanta sangre, por tanto abuso, por convertirlo en adorno de ruedo vociferante. Hincarse para reconocer un lejano pariente de minotauro y observar en las sombras que le bañan la constelación de sagitario en los cielos terrestres. Añorar el laberinto y dudar de la heroicidad de Teseo. Desear por un momento ser toro de lidia para mirar este mundo antropocéntrico, esta desviación de la naturaleza. Ser presa del solo instinto sin darle razones. Regresar a la realidad y percatarse que aquí esta naturaleza está acorralada por paralelográmicos pensamientos. Razón instrumental que nos degrada. Mirar en derredor para topar de frente con el desierto. Hasta que una sonrisa conocida rompe el hechizo de este viaje sin sentido.

Isaac García Venegas

lunes, julio 02, 2007

Hipótesis

En ese ejercicio tan común y hasta cierto punto banal de hacer comparaciones y hallar diferencias, propongo la siguiente hipótesis de trabajo que habré de desarrollar con el tiempo:

A. México y América Latina vivimos teatralizando: jugamos un juego de gestualidad que sublima las contradicciones.

B. Estados Unidos vive en la más plena artificialidad: creen haber anulado las contradicciones con el artificio del gadget, cuya primera fuente es el orden en lo exterior, la represión y el miedo en el interior.

jueves, junio 07, 2007

Basura

“Somos basura” dice la madre de una de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez. Es decir, la mujer despojada de su humanidad, objeto desechable que está allí para “adquirirse” y “usarse” sin mayor trascendencia que la satisfacción del goloso. Así, la mujer-objeto ha sufrido una mutación: se ha vuelto provisional, con fecha de caducidad inserta en la satisfacción de un deseo. Se le tira porque una vez cumplido su “papel” de satisfacción se impone otra exigencia: “la novedad”. En este nuevo derrotero, el amor se torna ya en vieja usanza para los que no saben vivir con las exigencias de lo nuevo. La estabilidad no está en la compañía, sino en la superlativa individualidad que halla su identificación en el desenfrenado goce de la acumulación desechable.

Precisamente por lo anterior, resulta absurdo ver lo que ocurre en Juárez como una “excepción”, como una “locura”, como una simple “saña” que cometen pervertidos y anormales. Se trata de la desnuda y brutal lógica de un “sistema” que ha eliminado todas las fronteras entre lo humano y la mercancía, que desde el poder del dinero (vieja fórmula: D-M-D) asimila lo “humano” a la “naturaleza”, y por tanto, lo encuentra como objeto a ser explotado y usado en beneficio propio, como se ha hecho desde hace cinco siglos. Lo que sucede en Juárez no es una “rareza”, por el contrario, es el desenlace lógico de un sistema cuyo éxito es haberlo mercantilizado prácticamente todo, incluido el cuerpo humano.

En este sentido, lo que sucede en Juárez es la expresión de una lógica que se manifiesta brutalmente en todos los espacios posibles: la venta de órganos, no ya por unos que les extraen a otros sus perlas vitales, sino por los mismos individuos que deciden vender un riñón, una córnea, sangre o médula espinal; la persecución y asesinato de homosexuales y transexuales; la ejecución y desmenuzamiento corporal de narcotraficantes y camellos; las relaciones sociales que se circunscriben a ser meros “contactos” estilo “chat” en el mundo; los noviazgos y el sexo cibernético… Es aquí, en este enorme proceso mercantil, de “desechamiento” y “novedad”, de “provisionalidad” de las objetos, que lo de Juárez adquiere su verdadera dimensión.

Por supuesto, la aplicación de la justicia es necesaria y urgente. No hay acción que sobre en este sentido. Pero tan exigente como ello es la urgencia de cambiar este sistema. Aun la justicia hecha en este mundo de mercancías es, simplemente, una mercancía más.

miércoles, mayo 30, 2007

Parafraseando

Leo a Harold Bloom. Me pierdo en sus eruditas elucubraciones. Sólo se me ocurre hacer algo parecido a una paráfrasis, de muy mala factura por cierto:

Vida: don que mengua; dejemos como única herencia el regocijo de no pretender atrapar vientos.

sábado, marzo 10, 2007

Los impresentables

Desde las alturas cualquier inferioridad resulta impresentable. Desde el poder lo único presentable son las “nubes celestiales” de su propio autoelogio, mientras que los márgenes y las inferioridades son siempre los infiernos que, por definición, le son impresentables. Desde el privilegio únicamente su propia realidad es presentable. Y los privilegios no son exclusivos de las derechas; también, por desgracia, existen entre las que se autodefinen “izquierdas”.

Impresentable fue la “chusma” que hizo la independencia, que luchó contra las invasiones extranjeras, que vertió su sangre en la revolución. Impresentables también fueron los jóvenes que se opusieron a la “dictadura perfecta” y que por eso padecieron el fuego, la sangre y la represión. Impresentables para la irracional opresión masculina son las mujeres que se niegan a cumplir su “histórico papel” de sumisión y de objeto sexual. Impresentables para los burgueses son los obreros y campesinos. Siempre impresentables para los ricos son los pobres. Impresentable para la “alta cultura” es la “cultura popular”.

Pero son esos impresentables los que le dan sentido a este país, los que alimentan las elucubraciones sofisticadas de la “alta cultura”, los que generan el plusvalor que permite a unos cuantos vivir parasitariamente en nuestro país y en el mundo. Esos impresentables son los que hoy ya no parecen estar de acuerdo con la “normalidad del silencio”, con el rezo de que unos cuantos saben mejor que ellos lo que merecen y les conviene, con la “tranquila idea” de delegar en esos pocos lo que su propio andar marca como horizonte.

A nadie debe asustar que sean ellos, los impresentables, los que hoy irrumpen en el escenario nacional y citadino para decir sus verdades y para gobernarse a sí mismos. Lo que horroriza es que entre los que se dicen de “izquierda” haya quien utilice este epíteto para descalificar a los que han demostrado con creces que el Faro de Oriente no depende ni de títulos ni de apellidos ni del abolengo del que supone ser presentable.

Los impresentables están del lado de las mejores causas, del lado izquierdo. Felicitémonos porque el Faro de Oriente continúa del lado que vale la pena.





Texto en apoyo al nombramiento de Agustín Estrada como director del Faro de Oriente

lunes, marzo 05, 2007

Vuelta de siglo: luminoso y esperanzador

Desde que comencé a leer libros, hace ya bastantes años, me inventé un juego que pronto se convirtió en costumbre: al concluir la lectura de un libro, debía yo de pensar espontáneamente en una o dos palabras que en su inmediatez permanecieran indefectiblemente ancladas al libro en cuestión. El juego pronto reveló las limitaciones propias de mi lenguaje, que obviamente con el tiempo he ampliado. Este juego, inocente y trivial, ya forma parte cotidiana de mi forma de leer.

Si confieso lo anterior es para señalar que al terminar de leer el libro que hoy nos convoca, Vuelta de siglo, de Bolívar Echeverría, vinieron a mi cabeza dos palabras: luminoso y esperanzador. Lo que a continuación diré tiene que ver precisamente con algunas de las razones y motivos por los que el conjunto de ensayos que lo conforman me parecieron lo uno y lo otro.

Cuando yo entré a estudiar a esta facultad, allá por 1991, el “mundo socialista” daba sus últimas patadas de ahogado. Recuerdo que en las charlas de bienvenida, muchos de mis compañeros estaban convencidos de su vocación para la historia contemporánea. Sin embargo, conforme el “socialismo realmente existente” se desmoronaba, a la mayoría le bastó un semestre para cambiar sus intereses: el que no se dedicó a asuntos prehispánicos se fue a historia del arte; algunos más decidieron asentarse en el siglo XIX, y muy pocos permanecieron con preocupaciones contemporáneas. Este cambio súbito de interés me llamó mucho la atención.

En ese entonces sospeché que en realidad lo que sucedía es que estábamos frente a la “carencia” o “insuficiencia” de elementos con los cuales analizar la realidad que se nos presentaba cotidianamente. En nuestro caso, como estudiantes, atribuía la situación a la ignorancia que nos caracterizaba, pero la explicación perdía su validez al considerar a nuestros maestros, muchos de los cuales, antes aguerridos comunistas, ahora reculaban de sus anteriores convicciones, y muy probablemente echaban al cesto de la basura sus libros de Marx, que por cierto, se acumulaban en las librerías de viejo formando alteros enormes.

Esta misma sensación de carencia, o si se prefiere, de orfandad, me asaltó cuando la aparición del EZLN, el surgimiento de los movimientos antisistémicos, y particularmente con la larga huelga que vivimos en nuestra universidad en 1999. Pensaba que de manera generalizada aún no teníamos elementos con los que analizar la realidad, salvo honrosas excepciones, como el caso de Bolívar Echeverría, en cuyo seminario, que durante tres años tuvimos de manera ininterrumpida (1994-1997) y posteriormente de manera intermitente, abordábamos el análisis de estos procesos desde la perspectiva del cuádruple ethos de la modernidad. Allí, invitados al “mirador” que Bolívar Echeverría había pacientemente elaborado sin abandonar la perspectiva de Marx, nos hicimos de un modo de ver que nos ayudó a comprender y explicar esta nueva realidad que se presentaba ante nuestros ojos.

Ahora, la relectura conjunta de estos ensayos contenidos en Vuelta de siglo, me confirman, una vez más, lo atinado y luminoso (por la claridad que proporciona), de lo que sucedió en aquellos años de nuestro seminario. A lo largo de estas páginas encontramos una mirada nítida que efectivamente cumple con su propia aspiración: el “desciframiento del sentido enigmático que presentan los datos más relevantes de esta vuelta de siglo”.

En primer lugar, Bolívar Echeverría nos dice que en esta vuelta de siglo nos encontramos ante un nuevo sistema civilizatorio que puede ser identificado por diversos fenómenos relacionados directamente con la actividad del autor y con la actividad de instituciones como la UNAM. Me refiero a la “pérdida de hegemonía de la alta cultura” y de su personaje más singular, el homo legens, al que Bolívar Echeverría define como “el ser humano cuya vida entera como individuo singular está afectada esencialmente por el hecho de la lectura”.

El autor, con toda razón, afirma que lo que se tambalea, que lo que está en cuestión, no es el libro y la lectura, sino “el uso tradicional, canonizador y jerarquizante de los libros y la lectura; un uso que ha servido durante tantos siglos a la reproducción del orden y la jerarquía imperantes en la sociedad de la modernidad capitalista”. En lo personal creo que precisamente a esto se debió en gran medida aquella sensación de desamparo a la que hice referencia al principio. Lo que hoy Bolívar Echeverría tematiza como un signo de cambio civilizatorio, lo hubimos de padecer primero como perplejidad.

Lo interesante es que el autor no se abandonó a la parálisis, que es uno de los caminos a los que conduce la perplejidad. Reactualizando una serie de principios teórico filosóficos provenientes de Marx y la teoría crítica, y sobre todo, reivindicando un modo y una manera hispana, latinoamericana y mexicana de hacer “filosofía sin más”, construyó un mirador desde el cual observar este tránsito civilizatorio. Desde allí, Bolívar Echeverría da cuenta de dos fenómenos que también marcan nítidamente este nuevo comienzo civilizatorio.

Por un lado, el autor señala que la modernidad capitalista en esta vuelta de siglo está llevando a cabo una actualización religiosa de lo político, que va precisamente en contra de uno de los principios más caros de la modernidad: la secularización del mundo, su “desencantamiento”. En realidad, nos dice Bolívar Echeverría, no es que Dios haya muerto, sino que solamente cambió su sustentación: “Confiar en la ‘mano oculta del mercado’ como la conductora última de la vida social implica creer en un dios, en una entidad metapolítica, ajena a la autarquía y la autonomía de los seres humanos, que detenta sin embargo la capacidad de instaurar para ellos una sociedad política, de darle a ésta una forma y de guiarla por la historia”. En esta vuelta de siglo lo que vivimos es una religión profana, fundada en el fetichismo de la mercancía: vivimos, dice el autor, el reencantamiento frío o económico del mundo.

Por otro lado, en este pseudoateísmo de la modernidad capitalista en la vuelta de siglo, lo que prevalece, lo que impera sin cortapisa alguna, es una violencia destructiva que carece del núcleo creativo de la violencia dialéctica o trascendente por la que la humanidad había transitado durante siglos. Se trata, fundamentalmente, de una violencia de las cosas mismas. Afirma Bolívar Echeverría:

"La violencia moderna no actúa sobre el individuo singular sólo desde fuera de él, desde los otros individuos singulares o desde la comunidad –como sucede en condiciones no modernas– sino que lo hace sobre todo desde dentro de él mismo, en tanto que es un propietario de mercancía que ha interiorizado en su ethos el impulso productivista del capital, dirigido a someter todo brote de ‘forma natural’ que aparezca en el mundo. Esta perversión de su empleo, que junta en uno a la víctima y al verdugo, es lo que marca la especificidad de la violencia moderna".

Una violencia que si bien durante el proceso en el que la técnica no había alcanzado los niveles de desarrollo actuales, se monopolizaba y era ejercida por los estados nacionales, hoy que pasa precisamente lo contrario, aparece un “nación posnacional” que la ejerce de manera brutal sin importarle que monte un caballo con destino cierto en la barbarie, que es una “región aparte –-dice el autor-–, no en la geografía, sino en la topografía del sistema de las necesidades de consumo, destinada a los seres ‘civilizados’ o propiamente ‘humanos’, cuyo costoso mantenimiento sólo puede sufragarse mediante la creación de un entorno relativamente miserable, destinado a seres marginales, a los que se les regatea la adjudicación plena de la categoría de humanos o civilizados”. Es decir, el “nuevo hombre” de esta nueva región se identifica por el “nivel mínimo de lo humano occidental”.

Por más desolador que sea el panorama, los textos de Bolívar Echeverría son luminosos porque a mi juicio colocan en su justa dimensión la situación actual de la modernidad capitalista en esta vuelta de siglo. Pero al mismo tiempo, en todos los ensayos que conforman su libro, hay un cierto discurso esperanzador que consiste en detectar los caminos posibles por los que se va configurando una resistencia y una rebeldía a esta modernidad capitalista que quisiese desaparecida cualquier discrepancia.

Así, mientras otros lamentan la pérdida de hegemonía de la alta cultura y del los usos canónicos y jerarquizantes del libro y la lectura, Bolívar Echeverría encuentra las posibilidades de una “relectura creativa y democrática de la herencia cultural”. Una herencia cultural que necesariamente ha de pasar por una actualización secular de lo político, un verdadero desencantamiento del mundo que traslade el acento de las cosas a los sujetos autónomos que son los seres humanos, que libere de su enajenación la esencia del ser humano que no es otra cosa que su politización. Afirma Bolívar: “la secularización […] [habría que verla] como un movimiento de resistencia o una lucha permanente contra la tendencia ‘natural’ o arcaizante a actualizar lo político por la vía de la religión; contra una tendencia que debió haber desaparecido con la abundancia y la emancipación”.

Y no sólo: esta herencia cultural de relectura creativa, horizontal y democrática habrá de encontrar en la diversidad y la diferencia de los sujetos lo que la homogeneidad neoliberal niega. En este sentido, resulta esperanzadora la “lectura” que de América Latina hace el autor, puesto que en su “tendencia a la defensa y al cultivo de la pluralidad identitaria en contra y dentro de la unidad” hay un pozo enriquecedor desde el cual extraer experiencias para alimentar esta resistencia. Experiencias cuyo arsenal es infinito si se consideran las estrategias barrocas que una y otra vez aparecen en América Latina y que al parecer definen hoy el tipo de resistencia difusa, inasible, no identificable en un sujeto colectivo concreto, que se está confrontando a la modernidad capitalista. Dice nuestro autor:

"La reticencia por parte del protosujeto, que trabaja anónimamente en contra de la modernidad capitalista, a constituirse en sujeto, proviene sobre todo del respeto que le tiene a su propia diversidad, es decir, de la aceptación militante de un hecho ahora innegable –después de la ilusión moderna de la uniformidad–: la dispersión de los significantes que prevalece como momento esencial de esa resistencia social. Se basa en el reconocimiento positivo de la intraductibilidad del significado de cada una de esas resistencias, no obstante la comunidad secreta de su sentido".

¿Qué otro lugar más propicio para este protosujeto que América Latina, cuya modernidad capitalista parece siempre enrevesada, deforme, incompleta, en ciernes, en vías de desarrollarse?, ¿qué otra cuna mejor que esta América Latina, cuya peculiaridad proviene de la conjunción de diversas estrategias de mestizaje y la presencia simultánea de distintos tipos de modernidad?, ¿qué otro mensaje más esperanzador que este que nos dice que en nuestro modo de ser existe un potencial enorme para oponerse y resistir a la devastación de la modernidad capitalista?

Sin embargo, y con esto termino, no hay que llamarse a error. En modo alguno Bolívar Echeverría esté proponiendo la vida barroca como alternativa a la modernidad capitalista. En el ethos barroco Bolívar Echeverría encontró un modo de vivir dentro del capitalismo. Sus estrategias, en tanto modernas y distintas a las del ethos realista, pueden resultar útiles para algo más que vivir dentro del capitalismo. Se trata de construir un mundo de la vida distinto, un mundo comunista. Concluyo con las palabras del mismo Bolívar: “El comunismo es el movimiento social y político moderno que pretende sustituir, si es indispensable por vías violentas, el orden establecido (orden basado en una exploración y una injusticia carentes de las justificaciones premodernas) por otro diferente, en el que la realización plena de cada individuo sea la condición de la realización plena de la comunidad en su conjunto”.



Texto que sirvió de presentación al libro de Bolívar Echeverría en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. 22 de febrero de 2007

lunes, febrero 26, 2007

La fuerza de la costumbre

Todo amor, si es tal, es un compromiso. Lo es porque nos libera de la incertidumbre de la pérdida (“se está pese a todo”). Lo es porque nos obsequia la certeza del destino y la trascendencia. Lo es porque incita la sustitución de su pasión por la comodidad de su asepsia: allí están los hijos, la casa, los gastos, los recuerdos de una época feliz, que suplantan la alegría que antes provocaba una mirada. Lo es porque en la resignación no se cava una tumba, sino el altar ante el cual deben inclinarse siempre, con reverencia, los que vienen detrás. Lo es porque a cierta edad más vale la cosificación que la plasticidad. Lo es porque a falta de poesía queda la dureza del deber ser que nunca se fue pero que se espera que otros sean. Lo es porque el miedo se vuelve compañero de cama. Lo es porque el hombre es el único ser que se acostumbra a morir antes de dar el último suspiro. Eso es el amor: el vacío que se llena con todo lo que se pueda, aunque aquel latido inicial haya desaparecido de la faz de la tierra. El amor es un compromiso, esa es nuestra herencia.

viernes, febrero 23, 2007

El amor explicado para viejos y niños

Todo amor, si es tal, necesariamente es prohibido. Lo es porque por definición es una irrupción. Lo es porque un fuerte impulso desea trascender la ineludible limitación de nuestro cuerpo. Lo es porque nuestro ser se encuentra pleno en un ser ajeno. Lo es porque nuestra piel es insuficiente para albergar a la otra persona. Lo es porque nuestras palabras nunca alcanzan a expresar lo que el otro nos provoca. Lo es porque rompemos nuestra fingida soledad humana para sabernos desamparados ante ese otro ser que nos inunda. Lo es porque todo deja de existir salvo aquellos labios cuya consistencia nos indica que vivimos para otro. Lo es porque dejamos de ser polvo futuro que el viento levanta para convertirnos en suspiro que alimenta la vibración del alma. Lo es porque una mirada se convierte en la única verdad, en la única referencia que permite vivir. Lo es, en fin, porque dejamos de ser quien somos para reencontrarnos en otra persona y nunca más ser los mismos. ¿Qué otra cosa podía ser el amor sino la permanente violación de esa prohibición que nos pretende absolutos y acabados dentro de nuestra propias fronteras? ¿Qué otra cosa podía ser el amor sino la invitación a cruzar lo que está prohibido? Así nació el mundo: Eva decidió trascender la prohibición que significaba estar en el paraíso. Esa es nuestra herencia. Eso es el amor.

jueves, febrero 22, 2007

Muerte simbolica

Recuerdo alguna vez haber definido la muerte como la ausencia de movimiento. En efecto, eso es lo más patente cuando nos asomamos a un féretro: el cuerpo inmóvil nos habla todo él de la muerte, en contraste, por ejemplo, de quienes asisten al velorio: movimiento triste, lento, pero movimiento al fin.

Lo mismo sucede con las muertes simbólicas, la muerte de quienes en nuestra vida han dejado de ser importantes, quiero decir, que antes generaban con su presencia movimiento en nuestra vida. La muerte simbólica de alguien en nuestra vida es reconocer que esa persona ya no induce nada que no sea una parálisis del alma, del corazón, del cuerpo.

Al muerto le guardamos luto, pero al muerto simbólico lo único que podemos obsequiarle es el silencio. Porque también en silencio recordamos. La memoria es su féretro.

martes, febrero 20, 2007

Desaparicion

Ese día, al despertar, una extraña sensación le atenazó todo el cuerpo; la sentía en sus patines, como les llamaba; en su panza redonda; en su rostro regordete. Estuvo a punto de decirse que sería un mal día, pero una inveterada tradición le impedía aceptar la validez de sensaciones e intuiciones. “Con creencias no se va a ningún lado” se dijo, e hizo todo lo posible por ignorar aquella sensación de impreciso origen. Se levantó y procedió como siempre: el baño, el desayuno, la buena disposición para un día que, como sucedía desde hace tiempo, no pintaba nada bien.

Pero aquella extraña sensación no era solamente un asunto personal, una proyección de inquietudes del alma, como se obstinaba en pensar; para su sorpresa, lo invadía todo. Lo primero que notó fue la desaparición de rayas y cuadrículas que abundaban en las calles por las que solía andar. Todo parecía de una blancura ausente que espantaba. Claro que sabía de pueblos fantasmas, pueblos que habían sido abandonados de súbito por causa desconocida, por ejemplo, aquellos pueblos mineros estadunidenses cuando la fiebre del oro. Pero jamás había escuchado que urbes modernas, antaño densamente pobladas, se convirtieran en inasibles espacios en blanco. Precisamente porque resultaban impensables, se decía que estaba soñando o bien que padecía una terrible alucinación.

No es que temiera la blancura como tal, sino que le asustaba la ausencia de referentes para ubicarse. ¿Cómo saber dónde estaba sin compañeros, sin rayas, sin cuadrículas? Porque hay de blancuras a blancuras, pensaba; una producto de la elegancia y otra consecuencia del vacío. La que veía en las calles era precisamente la del vacío. El temor crecía en su interior porque, además, no veía una sola alma a su derredor. Cierto que desde hace tiempo sentía pertenecer a una especie en extinción, pero jamás le había cruzado por la cabeza ser, como quien dice, “el último ejemplar de su especie”. Ahora sabía, además, que había un modo preciso de ser último ejemplar: su sonido era el silencio, pero no un silencio reconfortante que fungía como escondite o fuga del ruido, sino como imperio en el que cualquier ruido era impensable, ni siquiera el de sus pasos.

Con una mezcla de resignación, espanto y duda caminó sin dirección ni rumbo fijo. Todo le resultaba ajeno, totalmente desconocido; no le preocupaba la dirección de sus pasos pues se decía que pronto despertaría de su sueño o de su alucinación. Sólo se trataba de tener una fuerte impresión para que todo volviera a ser como antes, aunque muy pronto comenzó a preguntarse cómo eran las cosas antes. Porque otro efecto del vacío, de la blancura ausente, del silencio, era una acelerada pérdida de memoria. Por más que lo intentaba, no lograba recordar con precisión la disposición de las cosas ni lo lugares que frecuentaba ni los espacios y recovecos que le gustaban. Sentirse perdido, se dijo, consiste precisamente en ser un presente sin tiempo. Y es que en uno de sus últimos momentos de lucidez se dijo que si el ayer se desvanecía, qué importaba lo que el día de mañana sucediera.

El cansancio pronto se hizo presente en su cuerpo. Se detuvo a descansar en un espacio en blanco, tan blanco como el resto de la ciudad. Meditando en la blancura ausente de la ciudad, sin nada que mirar, se dio cuenta que aquella pesadumbre que sintió al despertar tenía que ver con esta perturbadora invasión del vacío, de la que parecía ser último y exclusivo testigo. Ahora tenía la certeza de que pronto habría de perder la capacidad de pensarse, que no es otra cosa que hablarse a sí mismo. Sin palabras comprendió que habría de ser parte de esa blancura ausente. “Último ejemplar de la especie” fue lo último que pudo decirse, con una voz carente de matiz.

Así murió la primera vocal, la primera letra del abecedario, el último ejemplar de su especie. No murió a manos de una goma, sino del influjo de un mundo que había decidido expulsar de su paraíso la palabra y la letra misma.